Trad. Fernando González. Libros del Asteroide, Barcelona, 2010. 312 pp. 18,95 €
Ariadna G. García
En 1958 un cineasta japonés, Keisuke Kinoshita, daba a la historia del Séptimo Arte un título violento y despiadado: La balada de Narayama. Tenía 46 años y podía presumir de haber sobrevivido a la guerra contra China y de haber rodado una treintena de películas. La cinta relata una costumbre oriunda de las antiguas aldeas niponas. Según dictaba la letra de una antigua canción campestre, los hombres y mujeres que llegasen a los 70 años debían ser llevados por sus hijos a la cumbre de un monte nevado, donde permanecían solos, sin abrigo ni alimento, esperando su fin. En 1967 un novelista de Iowa, pero de origen escandinavo, Wallace Stegner, nos reconciliaba con la senectud y, de paso, con la sociedad gracias a un libro bello, delicado y cruel, de lectura imprescindible: El pájaro espectador.
La obra de Stegner arranca en las colinas de California. Allí, en una casa grande con jardines, y en medio de tormentas, un matrimonio de 70 años vive cómodamente alejados del trasiego de la urbe. Mientras él, Joe Allston (el irónico y entrañable narrador de la historia), trata de no sucumbir a una crisis debido a la edad, su esposa (Ruth) y sus amigos (el antiguo médico de cabecera, un escritor famoso…) se agarran a la vida derrochando un espíritu inquieto, comprometido y entusiasta en todo cuanto emprenden. Esta es la situación de inicio de la obra, que se ve amenazada cuando, de pronto, una postal firmada en una isla danesa hacia virar la proa del relato hacia otra época, otra localidad y otra nación. A petición de Ruth, de allí en adelante, cada noche Allston leerá el diario que escribió en secreto durante el viaje que emprendieron los dos a Dinamarca, veinte años atrás, para olvidar la muerte entre las olas de su único hijo. Wallace Stegner tejerá esta segunda trama con hilos procedentes de distintas madejas. A medio camino entre la novela de viajes, la novela negra, la novela de terror y las leyendas medievales, El pájaro espectador reta continuamente a nuestra imaginación para burlar sus expectativas. El resultado es un libro de hondo calado y de una gran riqueza literaria.
El corazón de su protagonista padece varias réplicas del terremoto que lo asoló tras perder a su madre. El sentimiento de culpa y el desarraigo derribarán de nuevo su frágil existencia cuando su hijo aspire un aliento de agua. El barrunto lejano de su propia extinción tendrá por epicentro el mismo punto. No obstante, la novela es un canto a los asideros que nos mantienen firmes, aunque las sacudidas sean fuertes. El amor, la amistad o la naturaleza son diques contra la avalancha de la culpa, los problemas de identidad y el miedo a la muerte.
Libros del Asteroide planea editar todas las novelas de Stegner. Ojala la traducción sea tan precisa, tan afilada como la presente. Casi podemos masticar las palabras y, con ellas, el mundo hermoso y a la vez perverso de su autor.
Ariadna G. García
En 1958 un cineasta japonés, Keisuke Kinoshita, daba a la historia del Séptimo Arte un título violento y despiadado: La balada de Narayama. Tenía 46 años y podía presumir de haber sobrevivido a la guerra contra China y de haber rodado una treintena de películas. La cinta relata una costumbre oriunda de las antiguas aldeas niponas. Según dictaba la letra de una antigua canción campestre, los hombres y mujeres que llegasen a los 70 años debían ser llevados por sus hijos a la cumbre de un monte nevado, donde permanecían solos, sin abrigo ni alimento, esperando su fin. En 1967 un novelista de Iowa, pero de origen escandinavo, Wallace Stegner, nos reconciliaba con la senectud y, de paso, con la sociedad gracias a un libro bello, delicado y cruel, de lectura imprescindible: El pájaro espectador.
La obra de Stegner arranca en las colinas de California. Allí, en una casa grande con jardines, y en medio de tormentas, un matrimonio de 70 años vive cómodamente alejados del trasiego de la urbe. Mientras él, Joe Allston (el irónico y entrañable narrador de la historia), trata de no sucumbir a una crisis debido a la edad, su esposa (Ruth) y sus amigos (el antiguo médico de cabecera, un escritor famoso…) se agarran a la vida derrochando un espíritu inquieto, comprometido y entusiasta en todo cuanto emprenden. Esta es la situación de inicio de la obra, que se ve amenazada cuando, de pronto, una postal firmada en una isla danesa hacia virar la proa del relato hacia otra época, otra localidad y otra nación. A petición de Ruth, de allí en adelante, cada noche Allston leerá el diario que escribió en secreto durante el viaje que emprendieron los dos a Dinamarca, veinte años atrás, para olvidar la muerte entre las olas de su único hijo. Wallace Stegner tejerá esta segunda trama con hilos procedentes de distintas madejas. A medio camino entre la novela de viajes, la novela negra, la novela de terror y las leyendas medievales, El pájaro espectador reta continuamente a nuestra imaginación para burlar sus expectativas. El resultado es un libro de hondo calado y de una gran riqueza literaria.
El corazón de su protagonista padece varias réplicas del terremoto que lo asoló tras perder a su madre. El sentimiento de culpa y el desarraigo derribarán de nuevo su frágil existencia cuando su hijo aspire un aliento de agua. El barrunto lejano de su propia extinción tendrá por epicentro el mismo punto. No obstante, la novela es un canto a los asideros que nos mantienen firmes, aunque las sacudidas sean fuertes. El amor, la amistad o la naturaleza son diques contra la avalancha de la culpa, los problemas de identidad y el miedo a la muerte.
Libros del Asteroide planea editar todas las novelas de Stegner. Ojala la traducción sea tan precisa, tan afilada como la presente. Casi podemos masticar las palabras y, con ellas, el mundo hermoso y a la vez perverso de su autor.
Comparto que es un relato profundo y vitalista, aunque a veces descarnado de la decadencia de la vejez. A los que ya nos acercamos a esa fase nos reaviva recuerdos y despierta el deseo de vivir mas intensamente el presente.
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