Ariadna G. García
Existen, grosso modo, dos tipos de novelas: aquellas que se acercan a la belleza como principio absoluto; y esas otras que se aproximan a lo real humano, al conflicto. Junto a estas dos, las hay que persiguen el contraste entre ambas. Las primeras producen una literatura idealista; las segundas, una literatura realista que muestra las taras, los desperfectos de la vida y de la sociedad. Son muchos los ejemplos que avalan la existencia de estos modelos en la narrativa europea actual. La propuesta realista, directa, sobria, y crítica podemos encontrarla en La edad de la ira, uno de esos libros raros en nuestra literatura, ideológicamente valientes, firmado por el dramaturgo Fernando J. López. La propuesta híbrida, que une los cables pelados de la tensión dramática y del lenguaje lírico, recorre, por su parte, las páginas de Purga, a cargo de la demoledora autora finlandesa Sofi Oksanen. La tercera vía, esa que enaltece la perfección del mundo por medio de exaltación de la estética, está perfectamente representada por Rosa candida, tercer libro de la escritora islandesa Augur Ava Ólafsdóttir.
Rosa candida ofrece a los lectores una imagen depurada y perfecta del mundo. Pese a la situación de inicio de la obra (un accidente de tráfico que siega la vida de la madre del protagonista, el embarazo imprevisto de la amiga con la que comparte la mitad de una noche), la autora nos describe a un personaje tranquilo, en armonía con su entorno y obsesionado por las rosas y el sexo. Nada que objetar, salvo que no resulta demasiado verosímil. No obstante, el libro no pretende ser realista. Al contrario, defiende la utopía de una organización social conforme con los contratiempos (la concepción no deseada y su reverso, la muerte repentina, carecen de toda dimensión dramática), abnegada, resuelta y bondadosa.
Emparentada con la antigua leyenda de la Atlántida, descrita por Platón en algunos diálogos (Timeo y Critias), en Rosa candida convergen la belleza y el bien. Ólafsdóttir nos recrea los sentidos con la elaboración de suculentos platos y con la enumeración de magníficas flores. Pero la proporción y el orden no sólo afectan a la gastronomía o a la botánica, sino que se extienden al ámbito social. La relación que mantiene Lobby con los demás personajes se basa en la confianza y en la bondad. La belleza estética revierte en la ideológica.
En esta época de crisis tanto de las finanzas como de los derechos sociales y de los valores, obras como Rosa candida suponen, en principio, la recuperación del mito de la Edad de Oro. En su viaje a través de seis países, el protagonista del relato se va buscando a sí mismo. Deja atrás aeropuertos, hospitales y carreteras en los que siempre encuentra, pese a que son espacios despersonalizados, mujeres que lo ayudan, lo cuidan y protegen. Mujeres en tránsito. Cuando llega a su destino (un monasterio en lo alto de una colina, cuya rosaleda pretende restaurar), son los frailes quienes representan mejor el espíritu de esa sociedad perfecta, solidaria y pacífica.
A medida que profundizamos en la obra, vamos atravesando capas, de la piel al hueso. La lectura intramuscular de Rosa candida nos revela una visión del mundo en ocasiones arcaica, enmarcada por una aureola de cuño cristiano: La madre de Arnsljótur fallece en la carretera acatando su suerte; las mujeres secundarias cumplen la función de servir al joven; éste forma una trinidad con su hermano gemelo y con su padre; su hija, Flora Sol (de sólo nueve meses), obra milagros y balbucea palabras en varios idiomas; por último, Anna (la madre del bebé) es el único personaje desterrado de la arcadia social, curiosamente, también es el único que se plantea rebelarse en contra de su destino aciago.
La ternura de Rosa candida, vistos los premios que ha cosechado la novela, parece compensar la falta de hondura psicológica del protagonista, así como su carencia de recursos para desentrañar los conflictos privados de la madre de su hija. Con todo, la novela no defraudará a quienes busquen un rato de entretenimiento, una historia sencilla bien narrada y una buena dosis de optimismo, que no es poco.
Llevo tiempo pensando en leer este libro pero no termino de animarme. Está claro que no es una novela convencional y por tanto conlleva un riesgo: el de no gustar. Y hay tanto que leer que a veces da pereza arriesgarse, sin embargo me llama poderósamente la atención el título, el argumento y las opiniones que voy viendo, así que creo que acabaré leyéndolo.
ResponderEliminarUn saludo.