Trad. Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. Impedimenta, Madrid, 2010. 646 pps. 28 €
Amadeo Cobas
Impedimenta reedita esta obra satírica firmada por Natsume Soseki, uno de los autores japoneses más importantes del siglo XX, maestro del sarcasmo y la autocrítica.
En esta prosopopeya gatuna domina el absoluto protagonismo de un minino con capacidad de raciocinio. Y no pequeña, permitiéndose el lujo de emitir juicios muy críticos respecto de su dueño y demás humanos: «¡La verdad, por cruda que suene, es que los hombres son todos unos ladrones!». Es un gato descarado, haciendo honor a la característica principal de su modo de ser, del rol que se le supone en su estado de mascota; además, se concede el beneficio de interactuar con el lector, reconvenirlo e inclusive marcarle las pautas para mejor entender el significado de ser gato, silabeando las cuatro ocupaciones principales de los de su raza, «a saber, caminar, sentarnos, permanecer en pie o tumbarnos»… No es mala vida, no.
Este felino hace gala de un conocimiento importante del acervo popular, no en vano esgrime dichos y refranes humanos con desparpajo y soltura. A la sazón que en lo suyo resulta «un inútil». ¿Por qué? Porque no caza ratones, y ni siquiera sirve para avisar a los dueños si es que entran ladrones a robar en casa…
«No hay mejor modo de matar el tiempo que chinchar al prójimo», dice este gato sin nombre. Y lo pone en práctica, porque trae a la luz las intimidades de su dueño, maestro de profesión, al que desprecia y vitupera llegando a tildarlo de loco. Eso no impide que, como él es un presumido, algo vergonzoso, se sonroje si alguien cuenta sus intimidades.
Ay, pero lo que es este gato es un romántico. Su lirismo descriptivo va cargado de detalles: «Las hojas de otoño, arremolinadas en dos o tres pisos de color escarlata entre los pinos, han caído como sueños antiguos». ¿Será porque los gatos, como van más pegados al suelo en su andar, perciben los matices con mayor claridad?
Hay escenas en la novela de verdad hilarantes, siempre obtenidas bajo el prisma de este narrador omnisciente de cuatro patas; hay diversas conversaciones disparatadas que pintan una sonrisa en el rostro del lector. Y aporta información bien interesante, sirva de muestra que en el transcurso de las páginas se hace un repaso por la gastronomía japonesa: pasteles de arroz rellenos de mermelada de judías, arroz de serpiente; pero no sólo nos llena el estómago este repaso, sino que se visitan muchos más aspectos del modo de vida nipón allá por los tiempos de la etapa Meiji, como su cultura, su tradición e inclusive su historia. Siempre con una mirada de reojo hacia las costumbres de Occidente, ya entonces referente en Asia.
Se marca este gato alguna que otra digresión pseudofilosófica (por cuya irrupción y consecuente interrupción en el hilo narrativo llega a pedir disculpas al lector), concluyendo de forma nada peregrina. Es la voz de la conciencia, sacando los colores a la raza humana al hacer aflorar sus imperfecciones, inquinas, defectos, envidias, etcétera.
Empecemos con las pegas: la lectura es demorada, lenta, este gato usa un lenguaje culto, a veces en exceso, volviendo plúmbea y poco creíble su forma de narrar cada vez que se vuelve metafísico. Es como si una persona marisabidilla le estuviera “soplando” las palabras correctas a utilizar… Y se regodea, además, volviéndose pedante al explicarnos su cometido: «continuar recopilando material para este libro, una monografía sobre ese animal de extrañas costumbres llamado ser humano». Y ese tono que se gasta el peludo narrador en su hablar a lo largo de la novela, tan recargado, pertinaz, en ocasiones engolado, resabiado siempre, vuelve barroco hasta la incomodidad el contenido. En definitiva, no sabe uno si el cariñoso acercamiento con el que inició este periplo no acabará transpuesto hacia la antipatía. De simpático va el gato trasladándose a borde. O cansino.
Lo más terrible, y esto va para la editorial, son las excesivas faltas ortográficas y tipográficas que deterioran una edición por otra parte lograda. Es una lástima que Impedimenta se haya comido alguna revisión de la maqueta antes de llevarla a la imprenta y afee el resultado desluciendo la novela con este descuido. Conste este leve tirón de orejas.
Amadeo Cobas
Impedimenta reedita esta obra satírica firmada por Natsume Soseki, uno de los autores japoneses más importantes del siglo XX, maestro del sarcasmo y la autocrítica.
