Acantilado, Barcelona, 2009. 350 pp. 19 €
Francesc Miralles
Es refrescante que el actual autor revelación de las letras españolas tenga una biografía tan modesta. Leemos en la solapa: «David Monteagudo, gallego afincado en Cataluña, descubrió su vocación literaria a los cuarenta años. Fin es su primera novela».
Intrigado porque un debut tan sonado no procediera del mundo del periodismo, de la edición o de la farándula, pregunté por él a quien fue su descubridor, el escritor y amigo Jordi Llavina. Al parecer, Monteagudo le había abordado en Villafranca del Penedès, donde ambos residen, para pedirle que leyera el manuscrito. Tal vez porque el espontáneo trabajaba (y trabaja) en una humilde fábrica de cartón, el autor de Nitrato de Chile aceptó el incómodo tocho en DINA4 para hacer la típica lectura en diagonal tras la cual se contesta a los llamados «escritores de domingo». Su sorpresa fue encontrarse ante una novela que no sólo estaba muy bien escrita, sino que por su originalidad suponía una bocanada de aire fresco para las letras de este país, demasiado empantanadas en lo literario con sucedáneos del Nocilla dream. Tras completar la lectura, recomendó la novela vivamente al editor de Acantilado, que publica casi exclusivamente traducciones. Jaume Vallcorba se entusiasmó con la propuesta, que una vez publicada contó con el apoyo en la prensa del propio Llavina, además de la de otros popes de la cultura escrita como Ricard Ruiz o Care Santos. La novela pronto se encaramó a las listas para ser la sensación de la temporada.
¿Qué tiene Fin para cosechar tantas adhesiones? Para empezar, el lector siente desde el principio que se halla ante una narración absolutamente fresca, con una inusual mezcla de ingredientes para lo que se publica por estos lares. Lo que al principio parece una novela social en la línea de El Jarama muta rápidamente hacia el terror psicológico, para posteriormente acercarse a la narración apocalíptica, lo que le ha valido también comparaciones con La carretera.
El argumento no puede ser más inquietante: nueve antiguos amigos que en su juventud frecuentaban un refugio de montaña deciden cumplir la promesa de regresar allí 25 años después. El lugar les trae recuerdos agridulces porque, antes de la disolución del grupo, gastaron una broma salvaje al santurrón de la banda, apodado como «el Profeta». Qué sucedió es uno de los misterios que mantienen al lector en vilo, más aún cuando, una vez reunidos en el lugar del crimen, se dan cuenta en plena noche de que sólo falta uno: justamente el Profeta. ¿Dónde está? A partir de aquí empieza la novela de terror, que no tiene nada que ver con una venganza a la manera de Stephen King con Carrie. El desarrollo de los acontecimientos es mucho más sutil, extraño e inesperado. Y hasta aquí puedo contar.
Como toda opera prima —de hecho, como toda novela—, Fin no está exenta de defectos y hay momentos en los cuales la tensión decae, para volver a remontar decenas de páginas después. A muchos lectores no les gusta justamente el fin, mientras que casi todos coinciden en que el arranque es espléndido. Algunos de los protagonistas resultan tan cargantes que deseamos que caiga sobre ellos la furia del invisible Profeta, pero eso es una virtud de la narración. Monteagudo traza una galería de personajes muy potentes y representativos de la generación que hoy ha entrado en la cuarentena. El retrato psicológico a través de los diálogos es profundo y mordaz, lo cual se combina con unas descripciones paisajísticas de gran poder evocador.
En conjunto, es una novela que atrapa, asombra —hay más de un golpe de efecto— y deja al lector con el deseo de que Fin sea sólo el principio.
Afortunadamente el autor tiene otros nueve manuscritos en el cajón y, según me han chivado, al menos dos verán la luz en breve plazo: nos espera una novela de mayor calado literario que ésta, también con un componente de terror, y un libro de cuentos que —me aseguran— es aún mejor que ambas obras.
Por lo tanto, buenas perspectivas para nuestras letras de la mano de un discreto autor que no hace presentaciones y raramente concede entrevistas —¿se identificará tal vez con el Profeta?—, pero que promete desbancar a los falsos modernos con historias sorprendentes y una mirada sobre el mundo totalmente personal.
Francesc Miralles
Es refrescante que el actual autor revelación de las letras españolas tenga una biografía tan modesta. Leemos en la solapa: «David Monteagudo, gallego afincado en Cataluña, descubrió su vocación literaria a los cuarenta años. Fin es su primera novela».
