Coradino Vega
La mayoría de los libros de relatos de Alice Munro superan las trescientas páginas, albergan alrededor de una decena de cuentos con unas treinta de promedio, y cuando uno los termina siente la misma sensación de pérdida y duración que deja una densa, compleja y, al mismo tiempo, placentera novela. Más aún: cada uno de esos cuentos atesora esa cualidad de duración y mundo completo propia de la novela, microcosmos que ―gracias al primoroso dominio que tiene Alice Munro del tiempo narrativo y la elipsis― son capaces de contarnos una vida entera combinando la distancia larga dentro de la brevedad con el detallismo de lo concreto. En esta última colección de nueve relatos y la pequeña nouvelle que la titula y cierra, hay al menos siete obras maestras. De cómo una joven madre encaja la muerte de sus tres hijos, de cómo otra encara la desaparición voluntaria del suyo, de cómo se afronta la muerte y la enfermedad, la crueldad de los niños o la soledad en pareja, son algunos de los temas de los que tratan estos cuentos acaecidos en un tiempo «en que la gente empezaba a acostumbrarse a los ordenadores», ex hippies de vida tranquila o personas comunes o corrientes a las que, de pronto, sucede algo normal que se nos revela sin embargo extraordinario. Por su parte, la chejoviana Demasiada felicidad rastrea, de forma parecida a como hizo Coetzee con Dostoievski en El maestro de Petersburgo, los pasos de la novelista y matemática Sofia Kovalevski en el siglo XIX.
La prosa de Alice Munro es elegante, natural, de una técnica refinada y versátil que a la vez es precisa, afilada y pulcra, de una sobriedad y delicadeza en la que lo sereno se vuelve de repente punzante. En la misma página podemos sentir cómo se nos raja la cara de un navajazo y palpar simultáneamente la posibilidad de su cura. Porque en eso reside quizás la grandeza de Alice Munro, en su riqueza emocional, en la manera que tiene de dotar a la vida de sentido aunque sea narrando sus pequeños, inexplicables y numerosos sinsentidos. Cada escena cotidiana tiene la justa dosis de ambigüedad para entender el misterio que la habita. Leemos con placidez y armonía estos relatos que, sin embargo, encierran lo terrible, insoportable y tremendo como si nos adentráramos lentamente, sin estridencias ni artificios, en las aguas de una laguna llamada realidad. De ahí que Alice Munro sea una de las más grandes escritoras vivas, si no la que más: porque sabe conjugar complejidad y sencillez con la misma maestría con la que hace visible la maldad junto a la redención, la penumbra y lo epifánico, y las heridas con la bonheur de vivre. Leer a esta mujer que desprende sabiduría, comprensión y piedad es encontrarle sentido a la vida. Desde su hondura irónica, tibia y feroz, Alice Munro nos invita a amar la buena literatura o, lo que es lo mismo, a compartir con ella instantes de verdadera dicha.
La prosa de Alice Munro es elegante, natural, de una técnica refinada y versátil que a la vez es precisa, afilada y pulcra, de una sobriedad y delicadeza en la que lo sereno se vuelve de repente punzante. En la misma página podemos sentir cómo se nos raja la cara de un navajazo y palpar simultáneamente la posibilidad de su cura. Porque en eso reside quizás la grandeza de Alice Munro, en su riqueza emocional, en la manera que tiene de dotar a la vida de sentido aunque sea narrando sus pequeños, inexplicables y numerosos sinsentidos. Cada escena cotidiana tiene la justa dosis de ambigüedad para entender el misterio que la habita. Leemos con placidez y armonía estos relatos que, sin embargo, encierran lo terrible, insoportable y tremendo como si nos adentráramos lentamente, sin estridencias ni artificios, en las aguas de una laguna llamada realidad. De ahí que Alice Munro sea una de las más grandes escritoras vivas, si no la que más: porque sabe conjugar complejidad y sencillez con la misma maestría con la que hace visible la maldad junto a la redención, la penumbra y lo epifánico, y las heridas con la bonheur de vivre. Leer a esta mujer que desprende sabiduría, comprensión y piedad es encontrarle sentido a la vida. Desde su hondura irónica, tibia y feroz, Alice Munro nos invita a amar la buena literatura o, lo que es lo mismo, a compartir con ella instantes de verdadera dicha.
Estoy de acuerdo contigo. Cada relato de Alice es un pedazo de vida, con sus personajes cotidianos que ella hace especiales. Es de mis autoras preferidas. Demasiada felicidad la tengo ahí para leer. Ya te contaré.
ResponderEliminarSaludos
L;)
Es un libro magnífico; quizá el relato que menos me ha gustado es el que le da título, pero en bloque es un libro para no perdérselo
ResponderEliminarHace unos días lo tuve entre mis manos en la librería. La próxima vez lo compraré.
ResponderEliminarLo pondre en mi lista.
ResponderEliminarUn saludo*.*
Me parece interesante.
ResponderEliminarUn saludo:)