Trad. Fernando Otero Macías y José Ignacio López Fernández. Alba, Barcelona, 2010. 224 pp, 18 €
Fernando Sánchez Calvo
«Todo el mundo sabe, Várenka, que el pobre vale menos que un trapo viejo y que no puede esperar respeto de nadie. ¡Por mucho que escriban esos plumíferos, por muchas páginas que escriban, para el pobre todo seguirá igual!». Lo afirma Makar Dévuskin (copiador de documentos en un departamento administrativo de San Petersburgo, lector incansable pero irregular), coprotagonista junto a Varvara (pariente lejana del primero, joven, enfermiza y huérfana) de la primera novela del, quizás, más representativo de los novelistas rusos. Cuando Dostoievski escribió Pobre gente tenía tan solo veintiocho años y, curiosamente (según las conclusiones que podemos extraer de las palabras rescatadas de Makar) parecía más conservador que en su famosa y agitada vejez. Todavía estaban por llegar grandes clásicos de la literatura como Crimen y castigo, El jugador o Los hermanos Karamazov y es cierto que muchos de los temas y obsesiones del viejo escritor se podían apreciar en el joven Dostoievski: el delicioso patetismo con el que hiperboliza la miseria, la creciente ridiculización del personaje y su habla y, en definitiva, otras características por las que los autores suelen aparecer en los manuales de literatura. Sin embargo, y aunque es frecuente que el artista proyecte un conjunto de motivos, fobias o símbolos comunes a lo largo de toda su obra, es obvio que Pobre gente es la novela de un Dostoievski con buenas intenciones, no ingenuo ni optimista pero tampoco resolutivo. Lejos estamos todavía del Rodia que en Crimen y castigo asesina a la prestamista a cambio de continuar con sus sueños, y lejos estamos también de la oscura complicidad bajo la que conviven Los hermanos Karamazov tras el parricidio. Pobre gente aún no es una tragedia sino un retrato a caballo entre el realismo y la parodia sobre gente cuya vida es una tragedia. Ésa es la diferencia con las dos grandes novelas del escritor. Makar y Varvara simplemente se escriben cartas, se visitan, pasan su triste vida jugando al amor sin que esto les obligue a arriesgarse en el amor, sufren las injusticias que les imponen los poderosos y otros pobres (porque eso sí, hasta dentro de la pobreza hay clases y jerarquía, y eso nunca lo ocultó Dovstoievski). Makar y Varvara no rompen con la sociedad. Hablan, sí. Protestan, también. Pero como toda la pobre gente, protestan a espaldas de sus opresores, cuando no les oyen. Ése dato y lo más trasnochado de un romanticismo excelentemente parodiado por el autor en las numerosas e insufribles cartas que los enamorados se envían apenas después de haberse visto, marcan el tono de la novela, que es ambicioso, fresco y, sobre todo, muy divertido. En Pobre gente Dovstoievski se rio (como quien ríe por no llorar) de la miseria. Después (supongo) los años, algún que otro hecho histórico notable y un mayor estudio de la mente humana harían olvidar esta primera etapa para embaucarse en proyectos más serios y más oscuros. A Makar y Varvara los queremos porque los conocemos perfectamente gracias al retrato que de ellos se hace en esta novela. A Rodia, por no hablar de los hermanos más famosos de la literatura rusa, los tememos porque gracias también a un magnífico retrato nunca llegaremos a conocerlos. Es la diferencia entre escribir todas las palabras y dejar entre tinieblas a algunas. Pobre gente es una novela limpia, de ésas que son válidas porque luego otras rematan de manera colosal la trayectoria literaria y vital del autor.
Fernando Sánchez Calvo
«Todo el mundo sabe, Várenka, que el pobre vale menos que un trapo viejo y que no puede esperar respeto de nadie. ¡Por mucho que escriban esos plumíferos, por muchas páginas que escriban, para el pobre todo seguirá igual!». Lo afirma Makar Dévuskin (copiador de documentos en un departamento administrativo de San Petersburgo, lector incansable pero irregular), coprotagonista junto a Varvara (pariente lejana del primero, joven, enfermiza y huérfana) de la primera novela del, quizás, más representativo de los novelistas rusos. Cuando Dostoievski escribió Pobre gente tenía tan solo veintiocho años y, curiosamente (según las conclusiones que podemos extraer de las palabras rescatadas de Makar) parecía más conservador que en su famosa y agitada vejez. Todavía estaban por llegar grandes clásicos de la literatura como Crimen y castigo, El jugador o Los hermanos Karamazov y es cierto que muchos de los temas y obsesiones del viejo escritor se podían apreciar en el joven Dostoievski: el delicioso patetismo con el que hiperboliza la miseria, la creciente ridiculización del personaje y su habla y, en definitiva, otras características por las que los autores suelen aparecer en los manuales de literatura. Sin embargo, y aunque es frecuente que el artista proyecte un conjunto de motivos, fobias o símbolos comunes a lo largo de toda su obra, es obvio que Pobre gente es la novela de un Dostoievski con buenas intenciones, no ingenuo ni optimista pero tampoco resolutivo. Lejos estamos todavía del Rodia que en Crimen y castigo asesina a la prestamista a cambio de continuar con sus sueños, y lejos estamos también de la oscura complicidad bajo la que conviven Los hermanos Karamazov tras el parricidio. Pobre gente aún no es una tragedia sino un retrato a caballo entre el realismo y la parodia sobre gente cuya vida es una tragedia. Ésa es la diferencia con las dos grandes novelas del escritor. Makar y Varvara simplemente se escriben cartas, se visitan, pasan su triste vida jugando al amor sin que esto les obligue a arriesgarse en el amor, sufren las injusticias que les imponen los poderosos y otros pobres (porque eso sí, hasta dentro de la pobreza hay clases y jerarquía, y eso nunca lo ocultó Dovstoievski). Makar y Varvara no rompen con la sociedad. Hablan, sí. Protestan, también. Pero como toda la pobre gente, protestan a espaldas de sus opresores, cuando no les oyen. Ése dato y lo más trasnochado de un romanticismo excelentemente parodiado por el autor en las numerosas e insufribles cartas que los enamorados se envían apenas después de haberse visto, marcan el tono de la novela, que es ambicioso, fresco y, sobre todo, muy divertido. En Pobre gente Dovstoievski se rio (como quien ríe por no llorar) de la miseria. Después (supongo) los años, algún que otro hecho histórico notable y un mayor estudio de la mente humana harían olvidar esta primera etapa para embaucarse en proyectos más serios y más oscuros. A Makar y Varvara los queremos porque los conocemos perfectamente gracias al retrato que de ellos se hace en esta novela. A Rodia, por no hablar de los hermanos más famosos de la literatura rusa, los tememos porque gracias también a un magnífico retrato nunca llegaremos a conocerlos. Es la diferencia entre escribir todas las palabras y dejar entre tinieblas a algunas. Pobre gente es una novela limpia, de ésas que son válidas porque luego otras rematan de manera colosal la trayectoria literaria y vital del autor.
Muy buen comentario, esté o no de acuerdo. Dostoievski fue "rica gente" en cualquier caso, tanto al describir a los delincuentes como a los desgraciados como a...
ResponderEliminarA la altura sólo de los grandes incluso en sus pequeñas obras.
Saludos