miércoles, febrero 17, 2010

La nave de los muertos, B. Traven

Trad. Roberto Bravo de la Barga. Acantilado, Barcelona, 2009. 352 pp. 22 €

Julián Díez

Escribir sobre un libro de B. Traven sin caer en la tentación de mencionar que se trata de uno de los narradores más misteriosos del siglo XX es casi imposible. Sin embargo, se trata de algo especialmente relevante cuando hablamos de La nave de los muertos, su primera novela, tal vez autobiográfica, sin duda reveladora de su ideologíao, y de las razones por las que el desconocido autor, escritor en lengua alemana, tal vez nacido en Estados Unidos, seguramente muerto en México, merece una cierta leyenda.
Porque hay indicios extraliterarios que señalan que la desventura de Gerard Gales, marinero estadounidense que queda abandonado sin documentación ni posesiones en el puerto de Amberes, es al menos en parte la de Traven durante una fase temprana de su vida. Y desde luego el posterior deambular del personaje por toda Europa, sin encontrar donde asentarse ni cómo lograr un trabajo para salir de su difícil condición, es un reflejo de las inquietudes políticas de Traven, de su desengaño de la sociedad que le hizo no sólo convertirse en un fantasma, sino defender posiciones nihilistas y pro anarquistas en el resto de su obra.
No hay esperanza para los desposeídos como Gales, que termina por recalar en un barco, el Yorikke, que tal vez sea una alegoría del capitalismo, con una situación que podría resultar chocante entonces pero que hoy es extremadamente familiar: es un buque que resulta preferible hundir, para cobrar el seguro, que utilizar. Y por tanto recalarán en él otros desgraciados como Gales, los últimos deshechos de la sociedad, incapaces ni tan siquiera de tener una identidad demostrable.
Si en El tesoro de Sierra Madre, la obra más conocida de Traven, el pesimismo se destilaba en gotas de humor negro, en esta novela es un golpeteo constante y abrumador. Empezando por la voz narrativa de la obra, una primera persona aturullada, en la que el autor se encarna en un Gerard Gales incapaz de salir de su propio desastre tanto por su entorno como por sus propias limitaciones, y que a mí recuerda por muchos motivos la demoledora narración de Knut Hamsun en su magistral Hambre.
En la segunda parte, ya en el Yorikke, la voz narrativa se asienta un tanto, pierde buena parte de los modismos en distintos idiomas que le daban sabor y brilla en cambio el relato crudo de la vida marinera, alejada de cualquier romanticismo para deslizarse en cambio a un naturalismo que acentúa el efecto dramático de los detalles siniestros.
La nave de los muertos es de esas novelas que se leen con preocupación e incomodidad, pero que no pueden dejarse por lo que supondría de traición a nuestra condición de lectores activos. No sé si la disfruté; no me arrepiento en absoluto de haberla leído.

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