Trad. de Jordi Fibla. Mondadori, Barcelona, 2011. 214 pp. 21,90 €
Juan Marqués
Pocas veces sucede que, inmediatamente después de leer la última palabra de una novela, uno sienta ganas de volver directamente a la primera para comenzar de nuevo a recorrerla. Philip Roth lo ha vuelto a conseguir, como ya sucedió con la generalmente infravalorada La conjura contra América (2004) o, aún más recientemente, con Indignación(2008), que se convirtió de golpe en una de las mejores “novelas de campus” escritas nunca.
Némesis es, ahora, otra obra maestra escrita en permanente estado de gracia, con la ventaja de que, por sencilla, se diría que no se nota. Carece de cualquier tipo de trampas, artificios, complicaciones e incluso sorpresas, pero (en buena alianza con Jordi Fibla, el traductor más tenaz de Roth) consigue ser una narración trepidante, pulcra, ordenada, sin cabos sueltos ni tramas secundarias, sin apenas golpes de efecto (y el principal de éstos, que implica a la voz narrativa, constituye un gran acierto) ni voluntad de abrumar en ningún sentido. Su grandeza está en el modo en el que aborda un tema que a otro novelista aparentemente más ambicioso le habría llevado a una novela mucho más gruesa, poliédrica y generalista: una mortífera epidemia de poliomielitis en 1944 es un tema muy jugoso para contar muchas cosas, recorrer muchas ciudades e insinuar audaces correspondencias con lo que estaba sucediendo por entonces en las trincheras de Europa y en los campos de exterminio. Roth, en cambio, consigue todo eso de una forma más eficaz y elegante al focalizar muy particularmente, en la primera parte, lo que sucede en el barrio judío de Newark, tan bien conocido por él y tan frecuentado en sus narraciones, y centrándose en muy pocos personajes, principalmente en uno, el honrado profesor de gimnasia Bucky Cantor, a quien la narración disecciona magistral e inolvidablemente en cada una de las líneas de Némesis. En la segunda parte la acción se traslada a un campamento de verano de Indian Hill, y la narración, como el propio escenario, se hace más oxigenada y serena, menos asfixiante, pero durante muy pocas páginas de tregua... La tercera parte, ya epilogal, nos devuelve a Newark: ha pasado el tiempo y la conversación en la que allí se nos invita a entrometernos eleva definitivamente la novela, pero huyendo de ese moralismo que tanto ha repugnado siempre al autor.
Philip Roth, en general, da lo mejor de sí mismo en sus novelas digamos “históricas” y no tanto en las que se asoman a conflictos privados, pero no porque aquellas traten temas en principio más graves y trascendentales, sino por el modo de hacerlo, porque esa épica de lo pequeño que guía a Roth es más conmovedora cuando el telón de fondo, el paisaje temporal, el contexto... es más importante desde un punto de vista colectivo. La conjura contra América, por ejemplo, partía de una idea muy atractiva (la posibilidad de un presidente pronazi en la Casa Blanca) que daba para ensayar escenas de tremenda seriedad diplomática, recurrir a sucesos espectaculares o fantasear panorámicamente sobre las distintas reacciones universales ante ellos..., y en cierto modo lo hacía, pero logrando a la vez que las páginas más impresionantes fuesen aquellas en las que un niño judío queda encerrado durante unos pocos minutos en el cuarto de baño de su casa.
En Némesis lo alegórico también funciona de un modo tan tácito y pudoroso como potente. Tanto como sus últimas líneas, que rematan una novela gloriosa.
Juan Marqués
Pocas veces sucede que, inmediatamente después de leer la última palabra de una novela, uno sienta ganas de volver directamente a la primera para comenzar de nuevo a recorrerla. Philip Roth lo ha vuelto a conseguir, como ya sucedió con la generalmente infravalorada La conjura contra América (2004) o, aún más recientemente, con Indignación(2008), que se convirtió de golpe en una de las mejores “novelas de campus” escritas nunca.
Némesis es, ahora, otra obra maestra escrita en permanente estado de gracia, con la ventaja de que, por sencilla, se diría que no se nota. Carece de cualquier tipo de trampas, artificios, complicaciones e incluso sorpresas, pero (en buena alianza con Jordi Fibla, el traductor más tenaz de Roth) consigue ser una narración trepidante, pulcra, ordenada, sin cabos sueltos ni tramas secundarias, sin apenas golpes de efecto (y el principal de éstos, que implica a la voz narrativa, constituye un gran acierto) ni voluntad de abrumar en ningún sentido. Su grandeza está en el modo en el que aborda un tema que a otro novelista aparentemente más ambicioso le habría llevado a una novela mucho más gruesa, poliédrica y generalista: una mortífera epidemia de poliomielitis en 1944 es un tema muy jugoso para contar muchas cosas, recorrer muchas ciudades e insinuar audaces correspondencias con lo que estaba sucediendo por entonces en las trincheras de Europa y en los campos de exterminio. Roth, en cambio, consigue todo eso de una forma más eficaz y elegante al focalizar muy particularmente, en la primera parte, lo que sucede en el barrio judío de Newark, tan bien conocido por él y tan frecuentado en sus narraciones, y centrándose en muy pocos personajes, principalmente en uno, el honrado profesor de gimnasia Bucky Cantor, a quien la narración disecciona magistral e inolvidablemente en cada una de las líneas de Némesis. En la segunda parte la acción se traslada a un campamento de verano de Indian Hill, y la narración, como el propio escenario, se hace más oxigenada y serena, menos asfixiante, pero durante muy pocas páginas de tregua... La tercera parte, ya epilogal, nos devuelve a Newark: ha pasado el tiempo y la conversación en la que allí se nos invita a entrometernos eleva definitivamente la novela, pero huyendo de ese moralismo que tanto ha repugnado siempre al autor.
Philip Roth, en general, da lo mejor de sí mismo en sus novelas digamos “históricas” y no tanto en las que se asoman a conflictos privados, pero no porque aquellas traten temas en principio más graves y trascendentales, sino por el modo de hacerlo, porque esa épica de lo pequeño que guía a Roth es más conmovedora cuando el telón de fondo, el paisaje temporal, el contexto... es más importante desde un punto de vista colectivo. La conjura contra América, por ejemplo, partía de una idea muy atractiva (la posibilidad de un presidente pronazi en la Casa Blanca) que daba para ensayar escenas de tremenda seriedad diplomática, recurrir a sucesos espectaculares o fantasear panorámicamente sobre las distintas reacciones universales ante ellos..., y en cierto modo lo hacía, pero logrando a la vez que las páginas más impresionantes fuesen aquellas en las que un niño judío queda encerrado durante unos pocos minutos en el cuarto de baño de su casa.
En Némesis lo alegórico también funciona de un modo tan tácito y pudoroso como potente. Tanto como sus últimas líneas, que rematan una novela gloriosa.
Es fabulosa, en efecto.
ResponderEliminarDe lo mejor que ha escrito Roth. No visitar un blog llamado santuario.turegano.net donde cuentan el final del libro y lo destrozan
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