Anagrama, Barcelona, 2010. 154 pp. 14,25 €
Coradino Vega
¿Qué le sucede a un hombre común que se ve obligado a dejar el pueblo, con su mujer y su hijo, porque la imprenta en la que trabajaba quebró debido a las nuevas tecnologías, y la huerta no daba para comer, y en el norte industrializado había quizás más posibilidades de futuro? ¿Qué le sucede a este hombre ―Felipe Díaz Carrión― cuando llegan a Guipúzcoa, y se tiene que poner a trabajar en una fábrica, y llega otro hijo, y viven en un piso en un bloque del extrarradio igual a otros, y su hijo mayor le mira cada vez más esquinado, cada vez más alejado de él y refugiado en sus nuevas compañías, y su mujer también parece integrarse en ese nuevo mundo, y a él sólo le queda el consuelo del hijo menor, que se ha aficionado a las plantas y le hace recordar su huerta que, para él, sigue siendo la mejor metáfora del paraíso arrebatado? Pues lo que le sucede es que un día, sin saber cómo ni cuándo, el hijo mayor le suelta algo así como: «Qué me vas a ayudar tú, si eres un paleto de mierda, un paleto de mierda y además uno de ellos». «Uno de quién», responde este hombre común, desubicado. «Uno de ellos, de quién va a ser, de toda esa inmunda morralla de mierda que no nos deja vivir y nos tiene históricamente oprimidos.» Y el hombre replica, casi en voz baja, «qué sabrás tú de estar oprimido y menos históricamente oprimido», acordándose quizás de su propio padre, que se llamaba igual que él, Rafael Díaz, un nombre que aparece junto a otros en la cruz que levantó el primer ayuntamiento de la democracia a las afueras del pueblo. Y el hijo estalla, y le reprocha «la culpa de sus mierdosos apellidos, y de su mierdoso lugar de origen, de su sumisión aborregada y de su cochina pobretería, de su vejez, de su apocamiento, de su inactividad, todo el día deprimido y jugando a las cartas, la culpa de que él hubiera nacido justamente de quien había nacido y de tener un padre que era un don nadie y era un fascistón de tomo y lomo».
Eso es lo que empieza a suceder en Ojos que no ven, la hermosísima novela de J.Á. González Sainz que recomendamos. Una novela corta escrita con amor por el lenguaje, escrita desde la necesidad moral de decir lo que ya se debería saber y sin embargo hay que estar constantemente recordando, y escrita con una sabiduría y una autoexigencia y una contemporaneidad difíciles de encontrar hoy día. «¿Qué tendrá nadie contra lo sencillo? ―se pregunta Rafael Díaz Carrión―, ¿qué hará que pase tan inadvertido el inagotable esplendor de lo sencillo y el fragor de la tormenta que siempre, si se está a ver, trae en ciernes?». ¿Qué nos dicen las palabras? ¿Quieren decir algo las cosas, o simplemente suceden y somos nosotros los que imploramos que algo nos hable? ¿Por qué se han ocultado en este país los dramas de la inmigración interior? ¿Qué sentiste tú el día que mataron a Francisco Tomás y Valiente?... Éstas son algunas de las preguntas que nos sugiere esta fábula que tiene la fuerza de lo tantas veces callado, la obra de un autor que, como Chirbes, no vende tanto como otros de su generación, pero que sí sigue teniendo cosas interesantes que decirnos.
