José Manuel de la Huerga
Cuando un cuento publicado en una colección de literatura infantil toca, aunque sea levemente, el corazón de un lector de cualquier edad, quizás nos encontremos ante un milagro literario. Todos sabemos que no es habitual que un buen escritor de adultos sea capaz de adentrarse en el imaginario infantil y salga no sólo sin rasguños de la aventura, sino con los bolsillos cargados de esencias para próximos recorridos. Aún diría más, probablemente Garzo sea uno de los pocos escritores de adultos, en el panorama actual de la literatura española, que disfrute con estas incursiones en ese terreno de arenas movedizas. Una de las razones del secreto de este éxito es la coherencia: Gustavo Martín Garzo escribe exactamente igual para adultos que para niños. Sabe que su literatura mana de la fuente de nuestras hermosas contradicciones, del amor escurridizo, de ese algo maravilloso e intangible que intenta hacerse un hueco en la cotidianeidad ramplona de los seres humanos. Y está empeñado en difundir ese núcleo de calor que nos redime de nuestra condición egoísta y oscura: lo único que Garzo necesita es un lector que se deje engatusar, no importa su edad.
Carmela y su duende está escrito desde el centro de esa poética de Martín Garzo: Carmela es una niña que tiene un duende en su vida. Se hace mayor y olvida a ese duende de la imaginación, pero sin quererlo encuentra un sustituto, la lectura: «Cuando leemos volvemos a tener el mismo corazón que tuvimos de niños.»
Lo que me ha resultado más sorprendente es que el autor arriesga en un cuento para niños mensajes verdaderamente duros de la experiencia humana. Resulta especialmente emocionante el tratamiento que se hace de la muerte, asunto auténticamente singular y novedoso en un libro para pequeños lectores: la protagonista muere y el narrador no nos viene con milongas religiosas o afines: «Y cuando se murió todos se pusieron muy tristes… Nadie sabe a dónde se van las personas que se mueren… Pero tampoco se sabe lo que es el amor y no por eso dejamos de buscarlo.» La verdad que emana de estas palabras es consuelo que parece dicho a cada lector al oído.
La levedad de la narrativa de Gustavo M. Garzo se ve acompañada por un excelente trabajo de Beatriz Martín Vidal. Cumplen las ilustraciones con ese tópico que tantas veces se escribe pero que muy pocas veces se ve: los dibujos aportan información (son necesarios) y dialogan con el texto escrito. Un ejemplo: es singularmente hermoso el dibujo relacionado con la muerte de la protagonista, de cuya cabeza que parece dormida se levanta una bandada de pájaros…
El libro es una pequeña obra de arte que no debería pasar desapercibida como obra menor de Garzo, cajón donde la crítica descuidada suele meter lo que la incomoda. Carmela y su duende sin duda emocionará al adulto que acompañe al niño en la lectura. Porque «un cuento es una casita de palabras que nos ofrece cobijo cuando estamos solos».
Adquirí el libro por vuestra recomendación y no me ha defraudado.Las ilustraciones de Beatriz Martín dejan que nuestra imaginación dialogue con lo que el relato no cuenta.Es curioso, pero en una segunda lectura, mi mente incorporó una banda sonora al relato. Narración breve, escueta; sin embargo, las imágenes elevan el texto potenciando su impronta poética y metafórica. Ambos colaboraron en otro relato de reciente publicación:El pacto del bosque.
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