Pedro M. Domene
Carolina Molina (Madrid, 1963) es, sin duda, una enamorada de Granada y una fervorosa defensora del esplendor de al-Andalus en la ciudad de la Alhambra. Su concepto de novela histórica es tan amplio que, tal vez, las formulaciones, las motivaciones y los resultados que obtiene en sus planteamientos narrativos son tan dispares como para concretar que utiliza el género para analizar críticamente un pasado, para investigar en ciertas cuestiones genéricas de la naturaleza humana, para evocar ese pasado y proyectarlo sobre el presente, para defender la libertad de unos hombres y mujeres, incluso como una fuente de sabiduría, o para someter ese pasado al experimento de una temporalidad convertida en ficción. En su anterior novela, Guardianes de la Alhambra (2010), cuenta la relación del escritor Washington Irving con Manuel Cid, un joven pintor que asiste a la gestación de los famosos cuentos del escritor estadounidense y se convierte en el alma de cuantos viajeros visitan el monumento granadino, Mérimée, Gautier, Ford, y Dumas, el apasionado autor de Los tres mosqueteros, serán los autores a quienes el joven Cid servirá de cicerone. Al mismo tiempo, la narradora subraya las dos grandes pasiones de su héroe, la defensa a ultranza de los valores monumentales de la Granada decimonónica y el inquebrantable amor romántico que siente por Francesca, condesa romana, con quien vive un amor adúltero y tormentoso a lo largo de su vida.
La novelas de Carolina Molina denuncian la destrucción del patrimonio artístico de la ciudad de Granada, levantan acta de las tropelías llevadas a cabo hacia finales del XIX en nombre de la modernidad, y subrayan las acciones que algunos intelectuales de la época pretendieron evitar; paralelamente inventan situaciones de una realidad histórica y documentada poco común y, por supuesto, cuentan la vida de unos personajes que se mueven por unos impulsos solidarios y la lucha inquebrantable llevada a cabo en una realidad fácilmente reconocible aun en los días de hoy. Noches en Bib-Rambla (2012), la segunda entrega de la serie, insiste en esa expoliación del patrimonio granadino, representado por la famosa puerta de las Orejas, cuyo vestigio aun hoy permanece en el Bosque de la Alhambra. Max Cid, hijo de Manuel, que ha vivido su infancia y juventud en Madrid, junto a unos tíos, vuelve después de muchos años de ausencia a la casa familiar para hacerse cargo de la herencia dejada por el padre y a enfrentarse a los deseos de su madre, la Benajara. Tras unos meses de correrías y juergas juveniles con algunos calaveras de su entorno, Juanito Morell, entre otros, realiza los primeros descubrimientos sobre el pasado romano de la ciudad andaluza, conocida con el nombre de Iliberri, interés que pronto inmortalizará en unos folletines publicados en prensa. Vive un amor, apasionado, con Francesca, aunque pronto averigua que se trata de la gran pasión de su padre, y se convierte para el joven Cid en un amor frustrado que más tarde curará con Valeria. La historia siempre se repite, y para ellos deberá transcurrir casi toda una vida para que los amantes vuelvan a unirse después de las numerosas peripecias que salpicarán su agitada existencia. Sobresale la sombra siempre presente del profesor, Julián Mínguez, en otro tiempo preceptor y amigo del padre difunto, que se convertirá en el mentor y maestro del joven Cid.
Carolina Molina ha escrito una novela de una fidelidad histórica asombrosa, con una amenidad literaria sorprendente, ambientada en una España tan decadente como romántica donde los lances de honor aun se medían con duelos, pero también despertaba el mundo de la especulación y de la modernidad en una Granada que no había descubierto el valor del patrimonio artístico que le daría la fama universal. Los personajes, psicológicamente, bien construidos realizan su papel según dicta su narradora y al hilo de la historia inventada, junto a la saga de los Cid, se asoman los nombres de Gómez-Moreno, los escritores Fernández y González o Pedro Antonio de Alarcón y un jovencísimo Pérez Galdós, se recuerda la figura de Irving y toda una larga lista de políticos, intelectuales, artistas o pintores vinculados a la ciudad. No faltan los datos históricos que a lo largo del XIX fueron tan abundantes como sorprendentes, la guerra de África, la visita de Isabel II y de Mariano Fortuny a la ciudad, la declaración de Monumento Nacional de La Alambra, el atentado del general Prim, el reinado de Amadeo I de Saboya, el general Pavía entra en las Corttes y pone fin a la Primera República Española, el pronunciamiento militar de Martínez Campos, las inundaciones de la vega granadina, la epidemia de cólera, el derribo de la Puerta de las Orejas o el incendio en la Alhambra, en 1890, que afectó a la Torre de Comares, se extendió por la Sala de la Barca y la galería próxima al Patio de los Leones.
Cuando uno termina de leer esta novela, Noches en Bib-Rambla, tras conocer las vicisitudes de toda una saga familiar, la lucha personal de Maximiliano Cid, los trabajos de la Comisión de Monumentos, o la defensa del patrimonio artístico, lo importante es que, sin duda, podamos entender como toda una realidad/ficción, se sustenta por el aliento, el sentido y el valor de las palabras, como acertadamente afirma un personaje al final cuando, vislumbrando la lejanía, se lamenta del incendio que asola a la Alhambra.
Excelente reseña de una novela que ya tengo en la mesilla de noche.
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