R.B.A., Barcelona, 2010. 157 pp. 17 €
Ignacio Sanz
Arreola se hacía querer. En invierno vestía con una capa española que de daba un aire algo extravagante, que él mismo acentuaba con sus amagos sempiternos, su pavor a las muchedumbres, sus desplantes y sus manías. Le daban miedo las gentes a las que él arrebataba con el calor alocado de su plática florida. Yo soy un impostor, decía, qué pueden esperar ustedes de mí. No me hagan caso. Y luego se dedicaba a exaltar a las clases populares que cantan y cuentan y tienen el dominio intuitivo de la lengua, de la música de la lengua, que él dominaba como un gran contorsionista verbal. O hablaba con cariño de las confidencias y complicidades que se traía con Borges en mesas redondas, seguidas por cientos de estudiantes fervorosos. Y no disimulaba un cierto desdén hacia la gramática enredosa que solo había servido para proporcionar trabajo a esos profesores que se engolfaban en las reglas y se olvidaban de trasmitir la pasión por la literatura que él había aprendido en las retahílas y en las cancioncillas infantiles que le había trasmitido su abuela. El pueblo es sabio y habla de espaldas a las normas gramaticales. Y lo hace bien, sostenía con énfasis.
Tuve la suerte de conocerle y no lo olvidaré mientras vida. Era apasionante porque era descreído de las pompas académicas. Ignoro qué asunto espinoso le habría llevado a mantener algunas diferencias con Rulfo, su paisano jalisqueño. Había ejercido veinte oficios manuales, pero su paso por una imprenta le cambió para siempre.
La sombra de Arreola es muy alargada. Como su vida. En De memoria y olvido, la semblanza con la que se abre este libro, el lector puede rastrear sus orígenes humildes, su amor a la lengua, que no a la gramática, y su pasión por la cultura popular, pero también su amor por los clásicos. «Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka... Vivo rodeado de sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente.»
Este es Juan José Arreola, un escritor cultísimo que se había formado en Francia y que, frente a la visión localista de Rulfo, creó un universo de personajes más cosmopolita o, si se quiere, menos pegados a la tierra. Tocado por el surrealismo, con ciertos toques absurdos, trabajaba el estilo con minuciosidad elegante y afilada.
Confabulario es su libro por excelencia, el que mejor le define, el que resume como ninguno su pasión creativa e innovadora, el que se edita y reedita. Los cuentos que lo forman andan por ahí salpicando todas las antologías. La suya es una obra provocadora que se multiplica y desconcierta.
Veamos como empieza su Parábola del trueque, uno de sus célebres cuentos:
«Al grito de “Cambio esposas viejas por nuevas”, el mercader recorrió las calles del pueblo arrastrando su convoy de pintados carromatos.
Las transacciones fueron muy rápidas, a base de unos precios inexorablemente fijos. Los interesados recibieron pruebas de calidad y certificados de garantía, pero nadie pudo escoger. Las mujeres, según el comerciante, eran de veinticuatro quilates. Todas rubias y todas circasianas. Y más que rubias, doradas como candeleros.»
¿Quién, tras este comienzo, no se siente motivado a seguir leyendo? Eso es lo que tiene Arreola, que nos pone en la primera frase el caramelo en la boca, que nos sacude con su magia perturbadora.
A estas alturas, uno piensa que Arreola ya ha sido leído por delante y por detrás, que cualquier lector, a poco avisado que sea, se ha tropezado muchas veces con sus textos fragmentados, pero quien sabe, quizá los más jóvenes, abrumados por las reglas gramaticales que él odiaba, no han tenido ocasión de entrar en su obra. Y entonces, aquí está este libro esencial y vanguardista, editado y reeditado mil veces, que contiene piezas tan memorables como el propio Arreola, tan inteligente, tan corrosivo y tan libérrimo.
Ignacio Sanz
Arreola se hacía querer. En invierno vestía con una capa española que de daba un aire algo extravagante, que él mismo acentuaba con sus amagos sempiternos, su pavor a las muchedumbres, sus desplantes y sus manías. Le daban miedo las gentes a las que él arrebataba con el calor alocado de su plática florida. Yo soy un impostor, decía, qué pueden esperar ustedes de mí. No me hagan caso. Y luego se dedicaba a exaltar a las clases populares que cantan y cuentan y tienen el dominio intuitivo de la lengua, de la música de la lengua, que él dominaba como un gran contorsionista verbal. O hablaba con cariño de las confidencias y complicidades que se traía con Borges en mesas redondas, seguidas por cientos de estudiantes fervorosos. Y no disimulaba un cierto desdén hacia la gramática enredosa que solo había servido para proporcionar trabajo a esos profesores que se engolfaban en las reglas y se olvidaban de trasmitir la pasión por la literatura que él había aprendido en las retahílas y en las cancioncillas infantiles que le había trasmitido su abuela. El pueblo es sabio y habla de espaldas a las normas gramaticales. Y lo hace bien, sostenía con énfasis.
Tuve la suerte de conocerle y no lo olvidaré mientras vida. Era apasionante porque era descreído de las pompas académicas. Ignoro qué asunto espinoso le habría llevado a mantener algunas diferencias con Rulfo, su paisano jalisqueño. Había ejercido veinte oficios manuales, pero su paso por una imprenta le cambió para siempre.
La sombra de Arreola es muy alargada. Como su vida. En De memoria y olvido, la semblanza con la que se abre este libro, el lector puede rastrear sus orígenes humildes, su amor a la lengua, que no a la gramática, y su pasión por la cultura popular, pero también su amor por los clásicos. «Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka... Vivo rodeado de sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente.»
Este es Juan José Arreola, un escritor cultísimo que se había formado en Francia y que, frente a la visión localista de Rulfo, creó un universo de personajes más cosmopolita o, si se quiere, menos pegados a la tierra. Tocado por el surrealismo, con ciertos toques absurdos, trabajaba el estilo con minuciosidad elegante y afilada.
Confabulario es su libro por excelencia, el que mejor le define, el que resume como ninguno su pasión creativa e innovadora, el que se edita y reedita. Los cuentos que lo forman andan por ahí salpicando todas las antologías. La suya es una obra provocadora que se multiplica y desconcierta.
Veamos como empieza su Parábola del trueque, uno de sus célebres cuentos:
«Al grito de “Cambio esposas viejas por nuevas”, el mercader recorrió las calles del pueblo arrastrando su convoy de pintados carromatos.
Las transacciones fueron muy rápidas, a base de unos precios inexorablemente fijos. Los interesados recibieron pruebas de calidad y certificados de garantía, pero nadie pudo escoger. Las mujeres, según el comerciante, eran de veinticuatro quilates. Todas rubias y todas circasianas. Y más que rubias, doradas como candeleros.»
¿Quién, tras este comienzo, no se siente motivado a seguir leyendo? Eso es lo que tiene Arreola, que nos pone en la primera frase el caramelo en la boca, que nos sacude con su magia perturbadora.
A estas alturas, uno piensa que Arreola ya ha sido leído por delante y por detrás, que cualquier lector, a poco avisado que sea, se ha tropezado muchas veces con sus textos fragmentados, pero quien sabe, quizá los más jóvenes, abrumados por las reglas gramaticales que él odiaba, no han tenido ocasión de entrar en su obra. Y entonces, aquí está este libro esencial y vanguardista, editado y reeditado mil veces, que contiene piezas tan memorables como el propio Arreola, tan inteligente, tan corrosivo y tan libérrimo.
"Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el fondo de mí para encontrarte."
ResponderEliminarviva arreola!