Ángeles Prieto
Hace ya cinco años, en el 2007, tuve la fortuna de leer Las vidas de Joseph Conrad de John Stape, una magnífica y deslumbrante biografía en 550 páginas, elaborada por uno de los principales especialistas en su vida y obra. Estudio fundamental e imprescindible para entender e iluminar toda su producción, un legado que hemos de estudiar con perspectiva, puesto que fue Conrad quien como una bisagra cerró las puertas de la narración decimonónica anglosajona, para abrirnos aquellas otras de la actual, felizmente inaugurada por autores como James Joyce, Virginia Woolf o Thomas Beckett, quiénes no hubieran dado esos revolucionarios avances sin haber leído antes al autor de Lord Jim.
Recordando esa biografía, he podido disfrutar mucho más de esta pieza breve de Józef Teodor Konrad Korzeniowski que la editorial Traspiés ahora rescata, sin duda obra maestra del relato, porque con ella nos vamos adentrar sintéticamente en las cuatro o cinco ideas generales, muy bien definidas, que se despliegan a lo largo de la producción del genio polaco. En primer lugar, su profundo pesimismo sobre la condición humana, que se desarrolla aquí con una economía de medios densa y profunda, irónica y sin concesiones, coronando el cuento con una brutal escena final: El horror, el horror, que diría Kurtz.
Después, destacaremos en este relato el cuestionamiento serio que realizó Conrad sobre el carácter civilizador de la colonización europea, indiscutible pilar de la Inglaterra victoriana. Dado que con esta obra estaremos, ni más ni menos, ante un primer esbozo conseguido de lo que luego sería El corazón de las tinieblas, una de las cien mejores novelas de todos los tiempos, sin duda parte del llamado canon literario occidental. Puesto que la experiencia dura de Conrad como capitán de un vapor en el Congo belga, donde estuvo a punto de morir por las graves fiebres contraídas, más las denuncias que sobre la colonización belga efectuara entonces su amigo, el diplomático irlandés Roger Casement, fueron aprovechadas para componer tanto aquella novela inmortal como este incisivo relato.
Es por ello que muchos de los elementos presentes en la mítica novela los encontraremos aquí: la misma naturaleza indómita y salvaje, idéntica crueldad en el gerente de la compañía y las complicadas relaciones con los indígenas, motivadas únicamente por la obtención de marfil, nunca para educarlos, instruirlos y mejorar sus condiciones de vida, como el discurso colonizador victoriano ostentaba y pretendía. Ni siquiera faltaría en este cuento el mítico Kurtz si lo identificamos con el anterior gerente de la compañía, bajo su simbólica pero más que elocuente cruz de tumba.
Pero hay mucho más en este relato: la dualidad que nos caracteriza entre la luz y las tinieblas, nuestra tendencia innata, aunque soterrada, a la locura y a los impulsos agresivos que en un entorno hostil se ponen de manifiesto y por supuesto, el definitivo triunfo de la muerte.
Aunque además, no todo el provecho que podamos obtener con esta narración se la vamos a deber a Conrad, sino también y especialmente a un Federico Villalobos tan eficaz, que me costaría mucho decidir qué trabajo realiza con más brillantez: Si la estupenda traducción, el imprescindible prólogo o las magníficas e irónicas ilustraciones que, en blanco y negro como no podía ser de otra manera, otorgan mucha más vida aún a esta deslumbrante, apasionante y lúcida reflexión sobre nuestra propia naturaleza.
Muy buena reseña sobre uno de los autores que más me gustan y que sigue siendo un gran desconocido para la mayoría de los lectores.
ResponderEliminarHe de reconocer que lo descubrí hace pocos años, pero desde entonces he disfrutado mucho con él.
Para mi, tanto Lord Jim como El corazón de las tinieblas están entre lo mejor que se ha escrito nunca, sobre todo el segundo de ellos.
Este libro particularmente lo tengo en el estande de "próxima lectura" desde hace un par de meses.