Tusquets, Barcelona, 2009. 240 pp. 15.38 €
José Luis Gómez Toré
Chantal Maillard (Bruselas, 1951), Premio Nacional de Poesía 2004 por Matar a Platón, acaba de reeditar uno de sus libros más interesantes, Hainuwele, junto con una selección de textos pertenecientes a otros poemarios. En este libro (que ahora podemos escuchar también, en la voz de su autora, en el CD que acompaña al volumen), Maillard recrea un mito indonesio para aproximarse a lo que ha sido una obsesión constante en su obra, la muerte, convertida aquí en un acto de entrega amorosa. La joven Hainuwele, a quien la escritora presta su voz, comprende que su búsqueda amorosa tras el Señor del Bosque sólo puede culminar con su desaparición, lo cual supone una significativa inversión del mito inicial en el que el sacrificio no es decisión propia. Al igual que en otros de sus poemarios como el citado Matar a Platón, Maillard escribe no una suma de poemas, sino un libro unitario, sostenido por breves destellos narrativos, que nos invitan a recorrer un itinerario amoroso junto a la protagonista. La creación de un yo ficticio no supone en ningún momento una merma de la emoción; por el contrario, la renuncia a la confesión autobiográfica abre un espacio para la distancia, que es intelectual pero no emocional, que permite a la escritora y al lector explorar la peculiar experiencia amorosa, mezcla de Eros y Thanatos, que vive Hainuwele. Este distanciamiento relativo evita a Maillard la caída, que se da en ocasiones en otros tramos de su escritura, en cierta sequedad expresiva. Aquí, por el contrario, inteligencia y sentimiento, sensorialidad y simbolismo se dan de la mano para preguntarnos sobre nuestra relación con una naturaleza que nos desborda, que está a la vez fuera y dentro de nosotros.
Desde esta visión de la naturaleza, el intenso erotismo de muchos de los textos nos obliga a mirar el cuerpo como un enigma, atravesado por el deseo pero también por la conciencia de su destino mortal, destino que Hainuwele transfigura de condena en afirmación propia: «Tu nombre sabe a musgo y en mi boca/ se diluye/ como este ser de muerte que me habita/ y me crea, ve va creando/ en el grito, de un ave, el rastro de una hiena...». La sexualidad es en este libro un territorio que nos invita a explorar nuestra naturaleza animal. Sólo en ese reconocimiento de la animalidad parece posible una reconciliación con la muerte, con una vida que se crea y se destruye a cada instante, como en la danza de Siva a la que alude la autora en el interesante prólogo que precede a los poemas. La intensidad lírica que consigue en no pocos de los textos que conforman Hainuwele recuerda en ocasiones a la mística (un misticismo en el que se anudan las tradiciones occidentales y orientales), pero de una mística sin trascendencia, una mística de lo sagrado inmanente en la que la fusión con la totalidad no implica la supervivencia de un yo personal: «Existiré entonces en todo lo que veo,/ naceré del rocío,/ ciega, igual y distinta en cada aurora». La voz se debate entre su pertenencia a la constante metamorfosis de la corriente de la vida y su precaria individualidad: «Sólo aquello que tiene nombre muere». Y sin embargo, en su renuncia al propio nombre, ese nombre se salva como presencia, como memoria de una entrega.
José Luis Gómez Toré
Chantal Maillard (Bruselas, 1951), Premio Nacional de Poesía 2004 por Matar a Platón, acaba de reeditar uno de sus libros más interesantes, Hainuwele, junto con una selección de textos pertenecientes a otros poemarios. En este libro (que ahora podemos escuchar también, en la voz de su autora, en el CD que acompaña al volumen), Maillard recrea un mito indonesio para aproximarse a lo que ha sido una obsesión constante en su obra, la muerte, convertida aquí en un acto de entrega amorosa. La joven Hainuwele, a quien la escritora presta su voz, comprende que su búsqueda amorosa tras el Señor del Bosque sólo puede culminar con su desaparición, lo cual supone una significativa inversión del mito inicial en el que el sacrificio no es decisión propia. Al igual que en otros de sus poemarios como el citado Matar a Platón, Maillard escribe no una suma de poemas, sino un libro unitario, sostenido por breves destellos narrativos, que nos invitan a recorrer un itinerario amoroso junto a la protagonista. La creación de un yo ficticio no supone en ningún momento una merma de la emoción; por el contrario, la renuncia a la confesión autobiográfica abre un espacio para la distancia, que es intelectual pero no emocional, que permite a la escritora y al lector explorar la peculiar experiencia amorosa, mezcla de Eros y Thanatos, que vive Hainuwele. Este distanciamiento relativo evita a Maillard la caída, que se da en ocasiones en otros tramos de su escritura, en cierta sequedad expresiva. Aquí, por el contrario, inteligencia y sentimiento, sensorialidad y simbolismo se dan de la mano para preguntarnos sobre nuestra relación con una naturaleza que nos desborda, que está a la vez fuera y dentro de nosotros.
Desde esta visión de la naturaleza, el intenso erotismo de muchos de los textos nos obliga a mirar el cuerpo como un enigma, atravesado por el deseo pero también por la conciencia de su destino mortal, destino que Hainuwele transfigura de condena en afirmación propia: «Tu nombre sabe a musgo y en mi boca/ se diluye/ como este ser de muerte que me habita/ y me crea, ve va creando/ en el grito, de un ave, el rastro de una hiena...». La sexualidad es en este libro un territorio que nos invita a explorar nuestra naturaleza animal. Sólo en ese reconocimiento de la animalidad parece posible una reconciliación con la muerte, con una vida que se crea y se destruye a cada instante, como en la danza de Siva a la que alude la autora en el interesante prólogo que precede a los poemas. La intensidad lírica que consigue en no pocos de los textos que conforman Hainuwele recuerda en ocasiones a la mística (un misticismo en el que se anudan las tradiciones occidentales y orientales), pero de una mística sin trascendencia, una mística de lo sagrado inmanente en la que la fusión con la totalidad no implica la supervivencia de un yo personal: «Existiré entonces en todo lo que veo,/ naceré del rocío,/ ciega, igual y distinta en cada aurora». La voz se debate entre su pertenencia a la constante metamorfosis de la corriente de la vida y su precaria individualidad: «Sólo aquello que tiene nombre muere». Y sin embargo, en su renuncia al propio nombre, ese nombre se salva como presencia, como memoria de una entrega.
Muy buena reseña en todos los aspectos.
ResponderEliminarNo estoy, sin embargo, de acuerdo, en lo de "sequedad expresiva" de otros tramos de su poesía. Sencillamente, ella adecua sus medios al tema, al momento expresivo que está tratando. "Hilos" no es un libro seco: es un libro de duelo, un poemario-cuaderno de superviviencia, por eso la autora prescinde de artificios retóricos (en los que, por otra parte, ya no cree) y aborda una expresión desnuda, del ojo al hueso: expresión "acantilada", merma, sustracción. No es sequedad (como no es seco Beckett), sino depuración, llegar al estremecimiento desde abajo, prescindiendo de la designación convencional.
O al menos así lo veo yo,
gracias por tu excelente reseña, una vez más.
saludos
PD: olvidé decir que el CD me sacudió, me desenraizó, me hizo vibrar. Impresionante voz y un regalo inesperado.
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