Ed. y prol. Juan Terranova. Lengua de Trapo, Madrid, 2009. 252 pp. 18,60 €
José Gutiérrez Román
He aquí una antología de escritores argentinos nacidos entre 1970 y 1980, y he aquí también una antología cuyo nexo de unión es el relato autobiográfico. Afirma Juan Terranova en su prólogo que «se podrían hacer tres libros más como este con jóvenes narradores de Argentina». Y entonces surge la pregunta: ¿Se refiere a la siempre prolífica cantera de cuentistas hispanoamericanos o a la actual tendencia literaria hacia lo autobiográfico? Uno sospecha que ambos argumentos podrían avalar su afirmación. Por otro lado, la lectura de este libro no deja lugar a dudas: los autores de allá siguen tocados por la varita mágica de la literatura, y la autoficción (o como queramos llamarla) continúa en boga. Así, al menos, lo demuestran los diecisiete relatos que componen este libro. En esta colección podemos disfrutar de ese atractivo que conlleva el género de la confesión: el pudor, el enmascaramiento, la vulnerabilidad que genera exponerse, el reírse de uno mismo, la mitificación y desmitificación de lo trivial o la asunción de las propias miserias. Todo ello puesto al servicio de la literatura (¿no es acaso la autobiografía un género de ficción?) y todo ello trazado con una frescura narrativa envidiable. Ese buen hacer literario deja entrever la herencia de maestros como Roberto Bolaño, cuya influencia aparece de una manera más o menos explícita en varios textos.
Una de las señas de identidad de este grupo generacional es la inclusión de las nuevas tecnologías en su vida y en la creación; así queda reflejado en algunos cuentos («Me encuentro en el chat con una ex compañera de mi primer curso de teatro», escribe Joaquín Linne) y en el hecho de que siete de ellos, por ejemplo, firmen un blog en Internet.
Pero hablemos de los valores que hacen de la lectura de esta recopilación un placer: una de las constantes en el relato autobiográfico, paradójicamente, es que casi siempre se habla más de los otros que de uno mismo (o quizá se hable de uno mismo a través otros), y en este caso la familia (y en especial la figura paterna) toma el papel protagonista, a saber: «Mi papá, desde que murió, vive junto a una mujer veinte años menor que él», Pablo Ali; «Entonces llegaba la nona Margarita y preguntaba por José. ¿José está acá?, preguntaba. Entonces le decíamos que se había muerto, que estaba en el cementerio, que se dejara de joder. (…) Entonces ella nos confundía y nos llamaba por el nombre que habían tenido sus primos, o sus hermanos», Federico Falco; «Hasta esto –y remarca el esto- te dejó el hijo de puta. La frase que acaba de decir mamá tiene dos componentes: (…) el hijo de puta se refiere a mi padre», Diego Grillo Trubba. Y así podríamos citar otros tantos, como el cuento de Pablo Natale, donde el secreto inconfensable de la familia se va haciendo evidente; o Un pasado propio, de Maximiliano Tomás, en el que el hijo decide «perdonar a su padre», aunque este «piense que ni siquiera ha hecho algo por lo que su hijo deba perdonarlo». Sería interesante realizar un análisis psicológico y sociológico sobre por qué salen tan mal parados los papás… Pero también están los textos que analizan los vaivenes vitales a través de una retrospectiva general, como la de Ignacio Molina (concentrando en un acontecimiento cada año de su existencia), o bien en la versión simbólica de Hernán Vanoli, que muestra bajo tres marcas de cerveza tres episodios relevantes de su vida. Mariana Enriquez, sin embargo, pone el acento sobre las drogas en un divertido relato, y Sebastián Martínez Daniell firma posiblemente el más experimental de todo el conjunto. Pero si continuamos la inmersión en la memoria llegamos a las narraciones abisales que desvelan los recuerdos de la niñez y sus ecos, como Curiosidad por Gómez de Celia Dosio, o los excelentes cuentos de Luciano Lamberti y Alejandra Zina.
El otro pilar temático de esta compilación es el de las relaciones personales: el amor y el sexo desde sus ramificaciones más platónicas e inocentes hasta la recreación de experiencias sexuales perturbadoras. Buena muestra de esto son el relato de Félix Bruzzone (Chica oxidada), o los de Sonia Budassi, Aquiles Cristiani y Patricio Pron (uno de los más sobresalientes).
Por uno u otro motivo, cada una de estas narraciones goza de su particular e inevitable poder de atracción. Al fin y al cabo el principal mérito de la buena literatura de autoficción no deja de ser el mismo que el de la buena literatura: nos permite a través de los reflejos de las palabras vivir otras vidas mientras creemos descubrir la nuestra propia. Y este acertado libro, amigo lector, sin duda “habla de ti”.