Intrigado porque un debut tan sonado no procediera del mundo del periodismo, de la edición o de la farándula, pregunté por él a quien fue su descubridor, el escritor y amigo Jordi Llavina. Al parecer, Monteagudo le había abordado en Villafranca del Penedès, donde ambos residen, para pedirle que leyera el manuscrito. Tal vez porque el espontáneo trabajaba (y trabaja) en una humilde fábrica de cartón, el autor de Nitrato de Chile aceptó el incómodo tocho en DINA4 para hacer la típica lectura en diagonal tras la cual se contesta a los llamados «escritores de domingo». Su sorpresa fue encontrarse ante una novela que no sólo estaba muy bien escrita, sino que por su originalidad suponía una bocanada de aire fresco para las letras de este país, demasiado empantanadas en lo literario con sucedáneos del Nocilla dream. Tras completar la lectura, recomendó la novela vivamente al editor de Acantilado, que publica casi exclusivamente traducciones. Jaume Vallcorba se entusiasmó con la propuesta, que una vez publicada contó con el apoyo en la prensa del propio Llavina, además de la de otros popes de la cultura escrita como Ricard Ruiz o Care Santos. La novela pronto se encaramó a las listas para ser la sensación de la temporada.
¿Qué tiene Fin para cosechar tantas adhesiones? Para empezar, el lector siente desde el principio que se halla ante una narración absolutamente fresca, con una inusual mezcla de ingredientes para lo que se publica por estos lares. Lo que al principio parece una novela social en la línea de El Jarama muta rápidamente hacia el terror psicológico, para posteriormente acercarse a la narración apocalíptica, lo que le ha valido también comparaciones con La carretera.
El argumento no puede ser más inquietante: nueve antiguos amigos que en su juventud frecuentaban un refugio de montaña deciden cumplir la promesa de regresar allí 25 años después. El lugar les trae recuerdos agridulces porque, antes de la disolución del grupo, gastaron una broma salvaje al santurrón de la banda, apodado como «el Profeta». Qué sucedió es uno de los misterios que mantienen al lector en vilo, más aún cuando, una vez reunidos en el lugar del crimen, se dan cuenta en plena noche de que sólo falta uno: justamente el Profeta. ¿Dónde está? A partir de aquí empieza la novela de terror, que no tiene nada que ver con una venganza a la manera de Stephen King con Carrie. El desarrollo de los acontecimientos es mucho más sutil, extraño e inesperado. Y hasta aquí puedo contar.
Como toda opera prima —de hecho, como toda novela—, Fin no está exenta de defectos y hay momentos en los cuales la tensión decae, para volver a remontar decenas de páginas después. A muchos lectores no les gusta justamente el fin, mientras que casi todos coinciden en que el arranque es espléndido. Algunos de los protagonistas resultan tan cargantes que deseamos que caiga sobre ellos la furia del invisible Profeta, pero eso es una virtud de la narración. Monteagudo traza una galería de personajes muy potentes y representativos de la generación que hoy ha entrado en la cuarentena. El retrato psicológico a través de los diálogos es profundo y mordaz, lo cual se combina con unas descripciones paisajísticas de gran poder evocador.
En conjunto, es una novela que atrapa, asombra —hay más de un golpe de efecto— y deja al lector con el deseo de que Fin sea sólo el principio.
Afortunadamente el autor tiene otros nueve manuscritos en el cajón y, según me han chivado, al menos dos verán la luz en breve plazo: nos espera una novela de mayor calado literario que ésta, también con un componente de terror, y un libro de cuentos que —me aseguran— es aún mejor que ambas obras.
Por lo tanto, buenas perspectivas para nuestras letras de la mano de un discreto autor que no hace presentaciones y raramente concede entrevistas —¿se identificará tal vez con el Profeta?—, pero que promete desbancar a los falsos modernos con historias sorprendentes y una mirada sobre el mundo totalmente personal.
Buena novela, pero mal final o predicible. Eliga usted.
ResponderEliminarSobre todo, lo que es su final es tramposo, uno puede ser todo lo fantástico o fantasioso que desee cuando sabe (¡¡SPOILER!!) que no va a tener que dar explicación alguna. Curioso que él mismo desautorice en el texto esas historias que concluyen apelando al manido 'sueño', para caer en un recurso igual de fácil.
ResponderEliminarSoy de las que gustan de finales abiertos y tiendo a mosquearme cuando me lo dan todo masticado y deglutido, pero entre un final abierto y un no-final tan cómodo como éste media un trecho igual de distante que entre una historia redonda y otra con aristas que no encajan ni a puñetazos.
