Lo confieso: llegué a este título después de saber que en Estados Unidos había desatado una encendida polémica entre bibliotecarios y profesores por la utilización, en la primera página, la palabra "escroto" ("scrotum", en inglés). Busqué alguna entrevista con Susan Patron y tropecé con esta perla:, extraída de su interesante página web: "Si tu trabajo es honesto, íntegro y respetuoso con el lector, nunca debes dejar que el miedo o la censura forme parte de tu proceso creativo".
Lucky, la protagonista de esta historia, es una niña de diez años que vive en mitad de un desierto, en Hard Pan. Es inquieta y siente curiosidad por muchas cosas, pero también está en horas bajas: su padre se encuentra lejos y su madre ha muerto. Para cuidarla ha aparecido Brigitte, la primera esposa de su padre, glamurosa y francesa, a quien ella imagina con deseos de marcharse desde la primera página. Lucky tiene amigos -Miles y Lincoln- y un perro. Los tres se convertirán, voluntaria o involuntariamente, en compañeros de una huida tan breve como redentora. Al fin, el mensaje es hermoso: la amistad salva. Creer en uno mismo, también.
Hay muchas cosas que me gustan de Lucky. Lo primero, el personaje. Esta niña valiente, pizpireta, un poco impertinente, que se divierte fisgando en los secretos de los mayores, no siempre hace lo que debe y no le teme a nada ni a nadie. En Estados Unidos, por cierto, se han publicado ya dos volúmenes más protagonizados por ella. Me gustan sus amigos, que regalan al lector algunos pasajes memorables, como esta descripción de Lincoln Clinton Carter Kennedy, el chaval a quien su madre puso todos esos nombres porque desea que llegue a presidente del país: "(...) tenía mejor aspecto de lejos: podías imaginarte cómo sería cuando le quedaran bien las orejas". Lincoln, por cierto, es un maniático del lenguaje que se dedica a añadir signos de puntuación a las señales de tráfico, que cree incomprensibles. Por cierto, una preocupación parecida alentó a escribir a la Susan Patron niña, atendiendo a sus palabras: "De pequeña, era muy tímida. A menudo me costaba hablar porque no podía encontrar las palabras exactas para expresar lo que estaba pensando o sintiendo. Descubrí que cuando escribes puedes tomarte todo el tiempo necesario para conseguir las palabras exactas y ponerlas en el orden preciso de modo que signifiquen exactamente lo que tú quieres que signifiquen".
Resulta en el libro entrañable -y a ratos, desternillante- la explicación del pasado familiar de la protagonista, el retrato de las madres -"la diferencia entre una tutora y una mamá es que una mamá no puede renunciar. Una mamá se compromete a trabajar de por vida"-, las reflexiones sobre la suerte que tienen los humanos por tener la Luna cerca o, por fin, la aclaración de la duda que surge a Lucky en la primera página, la de la palabra polémica Los pasos intermedios no tienen desperdicio, por cierto, cuando la niña piensa que un escroto es "algo que te sale cuando tienes gripe y toses mucho".
Aunque, con todo, lo mejor de este libro es su ausencia total de demagogia y su gran valentía. Los padres de los protagonistas forman parte de un mundo real que pocas veces aflora en los libros para niños, donde esa censura que rechaza Patron -y su forma más terrible: la autocensura- no es extraña en absoluto. Aquí, hay padres que huyeron cuya relación con sus vástagos se limita a un cheque mensual que no siempre llega; hay padres que están en la cárcel por camellos y hay madrastras tan bienintencionadas como enfrentadas a los interminables trámites del papeleo de inmigración. Por supuesto, todo esto espantará a quienes creen que los libros para niños deben ser una especie de gran eufemismo, pero quienes creen que la literatura es un buen lugar donde enfrentarse por primera vez a algunas cosas y hacerlo con decisión y buen humor, será un motivo de alegría saber que existen autores como Susan Patron, capaces de aunar en una sola historia ternura, carcajadas, una buena dosis de vida real -en la que no faltan las zonas de luz, además de las de sombra-, personajes originales, un desenlace hermoso pero nada almibarado y un mensaje que vale la pena legar.
No me extraña que esta novela consiguiera la prestigiosa Nwebery Medal, un galardón otorgado por los bibliotecarios estadounidenses al mejor libro para niños del año, y tampoco que ejércitos de puritanos que no entienden lo que quieren leer los más jóvenes se hayan puesto muy nerviosos. Ambas cosas hablan del libro en positivo.
