miércoles, junio 22, 2011

El torturador arrepentido, Carlos Salem

Editorial Talentura, Madrid, 2011. 136 pp. 3 €

Miguel Baquero

En medio de una exitosa carrera como novelista de género negro —aunque, eso sí, entendido el género de una manera peculiar, donde el humor y la transgresión tienen un papel clave—, Carlos Salem hace un pequeño alto para entregar a la imprenta El torturador arrepentido, una obra de teatro que ya fue representada con éxito en Barcelona por la Compañía Brétema Teatro y que ahora tiene su edición en papel a cargo de la Editorial Talentura.
En El torturador arrepentido, el ágil, cáustico, iconoclasta autor de novelas como Matar y guardar la ropa o Pero sigo siendo el rey, deja a un lado el juego narrativo para encarar, mediante la acción teatral, el tema de la dictadura argentina y la feroz represión que se llevó a cabo durante aquel triste y cruel periodo. Con dicho tema como fondo, Salem, sin embargo, buscar ir más allá, hacia el fondo humano del problema, para plantear la cuestión no sólo de si el torturador puede llegar a tener remordimientos morales, sino si la condición de verdugo, de represor, está implícita en la naturaleza de las personas o si se llega a ella forzado por las circunstancias. O lo que es lo mismo: si cualquiera de nosotros, forzado por la situación, podría llegan a situarse a ese otro lado de la picana. Si, a cambio de seguridad y poder, podríamos mimetizarnos con el ambiente opresivo.
Ese posibilista que se adapta a cualquier situación… «es, quizás, el combustible de los nazismos que han sido y serán, el que no pregunta porque no le interesa preguntar, y que, paradójicamente, plantea la pregunta más difícil de responder: Si pudieras elegir entre ser torturador y torturado, ¿qué elegirías?», pregunta el autor en las Notas Finales a la obra.
Lejos del maniqueísmo seguramente oportunista al que conduciría una obra que parte de la situación citada, es muy de agradecer que El torturador arrepentido, en lugar de refugiarse en lo fácil, se atreve a plantearse preguntas profundas. Se atreva a rescatar esas cuestiones atemporales que siempre han constituido la base del hombre y que tendemos a ocultar, por su incomodidad, bajo un montón de lemas amables y consignas simpáticas y agradables de oír. Es tarea de los escritores de verdad sacudir toda esa hojarasca de palabras y volver a plantear, negro sobre blanco (y en este caso también, encima de unas tablas), las preguntas en su verdadera esencia.
Eso, quiero decir: la profundidad, es lo que hace de un libro o de una obra de teatro un texto realmente bueno, poderoso y recomendable de leer.

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