Ignacio Sanz
Los amores adolescentes son difíciles de olvidar. Y los de la mediana edad. Sobre todo cuando tienen consecuencias ulteriores. Por ello, antes que un tratado de medicina, estamos ante un recorrido pormenorizado por los quebrantos del corazón a través de una intensa saga familiar fundada por un médico nacido en el corazón ganadero de las montañas cántabras. También se trata, por extensión, de un recorrido por la intrahistoria de España. El narrador de esta novela es Abel, el nieto del fundador de la saga, recién licenciado en Medicina en la Universidad de Valladolid. Entre nieto y abuelo aparece el tío Berto, con su punto de excentricidad, dedicado también a la medicina. Y conflictos, muchos conflictos familiares soterrados que el narrador nos va contando con sutileza al tiempo que los descubre él mismo, es decir, en tiempo real, pues aunque de cara a la galería, sobre todo de cara a su madre, ha regresado a la vieja casona familiar donde ha pasado los veranos dichosos de su infancia y juventud para preparar el examen al MIR, en realidad está tratando de desentrañar ciertas zonas de sombra de su familia. Y entrando en esas zonas de sombras, el lector se va a topar de frente con pequeños monstruos arquetípicos de la historia de nuestro país.
La novela está poblada de personajes no sólo familiares, abuelos, tíos, primos, también criadas, enfermeras y gente de la vecindad. Y hay, cómo no, tratándose de un recorrido que abarca más de medio siglo, una evolución en las costumbres, pasando del clasismo rancio en el que se mueve la abuela, hasta el desenfado modernistas del primo Asier que pone en solfa con su actitud buena parte de ese rígido costumbrismo. Resulta muy interesante observar una vez leída la novela la evolución de los personajes, es decir, la habilidad que ha tenido José Manuel de la Huerga para dotar de dinamismo prácticamente a todas las criaturas que aparecen en estas páginas. De tal modo que el lector va cambiando su impresión sobre el carácter de todos o de casi todos los personajes, desde la Niña Fea, hasta Mabel, la vieja criada, dechado de sentido común y sabiduría natural, y pieza clave de esta complicada historia dramática, pero salpicada también de pequeñas ráfagas de humor.
El personaje central es el abuelo, el doctor Rojo, fundador de la saga en la que se centra la narración, cuya figura, influido por el ambiente, el narrador tiene idealizada. Pero es el propio narrador el que nos va descubriendo ciertas flaquezas personales y algunas complicidades con el sistema político que le fueron permitiendo escalar puestos en la jerarquía profesional.
Un elemento a destacar en la novela es el cuidado en el lenguaje, tanto cuando describe situaciones derivadas de la práctica de la medicina, ya que consigue hacerlo comprensible para el lector medio sin entrar en tecnicismos, como cuando deja hablar a los personajes populares como Noe, Luisal o Mabel que parecen ciertamente tipos extraídos del corazón de las montañas, expresándose con el sufijo “uco”, que más que una nota de costumbrismo local otorga a la narración carácter de autenticidad. El ritmo es sereno, como un río caudaloso que fluyera por la llanura.
Una vez leída, el lector piensa que tras la novela se agazapa un perfecto guión cinematográfico. Precisamente por la riqueza de matices que ofrecen los personajes y por el rico entramado de situaciones que la conforman.
En definitiva, estamos ante un friso riquísimo de paisajes y paisanajes que se desarrollan a lo largo de buena parte del siglo XX y a los que el autor ha dotado de vida al acentuar sus contradicciones, con la agilidad de un impresionista.
José Manuel de la Huerga: "La pasión mueve el mundo"
—Usted es natural de León y lleva muchos años afincado en Valladolid. Sin embargo, en su novela es muy importante el mar y el paisaje cantábrico (los valles, las montañas, la costa). Da la sensación de que esta ambientación no se debe sólo a simples razones literarias, sino que usted tiene un vínculo muy estrecho con ese paisaje, ¿es así o se trata de una apreciación equivocada?
—Para un castellano de El Páramo leonés Cantabria es la ventana abierta al mar. Santander, Laredo, San Vicente de la Barquera… tienen resonancia de verano en los oídos de la gente de tierra adentro. Ahí está desde hace décadas el llamado “tren playero” que sale cada verano desde Valladolid a las siete de la mañana, recorre la provincia de Palencia y “desemboca” en Santander. Los castellanos de los primeros años de la democracia llegaban por riadas, los fines de semana especialmente, para disfrutar de un paisaje cautivador: frente a ellos un mar infinito, a veces caliginoso, y a sus espaldas “praos” verdes y montañas escarpadas. Además, soy de esos niños de los setenta que estudiábamos la geografía de Castilla la Vieja con Santander como salida natural al mar.
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Me encantan los libros que recogen historias familiares, este no lo conocía pero tomo nota para futuras lecturas
ResponderEliminarsaludos!
la fila es grandisima, por eso sé que no lo leeré nunca, no obstante tomo nota de tan gran recomendación
ResponderEliminarGracias, Tatty, por dejar el libro entreabierto para el futuro. La palabra nunca es un poco gruesa, querido J.G., y, por fortuna, no sabemos lo que nos deparará un hermoso futuro... Gracias por lo de gran recomendación, por lo que me toca.
ResponderEliminarJMdelaH