viernes, marzo 25, 2011

La puerta de la luna, Ana María Matute

Destino, Barcelona 2010. 864 pp. 26 €

Victoria R. Gil

La puerta de la luna reúne todos los textos breves publicados por Ana María Matute entre los años 1947 y 1998, agrupados según se asemejen más a cuentos o a artículos, porque ser, son todos pura fabulación narrativa. Historias de niños, adolescentes, desarrapados y locos pueblan 51 años de vocación cuentista de una autora apasionada por lo breve y dotada como pocos escritores para la maternidad de los relatos: «Los cuentos son renegados, vagabundos, con algo de la inconsciencia y crueldad infantil, con algo de su misterio. Hacen llorar y reír, se olvidan de donde nacieron, se adaptan a los trajes y a las costumbres de allí donde los reciben. Sí, realmente, no hay más de media docena de cuentos. Pero ¡cuántos hijos van dejándose por el camino!».
Por el mundo fabuloso de Matute cruzan «tímidos, iracundos, silenciosos, algunos muchachos. Podríamos conocerlos por un signo, una cifra o una estrella en la piel», pero el modo en que nos alcanzan suele ser trágico, tamizado, eso sí, con un lirismo que emana de sus páginas con fluidez. Algunos de estos cuentos, sobre todo los incluidos en su día en el libro Los niños tontos, evocan el teatro lorquiano más onírico. Leyendo “El negrito de los ojos azules” nos asalta la imagen del niño muerto de Así que pasen cinco años, poéticos, simbólicos e infortunados por igual. Pero esa similitud no va más allá porque si algo caracteriza la obra de esta escritora es su originalidad, su estilo tan personal que mezcla, en lo que parece una combinación imposible, el surrealismo poético con el realismo social más descarnado.
Las narraciones aquí reunidas sirven, como los cuentos tradicionales, para advertir de los peligros que rondan la infancia. En este caso, la crueldad y la indiferencia de los adultos es una enseñanza temprana y los niños de Matute no tardan en aprender que el futuro que les aguarda es violento y, casi siempre, miserable. Y que no importa cómo afronten esa realidad, huyendo de ella (“El tiempo”), haciéndola suya (“Fausto") o renunciando siquiera a intentarlo (“No hacer nada”), el resultado será el mismo: la muerte del cuerpo o del alma.
De ambos destinos, para Ana María Matute el peor, sin duda, es el segundo, como lo demuestra en “Fausto”, un relato donde el único con derecho a tener nombre es un felino vagabundo. La rápida y brutal entrada en el mundo adulto de esa niña que pasa de coleccionar pedacitos de espejo roto a romper sus sueños con la contundencia de quien estrella la cabeza de un gato contra la pared nos deja sin aliento.
Por eso el título elegido para esta recopilación llevada a cabo por María Paz Ortuño resulta tan adecuado, porque la única salvación se encuentra en la puerta de la luna, un lugar especial que contiene «todo un mundo secreto» que «nos devuelve al niño que aún vaga dentro de nosotros, buscando inúltimente puertas y ventanas por donde escapar». Una infancia que está muy presente en Matute, ya que como ella asegura a menudo, “por dentro sigo siendo una niña de doce años”.
Con este libro tenemos ahora la oportunidad de asomarnos con la perspectiva del tiempo a la obra más breve de una autora que lleva escribiendo casi 80 años y cuya nómina de premios abarca desde el Planeta al Cervantes, pasando, entre otros, por el Nadal y el Nacional de las Letras. Y a lo largo de su lectura es imposible sustraerse al convencimiento de que, durante gran parte de los años que abarca, escribir fue para ella sustento del alma y publicar, del cuerpo. Por eso lo que nos espera entre sus páginas no es más que «la vida (…) y, acaso, el viento mudo, como un frío resplandor contra la cara».

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