Ojalá Noguer, que atesora uno de los mejores fondos de literatura infantil de nuestro país, siga rescatando joyas y dando a conocer autoras como ésta. Y ojalá el resto de la obra de esta bibliotecaria de Los Ángeles que llegue a los lectores en castellano.
Lucky, la protagonista de esta historia, es una niña de diez años que vive en mitad de un desierto, en Hard Pan. Es inquieta y siente curiosidad por muchas cosas, pero también está en horas bajas: su padre se encuentra lejos y su madre ha muerto. Para cuidarla ha aparecido Brigitte, la primera esposa de su padre, glamurosa y francesa, a quien ella imagina con deseos de marcharse desde la primera página. Lucky tiene amigos -Miles y Lincoln- y un perro. Los tres se convertirán, voluntaria o involuntariamente, en compañeros de una huida tan breve como redentora. Al fin, el mensaje es hermoso: la amistad salva. Creer en uno mismo, también.
Hay muchas cosas que me gustan de Lucky. Lo primero, el personaje. Esta niña valiente, pizpireta, un poco impertinente, que se divierte fisgando en los secretos de los mayores, no siempre hace lo que debe y no le teme a nada ni a nadie. En Estados Unidos, por cierto, se han publicado ya dos volúmenes más protagonizados por ella. Me gustan sus amigos, que regalan al lector algunos pasajes memorables, como esta descripción de Lincoln Clinton Carter Kennedy, el chaval a quien su madre puso todos esos nombres porque desea que llegue a presidente del país: "(...) tenía mejor aspecto de lejos: podías imaginarte cómo sería cuando le quedaran bien las orejas". Lincoln, por cierto, es un maniático del lenguaje que se dedica a añadir signos de puntuación a las señales de tráfico, que cree incomprensibles. Por cierto, una preocupación parecida alentó a escribir a la Susan Patron niña, atendiendo a sus palabras: "De pequeña, era muy tímida. A menudo me costaba hablar porque no podía encontrar las palabras exactas para expresar lo que estaba pensando o sintiendo. Descubrí que cuando escribes puedes tomarte todo el tiempo necesario para conseguir las palabras exactas y ponerlas en el orden preciso de modo que signifiquen exactamente lo que tú quieres que signifiquen".
Resulta en el libro entrañable -y a ratos, desternillante- la explicación del pasado familiar de la protagonista, el retrato de las madres -"la diferencia entre una tutora y una mamá es que una mamá no puede renunciar. Una mamá se compromete a trabajar de por vida"-, las reflexiones sobre la suerte que tienen los humanos por tener la Luna cerca o, por fin, la aclaración de la duda que surge a Lucky en la primera página, la de la palabra polémica Los pasos intermedios no tienen desperdicio, por cierto, cuando la niña piensa que un escroto es "algo que te sale cuando tienes gripe y toses mucho".
Aunque, con todo, lo mejor de este libro es su ausencia total de demagogia y su gran valentía. Los padres de los protagonistas forman parte de un mundo real que pocas veces aflora en los libros para niños, donde esa censura que rechaza Patron -y su forma más terrible: la autocensura- no es extraña en absoluto. Aquí, hay padres que huyeron cuya relación con sus vástagos se limita a un cheque mensual que no siempre llega; hay padres que están en la cárcel por camellos y hay madrastras tan bienintencionadas como enfrentadas a los interminables trámites del papeleo de inmigración. Por supuesto, todo esto espantará a quienes creen que los libros para niños deben ser una especie de gran eufemismo, pero quienes creen que la literatura es un buen lugar donde enfrentarse por primera vez a algunas cosas y hacerlo con decisión y buen humor, será un motivo de alegría saber que existen autores como Susan Patron, capaces de aunar en una sola historia ternura, carcajadas, una buena dosis de vida real -en la que no faltan las zonas de luz, además de las de sombra-, personajes originales, un desenlace hermoso pero nada almibarado y un mensaje que vale la pena legar.
No me extraña que esta novela consiguiera la prestigiosa Nwebery Medal, un galardón otorgado por los bibliotecarios estadounidenses al mejor libro para niños del año, y tampoco que ejércitos de puritanos que no entienden lo que quieren leer los más jóvenes se hayan puesto muy nerviosos. Ambas cosas hablan del libro en positivo.
Ojalá Noguer, que atesora uno de los mejores fondos de literatura infantil de nuestro país, siga rescatando joyas y dando a conocer autoras como ésta. Y ojalá el resto de la obra de esta bibliotecaria de Los Ángeles que llegue a los lectores en castellano.
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