Coradino Vega
¿Qué le sucede a un hombre común que se ve obligado a dejar el pueblo, con su mujer y su hijo, porque la imprenta en la que trabajaba quebró debido a las nuevas tecnologías, y la huerta no daba para comer, y en el norte industrializado había quizás más posibilidades de futuro? ¿Qué le sucede a este hombre ―Felipe Díaz Carrión― cuando llegan a Guipúzcoa, y se tiene que poner a trabajar en una fábrica, y llega otro hijo, y viven en un piso en un bloque del extrarradio igual a otros, y su hijo mayor le mira cada vez más esquinado, cada vez más alejado de él y refugiado en sus nuevas compañías, y su mujer también parece integrarse en ese nuevo mundo, y a él sólo le queda el consuelo del hijo menor, que se ha aficionado a las plantas y le hace recordar su huerta que, para él, sigue siendo la mejor metáfora del paraíso arrebatado? Pues lo que le sucede es que un día, sin saber cómo ni cuándo, el hijo mayor le suelta algo así como: «Qué me vas a ayudar tú, si eres un paleto de mierda, un paleto de mierda y además uno de ellos». «Uno de quién», responde este hombre común, desubicado. «Uno de ellos, de quién va a ser, de toda esa inmunda morralla de mierda que no nos deja vivir y nos tiene históricamente oprimidos.» Y el hombre replica, casi en voz baja, «qué sabrás tú de estar oprimido y menos históricamente oprimido», acordándose quizás de su propio padre, que se llamaba igual que él, Rafael Díaz, un nombre que aparece junto a otros en la cruz que levantó el primer ayuntamiento de la democracia a las afueras del pueblo. Y el hijo estalla, y le reprocha «la culpa de sus mierdosos apellidos, y de su mierdoso lugar de origen, de su sumisión aborregada y de su cochina pobretería, de su vejez, de su apocamiento, de su inactividad, todo el día deprimido y jugando a las cartas, la culpa de que él hubiera nacido justamente de quien había nacido y de tener un padre que era un don nadie y era un fascistón de tomo y lomo».
Eso es lo que empieza a suceder en Ojos que no ven, la hermosísima novela de J.Á. González Sainz que recomendamos. Una novela corta escrita con amor por el lenguaje, escrita desde la necesidad moral de decir lo que ya se debería saber y sin embargo hay que estar constantemente recordando, y escrita con una sabiduría y una autoexigencia y una contemporaneidad difíciles de encontrar hoy día. «¿Qué tendrá nadie contra lo sencillo? ―se pregunta Rafael Díaz Carrión―, ¿qué hará que pase tan inadvertido el inagotable esplendor de lo sencillo y el fragor de la tormenta que siempre, si se está a ver, trae en ciernes?». ¿Qué nos dicen las palabras? ¿Quieren decir algo las cosas, o simplemente suceden y somos nosotros los que imploramos que algo nos hable? ¿Por qué se han ocultado en este país los dramas de la inmigración interior? ¿Qué sentiste tú el día que mataron a Francisco Tomás y Valiente?... Éstas son algunas de las preguntas que nos sugiere esta fábula que tiene la fuerza de lo tantas veces callado, la obra de un autor que, como Chirbes, no vende tanto como otros de su generación, pero que sí sigue teniendo cosas interesantes que decirnos.
Pues, no la conocía, pero el comienzo de la novela que aquí nos dejas es por demás emotivo. Debe ser una muy interesante obra no sólo para leer, sino para tener en nuestras bibliotecas.
ResponderEliminarSaludos,
Egunon: vivo en Euskalherria de toda mi vida y de la de mis antepasados, efectivamente se que hay gente que ha de vivir con guardaespaldas, pero puede, que no creo, que alguna vez se haya dado algún caso parecido al que el autor nos relata:¿amenazas en la escuela por el propio profesor?..., por favor, esto no es la mafia calabresa. Que sepáis que la gente que vive reprimida y sin poder expresar sus ideas es normalmente la izquierda abertzale, somos los que siempre nos tenemos que callar, aunque os cueste creerlo, que gracias a los medios de comunicación se le tacha a toda ella solo por esto de asesinos y... . Os diré y eso es demostrable que euskalherria es uno de los sitios donde mejor calidad de vida hay, y eso demuestra que esa persecución barata aquí no existe. Puede haber enfrentamientos o calentones entre unos y otros, normal, pero no más fuertes que los que puedan suceder a cuenta del futbol, ni de lejos.
ResponderEliminarun saludo y venir a vernos o a vivir con nosotros que estamos muy bien aquí, o mejor si vais a venir con esas ideas preconcebidas y que se venden por ahi para tapar otros problemas que tiene España, mejor no vengáis, ya que a nosotros nos gusta vivir en el respeto, pero hacia nosotros tambien, que no somos escoria, somos personas, y bastante educadas en general.
Maravillosamente escrita. Musical el relato. Melodía de comas y palabras. Contenido simbólico universal. No solo en el País Vasco, ya en La Bíblia , ya en Macondo ya en Machado ...
ResponderEliminarLos límites bien marcados, el respeto a la vida , el derecho a la vida , el transcurrir de la vida.
Densidad de emociones , condensación de sentimientos.
Magistral.
ResponderEliminar