Todo ello no quita para que me haya leído la novela en menos de un día, enganchada a unos personajes atrapados en su particular 'Huis clos' ("el infierno son los otros"), pero, sobre todo, deseosa de saber cuál de todos mis finales posibles coincidía con el que ideó el autor. Mi duda es no saber si Monteagudo quiso estimular mi imaginación, lo cual es de agradecer, o es que la suya no daba para más.
Yo me lo leí en un par de días (eso ya dice mucho) y sólo me decepcionó ligeramente - e imagino que la culpa fue de las enormes expectativas que me crearon las magníficas críticas que había leído. Realmente no fue la ausencia de desenlace lo que menos me gustó - cualquier posible explicación seguramente habría caído en tópicos que habrían arruinado la novela. De hecho, la imagen final me parece bastante elegante y significativa: Eva va desapareciendo progresivamente tras un cambio de rasante: desaparece, al fin y al cabo, como todos los demás. Fin. Una explicación racional de lo que sucede sería imposible y una explicación fantástica o metafísica sería ridícula.
ResponderEliminarLo que más me gustó fueron los pasajes en los que los animales cobran protagonismo: los episodios de las cabras huyendo por el desfiladero, las vacas y su mugir ensordecedor junto al silo o los galgos en la gasolinera son bellos e inquietantes a la vez.
La estructura de la narración es sólida y el crescendo efectivo.
Para mi gusto, la novela flaquea al definir a los personajes y explicar las tensiones que existen entre ellos. Resulta difícil empatizar con ellos - excepto, quizás, con María/Eva - y en muchas ocasiones las desapariciones resultan ser un alivio para el lector. Los diálogos, salvo excepciones, me parecen flojos, sobre todo en la primera mitad del texto y el misterio en torno al Profeta resulta un poco pueril desde el principio.
No obstante, la novela, si no una obra maestra, sí que me parece totalmente recomendable, con todos sus "cliffhangers", o zanahorias, que veo más como un recurso narrativo que como un timo.
Lo siento pero sólo he podido llegar hasta la página 138. He tenido que tirar la toalla. La novela es floja. Estructura alambicada, llena de acotaciones que poco o nada aportan. En cuanto a los diálogos, son tópicos y previsibles por parte de unos personajes simples (los hombres hablan de coches y las mujeres son miedosas). Soy de la opinión que si bien la literatura debe reflejar la realidad, debe hacerlo de una manera "estilizada", no reflejando los diálogos más burdos que uno puede encontrar en la calle. Por lo demás, la obra está trufada de referencias culturales que pasarán inadvertidas a los no contemporáneos del autor. Personalmente, la mayuoría de los personajes me resultan detestables, a fuerza de estar mal construídos y decir frases tópicas o demasiado explicativas. Alguien la ha comparado con Nocilla Dream, que es mucho mejor desde mi punto de vista.
ResponderEliminarLl3s1n4pLeída sin poder abandonarla en tres días (por no abandonar a los que me circundaban: familia básicamente).
ResponderEliminarCierto que atrae tanto el planteamiento como el desarrollo, tan cierto como su fin, en que coincido en pensar que la estética brillante no acaba de esconder haber perdido la ocasión dejar al lector no quizás saciado en sus preguntas pero sí al menos sin la impresión que David Monteagudo hacía demasiadas páginas, quizás desde la primera desaparición, que decidió también hacer desaparecer su inventiva en el final.
Buen ritmo, buenas ideas, buen lenguaje. Buena, y con un mejor final... notable.
Fin.
Una grán história, pero el final inviata a no leer mas libros de este autor.
ResponderEliminarEl final sin final no es un recurso literario. Es sencillamente que ya no había más personajes a los que hacer desaparecer (lo cuento porque los anteriores se despachan a gusto). Lo del profeta, un "MacGuffin" y el estilo, pues, juvenil (esto con mala baba). Novela hecha para vender derechos de autor a alguna productora como se ha demostrado y que otros trinquen la pasta en una segunda vuelta. Sorprende su inclusión en un catálogo como el de Acantilado.
ResponderEliminarMala sin paliativos. Mal escrita y falta de argumento. El autor no se molesta siquiera en explicar los motivos de las desapariciones, no se sabe en qué consiste el supuesto odio de Profeta hacia sus antiguos compañeros. No me explico como una editorial como Acantilado ha podido publicar este engendro (a pesar del éxito de ventas deberían cuidar sus publicaciones).
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