miércoles, julio 06, 2011

Siempre, Ignacio Elguero de Olavide

Hiperión, Madrid, 2011. 80 pp. 9 €

Ariadna G. García

La obra poética de Ignacio Elguero de Olavide puede dividirse en dos etapas. En la primera encontramos los libros Los años como colores (1998) y Cromos (2000); la segunda se corresponde con los poemarios editados por Ediciones Hiperión, y está constituida por El dormitorio ajeno (2003), Materia (2007) y Siempre (2011). Si bien es cierto que a ambos lados de la zanja es apreciable la huella temática de la poesía épica romana, el diálogo con la tradición poética de los Siglos de Oro, y el tratamiento de asuntos elegiacos (la pérdida, el olvido) o anacreónticos (el placer, el deseo); el estilo, sin embargo, es radicalmente opuesto en una u otra orilla de su creación literaria. A la estética pop de los comienzos (donde abundan las citas, las alusiones musicales o cinematográficas y la escenografía popular urbana), enfrenta Elguero un tono confidencial y meditativo de la mejor estirpe salmantina del siglo XVI. Dentro de esta segunda etapa, los libros van soltando lastre hasta alcanzar la cota de altura que sobrevuela Siempre, sin duda, el mejor poemario de su autor.
En su libro, Elguero dota de carácter simbólico a las coordenadas espacio-temporales donde se localizan los poemas. Todo connota. Nada queda al azar, ni a la improvisación. La lección la ha aprendido de los clásicos. Así, observamos que, según los motivos tratados, tanto el sujeto lírico del libro como la narrataria de los textos, se localizan o bien en un entorno natural (playas, bosques) a plena luz del día, o bien en un espacio cerrado a media noche. Ésta sugiere distintas emociones negativas que van de la añoranza al miedo. La dialéctica presencia/ausencia organiza la obra, que como un lienzo barroco está llena de claroscuros y contrastes de luz.
El pulso que mantienen en el libro la certeza y la incertidumbre determina la estética del conjunto de textos. Ya hemos hablado de la simbología, nos vamos a ocupar ahora de las modalidades oracionales del sujeto que habla. En su afán por detener el tiempo (“trato de retener/ para siempre este instante”, de Asientos contiguos) y por certificar la realidad, la voz que enuncia afirma taxativamente el estado de cosas de su mundo afectivo (“mi noche y mi delirio, tú”; “El deseo es el tiempo que hora habitas”, “Eres relieve, tacto”). Sin embargo, en otras ocasiones, en que las dudas colonizan al amante, la modalidad enunciativa deja paso a la interrogativa. Las preguntas aran la tierra, la llenan de surcos que no alojan ni semillas ni agua. Están a la intemperie, expuestas a nosotros, los lectores, a quienes piden una explicación. Cada interrogación remueve, agita, nuestro propio concepto de lo real (“¿Acaso tú me esperas?/ Sigo pensando en ti/ no sé hasta cuándo”, de Insomnio). Ignacio Elguero, que rinde homenaje con su poemario tanto a San Juan de la Cruz (“Por túneles, bodegas/ voy en busca de ti”, de Tentación) como a Pedro Salinas (“No te persigo a ti, yo aún voy más lejos”, de Dormitorio), es uno de nuestros poetas amorosos más intensos y elegantes. Sus versos rotundos, casi agónicos, redoblan en la mente mucho tiempo después de su lectura (“Te temo, sí/ como a un juego retórico/ donde todo es imagen”, de Límites).

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