Pedro M. Domene
Los años de la transición propiciaron la proliferación de la novela histórica, tanto de episodios de reciente actualidad en aquel momento, como lejanos. Consideraban entonces las editoriales que ofrecían una mezcla equilibrada de ficción y documentación, es decir, que la invención y la realidad iban parejas en la reconstrucción de un tiempo que el autor no ha vivido y, por consiguiente, debe conocer muy bien. El sentimiento popular de formar parte, de alguna manera, de la historia proviene del XIX, en favor de una burguesía ávida y sedienta de conocimiento. Durante la década de los ochenta del pasado siglo XX, la tendencia literaria instaba a una recuperación de la narratividad, y presumía acerca de la abolición de límites entre los géneros literarios. Desde entonces, el panorama con respecto a la novela y sus (seudo)géneros ha cambiado y bastante. La conexión entre ficción e historia ofreció entonces la posibilidad de salvar un género que pretendía recobrar energías. En aquel momento, se hablaba y se catalogó como subgénero histórico, aunque en la historia literaria reciente han quedado los, indiscutibles, éxitos de Eco y Yourcenar, en un intento de cuestionar las versiones oficiales, lejos de una catalogación de la historiografía oficial, y en un intento para recuperar buena parte de aquello que durante el franquismo español, concretamente, se había silenciado. No es el caso de otros países, donde el género ha crecido en direcciones bastante más amplias. Quizá por este simple motivo, muchos de los autores que entonces empezaban con obras en este mismo marco, En busca del unicornio (1987), Eslava Galán o El mal amor (1987), Fernán Gómez, después han conseguido un cierto prestigio, aunque ni entonces ni ahora deberíamos calificar el género con el simple concepto de «novela histórica» para así englobar un solo y único producto. Reconocidos autores de la época, se vieron motivados por la Historia para contar aspectos sobre la naturaleza humana, casos de las novelas, Urraca (1982), y La vieja sirena (1990), o para proyectar el pasado sobre el presente y defender la libertad, en un auténtico ejercicio de estilo, caso de Extramuros (1979), incluso narradores tratando sus textos como auténticas fuentes de sabiduría, desde la fabulación misma y la fantasía, Las joyas de la serpiente (1984), y muchas otras que hacían convivir, en un mismo contexto, a personajes históricos, heterogéneos y diacrónicos, o dudar de la existencia de muchos otros, en este sentido sirvan de ejemplo las novelas, Fragmentos de Apocalipsis (1977) o La isla de los jacintos cortados (1980), ambas de Torrente Ballester.
En la actualidad proliferan las novelas históricas y en el mercado editorial se establece un auténtico ranking entre los nombres que más venden y proliferan en nuestras librerías, desde Valerio Massimo Manfredi, Robert Graves, Colleen McCullough o José Luis del Corral, pero esta lista podría ampliarse con los nombres de Jesús Sánchez Adalid, Amin Maalouf, Noah Gordon o Ken Follet. A todos ellos se une Javier Arias Artacho (Barcelona, 1972), que forma ya parte de ese nutrido grupo de escritores que dotan a sus textos con esos diferentes registros con que se caracteriza a la buena literatura de tema histórico. Una primera incursión en el género fue, La sombra de Masada (2009) y ahora vuelve con Eitana, la esclava judía (2011), la historia de una joven esclava, arrancada desde su niñez en su Palestina natal hacia el cautiverio, una novela ambientada durante el Imperio de Claudio, año 54. Con un marcado acento clásico, casi épico, la historia de Eitana, cuya vida se caracteriza con la fuerza y el valor suficientes para sobrevivir, narra cómo el paso del tiempo va conformando su espíritu indómito que lleva al personaje desde Betsaida, la tierra del apóstol Pedro, la envuelve en un incierto destino, y acaba vendida como esclava en la Roma de Nerón, un infortunio del que solo se recuperará años después, mientras sigue realizando una búsqueda permanente de la libertad a lo largo de los años vividos como esclava, humillada y ultrajada.
La historia que nos cuenta Javier Arias funciona con requisitos tan acertados y amplios que cualquier lector verá en esta novela, además de un marco histórico documentado y creíble, la Roma del primer siglo, o el incendio que devastó gran parte de la ciudad, una acción graduada y calculada que avanza a medida que nos adentramos en su lectura, y aun se añade un intencionado sentimiento de espiritualidad paralelo a la pasión experimentada por la joven vendida en Roma, su existencia en la domus del juez, y su permanente lucha por sobrevivir en una esclavitud que marcará su destino en el futuro, hasta que consiga huir y vuelva a convertirse en una mujer libre finalmente, cuando los recuerdos y buena parte de su vida anterior ya hayan empezado a cicatrizar. Tres grandes bloques dividen la historia, «Tiempo de sufrir (De iunius del 54 a aprilis del 58)», cuando el lector conoce las circunstancias y el entorno de los personajes de Eitana, convertida en esclava, que la acompañarán en sus primeros años de cautiverio: Efren, Dolcina, Doma, el médico Didico y, sobre todo, el juez Claudio Ulpio, «Tiempo de crecer (De aprilis del 58 a iulius del 64)», su paso a la libertad, el encuentro con el librero Servius y su esposa Verina, su maternidad, su labor como amanuense, y la justificación de muchos de los episodios vividos por la joven judía en la metrópoli romana, hasta su vuelta a la incertidumbre, y «Tiempo de aceptar (De iulius del 64 a februarius del 65)» que, de alguna manera, cierra el ciclo vital de la joven cuando años atrás debería haber viajado hasta la villa romana de Marcius Julius, en Capua, y el destino le jugó una mala pasada, para cumplir la voluntad del tribuno. Una vez instalada, junto a Paulina, la viuda de su benefactor, Eitana recupera parte de su dignidad, aunque decide regresar a su tierra y una vez en Cesarea se desengaña cuando observa las diferencias experimentadas, tras tantos años de ausencia, la pérdida de su familia, sus vecinos y amigos que apenas la recuerdan, hasta que, en un nuevo guiño del destino, consigue la tan ansiada libertad, una palabra que se repite una y otra vez a lo largo del texto, y se convierte en tema esencial de la novela de Arias Artacho, quien le otorga el mismo valor al nombre de su protagonista, fuerza y valor, para que así la historia de Eitana adquiera, finalmente, un sentido completo.
Lo lei hace unas semanas y me gustó mucho, la historia es original al estar narrada desde la perspectiva del esclavo y la lectura es muy entretenida
ResponderEliminar