Trad. Purificación Meseguer. Demipage, Madrid, 2010. 191 pp. 18 €
Juan Pablo Heras
El autor de la que ha sido considerada como “la mejor novela sobre Israel” se crió en la Francia de los años 50 en el seno de una familia judeo-bereber que hunde sus raíces en Túnez y Argelia. Crecer en una casa en la que sólo se habla árabe, las costumbres son magrebíes y las creencias judías, para luego asomarse a la edad adulta en pleno mayo del 68, sólo puede hacer de uno un navegante de la identidad. Y si tal incertidumbre melancólica arrastra a muchos a los rigores de la fe de los conversos, a Haddad, en cambio, lo ha elevado a una envidiable posición de lucidez por encima de cualquier taxonomía nacional o étnica. Ya desde su estupenda propuesta argumental, Palestina hace evidente la artificialidad de las rígidas posiciones que se enconan en un conflicto histórico tan agudo como éste: Cham, un soldado israelí árabo-hablante es atrapado por un comando palestino y en el violento ajetreo del secuestro pierde la memoria. Cuando llega el huracán de la represalia es abandonado en el fondo de una fosa. A punto de morir de puro abandono, una joven palestina, profundamente pacifista, lo recoge y cura sus heridas. Para salvarle a él y a sí misma le hace asumir la identidad –y la documentación- de su hermano desaparecido, con el que guarda un parecido físico tan inexplicable como natural entre los que comparten las mismas raíces semíticas. Cham es ahora Nessim, y ha de vivir las duras vicisitudes cotidianas de los que habitan los territorios ocupados.
La amnesia de Cham-Nessim, cuyo punto de vista es privilegiado por el narrador durante la mayor parte de la novela, le dota de una particular forma de mirar el paisaje humano y orográfico de Cisjordania. Una suerte de blancura a la que parece aludir, por cierto, la preciosa cubierta de esta edición, en un expresivo blanco recortado por una tipografía verde en el tono umbrío de los olivos. Una posición contemplativa ante una tierra que persiste en ser hermosa pese a tanta lluvia de sangre y de odio, una exploración introspectiva que nos muestra lo que no cabe en las imágenes de la televisión.
Lo mejor de la novela está en su prosa –la traducción de Purificación Meseguer es impresionante, tanto como útiles las notas que ha decidido introducir- y lo peor en sus diálogos. Veamos. Haddad logra un delicado equilibrio que supera el tentador maniqueísmo con el que suele dibujarse este conflicto y deja testimonio de la multiplicidad de posturas políticas en las que se sitúan los palestinos. Pero para conseguirlo se ve a veces obligado a que los personajes se expliquen a sí mismos en discursos un tanto forzados, en los que sacrifica la verosimilitud por el valor informativo. En cambio, cuando es la voz del narrador la que lleva las riendas, asistimos a un fresco impecable –o al menos, creíble- de la realidad de los territorios ocupados, cuyas duras capas son profundamente perforadas por el talento poético de Haddad. Es esta capacidad de alumbrar el oscuro paseo por el abismo en el que se ha convertido Cisjordania lo que hace de ésta una novela extraordinaria.
Otro de los grandes méritos de Palestina consiste en escapar de ese maniqueísmo vulgar sin huir a la vez del compromiso con el que sufre. Como dicen los ex soldados del movimiento “Breaking the silence”, no es posible ser neutral en un conflicto como éste. Atender a todas las sensibilidades impide denunciar la violencia indiscriminada, los abusos y las injusticias. El mismo Haddad ha declarado que con esta novela pretende comunicar la esperanza compartida por tantos judíos y árabes en que algún día cercano convivan en paz “dos estados de derecho”. Y sin embargo, no edulcora la aspereza de las armas ni acalla los gritos del rencor. Sólo apunta la posibilidad de que el conocimiento mutuo del otro abra puertas en los muros.
Por cierto, Palestina fue Premio Renaudot de libro de bolsillo en 2009 y Premio de los Cinco Continentes de la Francofonía en 2008.
