Alianza Editorial, Madrid, 2011. 261 páginas. 16 €
Care Santos
Care Santos
Sigo a Eduard Márquez desde que publicó, hace ya algunos años, El silencio de los árboles. Escritor polifacético, que tanto cultiva el cuento como se atreve con la literatura infantil de calidad, amanuense del lenguaje, narrador sin prisas ni pausas... de todas sus cualidades hay una que me sobrecoge cada vez que le leo: acaso, del actual panorama literario en catalán -su lengua principal, a pesar de que se haya preocupado de traducirse a sí mismo-, Márquez sea el autor que menos palabras utiliza en proporción a las emociones que provoca. Ya ocurría en sus anteriores entregas, pero en esta última el minimalismo retórico brilla en todo su esplendor. Al cerrar el libro, el lector se pregunta cómo diablos ha hecho el autor para contarnos tantas cosas y de tanto calado, en apenas 160 páginas. El lector habitual de Márquez, sin embargo, ya conoce su querencia por las distancias cortas, ya le ha escuchado o leído en más de una ocasión su personal elogio de la brevedad, un gusto que le lleva una y otra vez a perfeccionar el género, tan agradecido como ajustado a nuestros tiempos, de la novela breve. No cabe ninguna duda de que Márquez es un maestro en esa distancia media a la que, coherente, regresa una y otra vez.
El último día antes de mañana parte de un encuentro terrible y fortuito: el narrador, un hombre de mediana edad, que acaba de perder una hija, tropieza con un viejo amigo de la infancia convertido en mendigo callejero. Llevado por la memoria de otros tiempos, decide acogerlo en su propia casa y proporcionarle la oportunidad de ser testigo privilegiado del desmoronamiento de su existencia, del que el amigo reencontrado actuará como una especie de detonante, una causa fatal de diversas catástrofes, de modo que sobre él acabará concentrando todo el dramatismo de la acción.
Se trata de una novela triste. Muy triste. Dura. En sus páginas se suceden las separaciones y las pérdidas. Todo ocurre guiado por el signo de lo inevitable. Todo avanza hacia el precipicio. Sin embargo, Márquez logra entretejer la pesadumbre con otras cosas: los mimbres autobiográficos de la historia escolar, amenizada por un cura pederasta y otro que reparte pastillas Juanola como quien reparte hostias; la reflexión sobre las perdurabilidad de las relaciones humanas; sobre el sentido de la existencia; sobre la necesidad que tenemos, cada uno de nosotros, de hallar nuestro propio rincón frente al mar, nuestro propio descanso del guerrero. Y todo ello con un lenguaje mimado, una economía de recursos que no deja de sorprender a pesar de que estemos acostumbrados a ella y un talento innegable para la elección de lo que es realmente importante en una historia o lo que no interesa en absoluto. En esta novela se cuenta un mundo en ciento sesenta páginas. Un mundo donde los silencios pesan tanto como las palabras, donde las elipsis son un recurso narrativo. Un mundo que se parece mucho al nuestro, aunque es mucho mejor desde el punto de vista estético. Sólo por eso, merece la pena leerla.
* Existe versión en catalán: L'últim dia abans de demà, publicada por Empúries.
El último día antes de mañana parte de un encuentro terrible y fortuito: el narrador, un hombre de mediana edad, que acaba de perder una hija, tropieza con un viejo amigo de la infancia convertido en mendigo callejero. Llevado por la memoria de otros tiempos, decide acogerlo en su propia casa y proporcionarle la oportunidad de ser testigo privilegiado del desmoronamiento de su existencia, del que el amigo reencontrado actuará como una especie de detonante, una causa fatal de diversas catástrofes, de modo que sobre él acabará concentrando todo el dramatismo de la acción.
Se trata de una novela triste. Muy triste. Dura. En sus páginas se suceden las separaciones y las pérdidas. Todo ocurre guiado por el signo de lo inevitable. Todo avanza hacia el precipicio. Sin embargo, Márquez logra entretejer la pesadumbre con otras cosas: los mimbres autobiográficos de la historia escolar, amenizada por un cura pederasta y otro que reparte pastillas Juanola como quien reparte hostias; la reflexión sobre las perdurabilidad de las relaciones humanas; sobre el sentido de la existencia; sobre la necesidad que tenemos, cada uno de nosotros, de hallar nuestro propio rincón frente al mar, nuestro propio descanso del guerrero. Y todo ello con un lenguaje mimado, una economía de recursos que no deja de sorprender a pesar de que estemos acostumbrados a ella y un talento innegable para la elección de lo que es realmente importante en una historia o lo que no interesa en absoluto. En esta novela se cuenta un mundo en ciento sesenta páginas. Un mundo donde los silencios pesan tanto como las palabras, donde las elipsis son un recurso narrativo. Un mundo que se parece mucho al nuestro, aunque es mucho mejor desde el punto de vista estético. Sólo por eso, merece la pena leerla.
* Existe versión en catalán: L'últim dia abans de demà, publicada por Empúries.
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ResponderEliminarGracias,
Virginia Riquelme
Pequeño gran libro.
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