Fernando Sánchez Calvo
Personalmente, no me gusta leer los archiconocidos articuentos de Juan José Millás por una sencilla razón: me hacen pensar durante todo el día. Normalmente los lees a primera hora de la mañana, pasando directamente de la portada y páginas interiores del periódico a la columna que cierra a éste. Tú te estás tomando tranquilamente un café y entonces, no recuerdo qué día de la semana, en ese momento llega Millás contándote una historia sobre una muela, sobre algún adulterio desconcertante, sobre un recuerdo de la infancia, sobre el poder de la muerte en la memoria, sobre la seducción, sobre la caca, sobre el desorden material y humano que puede provocar un terremoto, sobre el descubrimiento de alguna nueva especie animal o vegetal que en principio no nos concernía pero al final del articuento Millás como autor y tú como lector descubrís que sí. Una vez leído el articuento, no es que pienses “qué tontería ha escrito hoy éste” pero sí lo olvidas momentáneamente hasta que, ya en el trabajo, durante la comida, tras la siesta, después de cenar, con la nunca ya sobre la almohada, esa muela, ese descubrimiento científico y esa historia en general, reaparecen y desaparecen simplemente para decirte que están ahí como temas y ya está. ¿Por qué? Porque los ha puesto Millás como orden del día junto a las noticias importantes sobre economía, política y fútbol. Dichos temas y reflexiones no te van a solucionar la vida ni tampoco es que captes el mensaje por fin después de doce horas: es que olvidas las cosas importantes que tu día te reservaba para simplemente pensar en el cuerpo, en la mente, en el lenguaje. Pasas a pensar en los temas de Millás, otra razón por la cual desconcierta leerle, leerlo y leer en general.
Cuerpo, mente, lenguaje, sociedad y cajón de sastre. No son secciones de un periódico ni de cualquier revista de variedades, sino las cinco partes que estructuran el colosal (en ambos sentidos de la palabra) tomo que Seix Barral, bajo el título de Articuentos completos, ha publicado sobre el autor valenciano, quien, muy a pesar de él o no, pasará a la historia de la literatura gracias a este híbrido de columna periodística y ficción, de humor y desconcierto, de cotidianos y extracotidianos. No sé cuánto tiempo hace que Millás escribe articuentos ni qué fue antes, si el articuento o el nombre en sí que, con tanto acierto, explica en qué consisten estas piezas breves, rara vez de más de una página de extensión, con las que se analiza la historia de nuestro planeta y de nuestras intimidades. Las cinco partes de las que antes hablábamos podrían ser perfectamente pues, las cinco obsesiones del autor no sólo en este género sino también en la novela (Léase Cuentos de adúlteros desorientados, La soledad era esto o Dos mujeres en Praga, por dar algunos títulos al azar). En los articuentos, sin embargo, y más en los seleccionados para esta completa antología incompleta por voluntad del autor (quien en conjunto con su editora decidió suprimir aquellos ejemplares que, por decirlo de alguna manera, trataban temas ya pasados de moda), dichas obsesiones crecen ante los ojos del lector por tratarse con lupa. Si cualquiera de nosotros mira a una mosca concluirá que es una mosca. Si Millás la mira con su lupa concluirá que es una mosca + su infancia en Valencia cazando moscas + una discusión propiciada por algún malentendido ocasionado por culpa del zumbido de ésta+ todos los insectos que la precedieron.
¿El origen de análisis tan prodigioso? Si atendemos a los comienzos de los casi mil articuentos que comprenden esta antología, muchas veces una conversación robada por el oído del autor a la mesa de al lado en cualquier cafetería de barrio. Si atendemos a la materia prima, cualquiera que se ponga delante del ojo de éste: asesinatos y nacimientos, pies y prostitutas, cuernos y lámparas. Si atendemos a un estado vital, el desconcierto ante la vida que el autor valenciano nunca podrá o querrá superar. No sé si Millás estará feliz por ello o no, de acuerdo o en desacuerdo, pero en la opinión general que me rodea, pasará a la historia (si es que hay alguna) como el magnífico autor del género breve que a muchos nos hace sentir más profundos aunque también más jodidos. Lo siento por sus novelas y el resto del material que produzca, pues, siendo bueno, no va de momento pegado a la piel del autor y a la de este lector como las veinte o treinta líneas que cada mañana me regalan un pequeño tema en el que poder pensar con fastidio.
Grande Millás.
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