Alianza Editorial, Madrid, 2010. 256 pp. 16 €
Recaredo Veredas
El paisaje desolado de Nueva Mexico —y su noche, que parece más oscura que cualquier otra— son el muro de carga de La noche sucks. Tan sólido apoyo sirve a Riestra para ofrecer, gracias al continuo trasiego de sus personajes sobre ese espacio, una mirada lúcida, con frecuencia desesperanzada pero nunca cruel, sobre el extraño orden del mundo. Contempla lo cotidiano con el debido estupor —sabe que una de las obligaciones de un escritor es descifrar la extrañeza de lo cotidiano— y lo explica sin asegurar certezas pero con la necesaria valentía, empleando la imprescindible palabra justa: «El cáncer es así, el aprendizaje de algo oscuro. Como si tuviéramos dentro una carcasa negra y esa carcasa fuese, poco a poco, revelándose». Escoge a un narrador extraño, una voz que lentamente se configura como personaje. Parece empeñado en un propósito destinado al fracaso en el que, como todo buen poeta, no tiene otra opción que perseverar: «algunos muchachos se pierden en el mero desierto, caminando, buscan la respuesta cuando la verdadera respuesta es que no hay respuesta». La mezcla de desesperanza y comprensión ayuda a que el lector conozca que alguien, en un lugar muy lejano, alguien en apariencia muy distinto, posee las mismas debilidades y fortalezas que él mismo.
El paralelismo, reconocido, con 2666, se encuentra en la firmeza con que reconoce el espíritu fatídico, cabalístico, casi satánico del desierto, reflejo de un mundo regido por normas incomprensibles e inasequibles, que se nos escapan y se nos escaparán siempre. Un mundo cuya oscuridad cada día resulta más obvia y visible, incluso por quienes se empeñan en seguir creyendo en las viejas convenciones: «el mundo es así, un entramado de mensajes incomprensibles, y todo lo que uno expulsa acaba por volver y todo lo que uno rechaza lo acaba llevando dentro para siempre». Además del referido Bolaño, el estilizado modernismo de Djuna Barnes, el permanente calor de Lispector o la precisión implacable de Carson McCullers (por la persistencia de la mirada, aunque lo observado resulte casi inasumible), aparecen con más o menos obviedad influencias cinematográficas, desde Short Cuts (La noche Sucks es más Altman que Carver) a Fat City.
La noche que arrastra a los personajes («—¿Has pensado alguna vez en la noche?— Sí, pero pensar en algo que no conoces en absoluto no sirve para nada») persiste lejos de Alburquerque y crea un manto que crece con constancia y lentamente encadena a los personajes: «Una novela como un bosque donde las historias dibujen figuras solo perceptibles desde arriba. La estructura es figuración, la estructura traza círculos concéntricos que cercan poco a poco el sentido». Sin embargo Riestra no se desentiende de sus criaturas: aunque no dude en entrar sin falsa compasión en sus entrañas les llena de sentimientos complejos y comprensibles. Además consigue evitar la dispersión, mantener la verticalidad y la orientación de una obra que desafía con coraje a los límites.
Recaredo Veredas
El paisaje desolado de Nueva Mexico —y su noche, que parece más oscura que cualquier otra— son el muro de carga de La noche sucks. Tan sólido apoyo sirve a Riestra para ofrecer, gracias al continuo trasiego de sus personajes sobre ese espacio, una mirada lúcida, con frecuencia desesperanzada pero nunca cruel, sobre el extraño orden del mundo. Contempla lo cotidiano con el debido estupor —sabe que una de las obligaciones de un escritor es descifrar la extrañeza de lo cotidiano— y lo explica sin asegurar certezas pero con la necesaria valentía, empleando la imprescindible palabra justa: «El cáncer es así, el aprendizaje de algo oscuro. Como si tuviéramos dentro una carcasa negra y esa carcasa fuese, poco a poco, revelándose». Escoge a un narrador extraño, una voz que lentamente se configura como personaje. Parece empeñado en un propósito destinado al fracaso en el que, como todo buen poeta, no tiene otra opción que perseverar: «algunos muchachos se pierden en el mero desierto, caminando, buscan la respuesta cuando la verdadera respuesta es que no hay respuesta». La mezcla de desesperanza y comprensión ayuda a que el lector conozca que alguien, en un lugar muy lejano, alguien en apariencia muy distinto, posee las mismas debilidades y fortalezas que él mismo.
El paralelismo, reconocido, con 2666, se encuentra en la firmeza con que reconoce el espíritu fatídico, cabalístico, casi satánico del desierto, reflejo de un mundo regido por normas incomprensibles e inasequibles, que se nos escapan y se nos escaparán siempre. Un mundo cuya oscuridad cada día resulta más obvia y visible, incluso por quienes se empeñan en seguir creyendo en las viejas convenciones: «el mundo es así, un entramado de mensajes incomprensibles, y todo lo que uno expulsa acaba por volver y todo lo que uno rechaza lo acaba llevando dentro para siempre». Además del referido Bolaño, el estilizado modernismo de Djuna Barnes, el permanente calor de Lispector o la precisión implacable de Carson McCullers (por la persistencia de la mirada, aunque lo observado resulte casi inasumible), aparecen con más o menos obviedad influencias cinematográficas, desde Short Cuts (La noche Sucks es más Altman que Carver) a Fat City.
La noche que arrastra a los personajes («—¿Has pensado alguna vez en la noche?— Sí, pero pensar en algo que no conoces en absoluto no sirve para nada») persiste lejos de Alburquerque y crea un manto que crece con constancia y lentamente encadena a los personajes: «Una novela como un bosque donde las historias dibujen figuras solo perceptibles desde arriba. La estructura es figuración, la estructura traza círculos concéntricos que cercan poco a poco el sentido». Sin embargo Riestra no se desentiende de sus criaturas: aunque no dude en entrar sin falsa compasión en sus entrañas les llena de sentimientos complejos y comprensibles. Además consigue evitar la dispersión, mantener la verticalidad y la orientación de una obra que desafía con coraje a los límites.
Gracias, Recaredo, qué buen lector eres y qué generoso.
ResponderEliminarUn beso grande,
B