En esta prosopopeya gatuna domina el absoluto protagonismo de un minino con capacidad de raciocinio. Y no pequeña, permitiéndose el lujo de emitir juicios muy críticos respecto de su dueño y demás humanos: «¡La verdad, por cruda que suene, es que los hombres son todos unos ladrones!». Es un gato descarado, haciendo honor a la característica principal de su modo de ser, del rol que se le supone en su estado de mascota; además, se concede el beneficio de interactuar con el lector, reconvenirlo e inclusive marcarle las pautas para mejor entender el significado de ser gato, silabeando las cuatro ocupaciones principales de los de su raza, «a saber, caminar, sentarnos, permanecer en pie o tumbarnos»… No es mala vida, no.
Este felino hace gala de un conocimiento importante del acervo popular, no en vano esgrime dichos y refranes humanos con desparpajo y soltura. A la sazón que en lo suyo resulta «un inútil». ¿Por qué? Porque no caza ratones, y ni siquiera sirve para avisar a los dueños si es que entran ladrones a robar en casa…
«No hay mejor modo de matar el tiempo que chinchar al prójimo», dice este gato sin nombre. Y lo pone en práctica, porque trae a la luz las intimidades de su dueño, maestro de profesión, al que desprecia y vitupera llegando a tildarlo de loco. Eso no impide que, como él es un presumido, algo vergonzoso, se sonroje si alguien cuenta sus intimidades.
Ay, pero lo que es este gato es un romántico. Su lirismo descriptivo va cargado de detalles: «Las hojas de otoño, arremolinadas en dos o tres pisos de color escarlata entre los pinos, han caído como sueños antiguos». ¿Será porque los gatos, como van más pegados al suelo en su andar, perciben los matices con mayor claridad?
Hay escenas en la novela de verdad hilarantes, siempre obtenidas bajo el prisma de este narrador omnisciente de cuatro patas; hay diversas conversaciones disparatadas que pintan una sonrisa en el rostro del lector. Y aporta información bien interesante, sirva de muestra que en el transcurso de las páginas se hace un repaso por la gastronomía japonesa: pasteles de arroz rellenos de mermelada de judías, arroz de serpiente; pero no sólo nos llena el estómago este repaso, sino que se visitan muchos más aspectos del modo de vida nipón allá por los tiempos de la etapa Meiji, como su cultura, su tradición e inclusive su historia. Siempre con una mirada de reojo hacia las costumbres de Occidente, ya entonces referente en Asia.
Se marca este gato alguna que otra digresión pseudofilosófica (por cuya irrupción y consecuente interrupción en el hilo narrativo llega a pedir disculpas al lector), concluyendo de forma nada peregrina. Es la voz de la conciencia, sacando los colores a la raza humana al hacer aflorar sus imperfecciones, inquinas, defectos, envidias, etcétera.
Empecemos con las pegas: la lectura es demorada, lenta, este gato usa un lenguaje culto, a veces en exceso, volviendo plúmbea y poco creíble su forma de narrar cada vez que se vuelve metafísico. Es como si una persona marisabidilla le estuviera “soplando” las palabras correctas a utilizar… Y se regodea, además, volviéndose pedante al explicarnos su cometido: «continuar recopilando material para este libro, una monografía sobre ese animal de extrañas costumbres llamado ser humano». Y ese tono que se gasta el peludo narrador en su hablar a lo largo de la novela, tan recargado, pertinaz, en ocasiones engolado, resabiado siempre, vuelve barroco hasta la incomodidad el contenido. En definitiva, no sabe uno si el cariñoso acercamiento con el que inició este periplo no acabará transpuesto hacia la antipatía. De simpático va el gato trasladándose a borde. O cansino.
Lo más terrible, y esto va para la editorial, son las excesivas faltas ortográficas y tipográficas que deterioran una edición por otra parte lograda. Es una lástima que Impedimenta se haya comido alguna revisión de la maqueta antes de llevarla a la imprenta y afee el resultado desluciendo la novela con este descuido. Conste este leve tirón de orejas.
Ay qué penita que haya habido algunos errores, es que desluce mucho, pero bueno, al menos parece que el libro merece la pena.
ResponderEliminarNo estoy en absoluto de acuerdo con la crítica del colaborador. O más bien me desconcierta. En primer lugar, no queda muy claro si le ha gustado o no. En un lugar dice que la novela es hilarante y dos líneas más abajo que el gato es moroso en su discurso. Luego dice que hay erratas (algo no muy raro, que se cuele alguna errata, en un libro de 700 páginas; estoy yo acabándome uno de Alba que las tiene a decenas, pero en fin...), y no acaba de definirse.
ResponderEliminarDe todos modos, si no le gusta el libro, ¿para qué lo reseña? ¿No tiene otra cosa mejor que hacer?
Yo me he leído el libro y me ha parecido entretenidísimo.
He leído el libro con gran agrado y no comparto para nada los comentarios del colaborador. Tal vez no haya sabido transportarse a la cultura que refleja, pero eso es un defecto del lector/colaborador, y no del escritor. En cuanto a las erratas, yo no las he detectado...
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