José Gutiérrez Román
He aquí una antología de escritores argentinos nacidos entre 1970 y 1980, y he aquí también una antología cuyo nexo de unión es el relato autobiográfico. Afirma Juan Terranova en su prólogo que «se podrían hacer tres libros más como este con jóvenes narradores de Argentina». Y entonces surge la pregunta: ¿Se refiere a la siempre prolífica cantera de cuentistas hispanoamericanos o a la actual tendencia literaria hacia lo autobiográfico? Uno sospecha que ambos argumentos podrían avalar su afirmación. Por otro lado, la lectura de este libro no deja lugar a dudas: los autores de allá siguen tocados por la varita mágica de la literatura, y la autoficción (o como queramos llamarla) continúa en boga. Así, al menos, lo demuestran los diecisiete relatos que componen este libro. En esta colección podemos disfrutar de ese atractivo que conlleva el género de la confesión: el pudor, el enmascaramiento, la vulnerabilidad que genera exponerse, el reírse de uno mismo, la mitificación y desmitificación de lo trivial o la asunción de las propias miserias. Todo ello puesto al servicio de la literatura (¿no es acaso la autobiografía un género de ficción?) y todo ello trazado con una frescura narrativa envidiable. Ese buen hacer literario deja entrever la herencia de maestros como Roberto Bolaño, cuya influencia aparece de una manera más o menos explícita en varios textos.
Una de las señas de identidad de este grupo generacional es la inclusión de las nuevas tecnologías en su vida y en la creación; así queda reflejado en algunos cuentos («Me encuentro en el chat con una ex compañera de mi primer curso de teatro», escribe Joaquín Linne) y en el hecho de que siete de ellos, por ejemplo, firmen un blog en Internet.
Pero hablemos de los valores que hacen de la lectura de esta recopilación un placer: una de las constantes en el relato autobiográfico, paradójicamente, es que casi siempre se habla más de los otros que de uno mismo (o quizá se hable de uno mismo a través otros), y en este caso la familia (y en especial la figura paterna) toma el papel protagonista, a saber: «Mi papá, desde que murió, vive junto a una mujer veinte años menor que él», Pablo Ali; «Entonces llegaba la nona Margarita y preguntaba por José. ¿José está acá?, preguntaba. Entonces le decíamos que se había muerto, que estaba en el cementerio, que se dejara de joder. (…) Entonces ella nos confundía y nos llamaba por el nombre que habían tenido sus primos, o sus hermanos», Federico Falco; «Hasta esto –y remarca el esto- te dejó el hijo de puta. La frase que acaba de decir mamá tiene dos componentes: (…) el hijo de puta se refiere a mi padre», Diego Grillo Trubba. Y así podríamos citar otros tantos, como el cuento de Pablo Natale, donde el secreto inconfensable de la familia se va haciendo evidente; o Un pasado propio, de Maximiliano Tomás, en el que el hijo decide «perdonar a su padre», aunque este «piense que ni siquiera ha hecho algo por lo que su hijo deba perdonarlo». Sería interesante realizar un análisis psicológico y sociológico sobre por qué salen tan mal parados los papás… Pero también están los textos que analizan los vaivenes vitales a través de una retrospectiva general, como la de Ignacio Molina (concentrando en un acontecimiento cada año de su existencia), o bien en la versión simbólica de Hernán Vanoli, que muestra bajo tres marcas de cerveza tres episodios relevantes de su vida. Mariana Enriquez, sin embargo, pone el acento sobre las drogas en un divertido relato, y Sebastián Martínez Daniell firma posiblemente el más experimental de todo el conjunto. Pero si continuamos la inmersión en la memoria llegamos a las narraciones abisales que desvelan los recuerdos de la niñez y sus ecos, como Curiosidad por Gómez de Celia Dosio, o los excelentes cuentos de Luciano Lamberti y Alejandra Zina.
El otro pilar temático de esta compilación es el de las relaciones personales: el amor y el sexo desde sus ramificaciones más platónicas e inocentes hasta la recreación de experiencias sexuales perturbadoras. Buena muestra de esto son el relato de Félix Bruzzone (Chica oxidada), o los de Sonia Budassi, Aquiles Cristiani y Patricio Pron (uno de los más sobresalientes).
Por uno u otro motivo, cada una de estas narraciones goza de su particular e inevitable poder de atracción. Al fin y al cabo el principal mérito de la buena literatura de autoficción no deja de ser el mismo que el de la buena literatura: nos permite a través de los reflejos de las palabras vivir otras vidas mientras creemos descubrir la nuestra propia. Y este acertado libro, amigo lector, sin duda “habla de ti”.
Oye, si no vais a publicar los comentarios, no déis la opción. Que todos tenemos mejores cosas que hacer que perder el tiempo.
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