Juan Pablo Heras
El autor de la que ha sido considerada como “la mejor novela sobre Israel” se crió en la Francia de los años 50 en el seno de una familia judeo-bereber que hunde sus raíces en Túnez y Argelia. Crecer en una casa en la que sólo se habla árabe, las costumbres son magrebíes y las creencias judías, para luego asomarse a la edad adulta en pleno mayo del 68, sólo puede hacer de uno un navegante de la identidad. Y si tal incertidumbre melancólica arrastra a muchos a los rigores de la fe de los conversos, a Haddad, en cambio, lo ha elevado a una envidiable posición de lucidez por encima de cualquier taxonomía nacional o étnica. Ya desde su estupenda propuesta argumental, Palestina hace evidente la artificialidad de las rígidas posiciones que se enconan en un conflicto histórico tan agudo como éste: Cham, un soldado israelí árabo-hablante es atrapado por un comando palestino y en el violento ajetreo del secuestro pierde la memoria. Cuando llega el huracán de la represalia es abandonado en el fondo de una fosa. A punto de morir de puro abandono, una joven palestina, profundamente pacifista, lo recoge y cura sus heridas. Para salvarle a él y a sí misma le hace asumir la identidad –y la documentación- de su hermano desaparecido, con el que guarda un parecido físico tan inexplicable como natural entre los que comparten las mismas raíces semíticas. Cham es ahora Nessim, y ha de vivir las duras vicisitudes cotidianas de los que habitan los territorios ocupados.
La amnesia de Cham-Nessim, cuyo punto de vista es privilegiado por el narrador durante la mayor parte de la novela, le dota de una particular forma de mirar el paisaje humano y orográfico de Cisjordania. Una suerte de blancura a la que parece aludir, por cierto, la preciosa cubierta de esta edición, en un expresivo blanco recortado por una tipografía verde en el tono umbrío de los olivos. Una posición contemplativa ante una tierra que persiste en ser hermosa pese a tanta lluvia de sangre y de odio, una exploración introspectiva que nos muestra lo que no cabe en las imágenes de la televisión.
Lo mejor de la novela está en su prosa –la traducción de Purificación Meseguer es impresionante, tanto como útiles las notas que ha decidido introducir- y lo peor en sus diálogos. Veamos. Haddad logra un delicado equilibrio que supera el tentador maniqueísmo con el que suele dibujarse este conflicto y deja testimonio de la multiplicidad de posturas políticas en las que se sitúan los palestinos. Pero para conseguirlo se ve a veces obligado a que los personajes se expliquen a sí mismos en discursos un tanto forzados, en los que sacrifica la verosimilitud por el valor informativo. En cambio, cuando es la voz del narrador la que lleva las riendas, asistimos a un fresco impecable –o al menos, creíble- de la realidad de los territorios ocupados, cuyas duras capas son profundamente perforadas por el talento poético de Haddad. Es esta capacidad de alumbrar el oscuro paseo por el abismo en el que se ha convertido Cisjordania lo que hace de ésta una novela extraordinaria.
Otro de los grandes méritos de Palestina consiste en escapar de ese maniqueísmo vulgar sin huir a la vez del compromiso con el que sufre. Como dicen los ex soldados del movimiento “Breaking the silence”, no es posible ser neutral en un conflicto como éste. Atender a todas las sensibilidades impide denunciar la violencia indiscriminada, los abusos y las injusticias. El mismo Haddad ha declarado que con esta novela pretende comunicar la esperanza compartida por tantos judíos y árabes en que algún día cercano convivan en paz “dos estados de derecho”. Y sin embargo, no edulcora la aspereza de las armas ni acalla los gritos del rencor. Sólo apunta la posibilidad de que el conocimiento mutuo del otro abra puertas en los muros.
Por cierto, Palestina fue Premio Renaudot de libro de bolsillo en 2009 y Premio de los Cinco Continentes de la Francofonía en 2008.
Lo busco, lo busco y después te cuento!
ResponderEliminarKisses