martes, junio 15, 2010

Voces disidentes. Cuentos de la generación de medio siglo, VV.AA.

Menoscuarto, Palencia, 2010. 280 pp. 16,50 €

Ignacio Sanz

Qué triste fue el franquismo. La literatura no hace más que corroborarlo. Y qué primarios éramos los españoles; la sombra de tanto fraticidio se cuela en estos relatos hiperrealistas. Incluso en aquellos casos en los que los escritores buscan alegorías y metáforas, el peso de la guerra y la pobreza que arrastró consigo fue tan grande, que se coló por los intersticios de la vida.
Este libro de cuentos agrupados por la profesora Ana Casas es una radiografía espléndida de esa época gris. Voces disidentes recoge cuentos de Ignacio Aldecoa, Josefina Aldecoa, Juan Benet, Enrique Cerdán Tato, Ricardo Doménech, Jesús Fernández Santos, Jorge Ferrer-Vidal, Medardo Fraile, Juan García Hortelano, Juan Goytisolo, Alfonso Grosso, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Lauro Olmo, José María de Quinto, Fernando Quiñónez, Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, Daniel Suerio y Juan Eduardo Zúñiga. Veinte en total.
Por supuesto, se trata de cuentos impecables. No en vano habrán sido elegidos por la profesora Casas tras ser sometidos a un riguroso escrutinio. Lo que sorprende es la cerrazón ambiental y la pobreza que campea. También el peso de la realidad. Ni siquiera los autores que dieron luego muestras de una imaginación viva y fecunda, como Goytisolo o Sánchez Ferlosio, se libran de esa realidad asfixiante. Y es que, como diejra en una ocasión Mario Onaindía, antes que hija de unos autores, la literatura es hija de una época. Por eso, precisamente por eso, resulta sorprendente que Álvaro Cunquiero fuera capaz de escaparse y escribir en esa misma época una obra una obra tan imaginativa y disparatada.
Por supuesto que entre los autores hay matices. Cómo no. El cuento de Ana María Matute, tan realista, más que de pobreza, que también, habla de la miseria moral y de la crueldad de unos niños. La inocencia siempre tuvo un punto perverso. Y lo hace de tal modo que la lectura de su cuento nos hiere. También nos hiere el cuento de Carmen Martín Gaite que deja patente la diferencia entre clases sociales y cómo la alta burguesía sometía, y de qué modo, a los sirvientes. Como ahora, podría decir alguien. Pero no, como ahora, no. Por suerte.
Cada autor aporta matices en ese mosaico dominando por el gris que componen las diferentes estelas.
Como lector me he vuelto a estremecer con la lectura de Cabeza rapada, de Jesús Fernández-Santos, una pieza breve y contundente que podría servir como resumen de aquella época triste de posguerra.
Tarde de sábado, de José María de Quinto o Metamorfosis de un abogado, de Alfonso Sastre, a la vez que cuento marcadamente sociales abordan de manera directa la implicación política y la actitud colaboracionista con el régimen, si bien el de Sastre lo hace desde planteamiento fantásticos que recuerdan a Kafka. Posiblemente lo hiciera así para escapar de la censura.
También se sirve de la alegoría Zúñiga en El festín y la lluvia, escrito con una prosa tensa y elegante, con voluntad manifiesta de estilo, que se decía.
En conjunto es un magnífico friso de una época triste. Yo se lo recomendaría a los nostálgicos. Pero también se lo recomendaría a los buenos catadores de literatura con la misma pasión que les podría invitar a ver el neorrealismo italiano o el Plácido de Berlanga. Está muy bien leer estos cuentos en esta época en la que hay cierta desorientación, para, al menos, saber de dónde venimos. En estos cuentos late una verdad triste y ramplona que nos hiere. Y los escritores, una vez más, supieron captarlo como nadie.

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