martes, octubre 06, 2009

Planetario. Siete poetas desde el Planeta Clandestino (VV. AA.)

Prólogo de Ignacio Escuín Borao. Ediciones del 4 de Agosto, Logroño, 2008. 151 pp. 12 €

Sofía Castañón

Verdad primera: no sólo de pan vive el hombre. Verdad segunda: no por contar con denominación de origen, ese pan es mejor. Verdad tercera: existe la poesía con denominación de origen en la misma medida que existe la poesía joven, como evidencias de realidades y no como marcas de la casa.
Autobiografismo: a una que le gusta mucho el pan (cuando estudio idiomas y me preguntan por mi plato favorito siempre digo “bread”, “le pain”, “pane” o “pâo”, sospecho que más por vagancia que por “filocerealismo”) le gusta tanto más leer un buen poema. Y una cree poquito —quizás porque le encanta poner la oreja cuando hablan los mayores, o los que saben, que rara vez es lo mismo— en las denominaciones de origen, que parece que sirven más para asegurar la protección de un producto determinado que su auténtica calidad. A todo este revoltijo hay que añadirle el regaliz desplegable, o boomer kilométrico, de la manida cuestión de la poesía joven. Y hablar así de este libro, que en este jaleo, trae poesía bien hecha, independientemente de la coyuntura de la tierra común o la edad.
El origen es Logroño para estos siete poetas: Antonio Alfaro, Carmen Beltrán, Enrique Cabezón, José Luis Pérez Pastor, Sonia San Román, Íñigo San Sebastián y Odón Serón. Y el hecho de ser jóvenes no es una disculpa, porque sus poemas no la precisan.
Es Ignacio Escuín quien afronta en el extenso/intenso prólogo la controversia de la poesía joven versus la poesía escrita por jóvenes a modo de conclusión, como él mismo asegura, no muy definitiva.
Sí tienen, quién sabe si por generación o por caldo de cultivo o por qué, preocupaciones comunes, que el lector puede encontrar en la selección de cada uno de estos siete poetas. Así, la idea de plegarse se encuentra presente en los poemas de Odón Serón («me estoy plegando, mi pecho y mi espalda se juntan», p.139) y en los de Íñigo San Sebastián («y es que a veces agacho la cabeza/ y mi nunca golpea con el pecho» p.129) como un modo de ocultación, un hermetismo que separa al poeta del mundo. Existe también una necesidad de coherencia, una búsqueda de la sinceridad hábil, que pase por la vida como un bisturí honesto. Carmen Beltrán posee esa voz que encuentra la verdad y la expone como una fuente de frutas, continuamente frescas («Quienes nos quieren/ nos lo mostraron./ Quienes no/ también./ Espero que en los dos casos/ hayamos estado a la altura», p.57). Y entendiendo la verdad como una necesidad o un motor, Sonia San Román se busca verdades a sí misma, bajo la lúnula de las uñas, en el cabello mojado del que se acaba de fugar el paso de los días y sus rutinas («Y secarla al viento/ sin miedo a las manos/ afiladas que me apuntan/ con dedos negros y envidiosos/ para volver a ensuciar/ mi pelo lacio» p.107) sin olvidar por ello la fuerza de las imágenes («Para que vuelvan a crecer las flores/ voy dejando en la cuneta/ trincheras de camiones incendiados» p.108). Y las mismas manos afiladas, las garras de “los otros” están presentes en la imaginería de José Luis Pérez Pástor en el poema “Amados monstruos” («Hubo un tiempo en que todo era distinto/ y siempre os tenía donde anduviese./ Siempre estabais con garras y colmillos,/ con vuestra protección, siempre a mi espalda» p.91).
Estos poetas se enfrentan a la realidad también desde el humor, irónico y juguetón con la tradición, ya en los poemas de ecos clasicistas de Antonio Alfaro («El televisor parece una tela/ del maestro Rubens con tanta carnaza,/ me asombro por ser espectador/ y por ser capaz de hallar/ referencias artísticas/ en todo esto» p. 38), ya en los epigramas de Odón Serón («En el útero/ De haberlo sabido/ no salgo» p.143). Enrique Cabezón se encara con la realidad desde un discurso crítico, que comulga con la ironía, como en el poema “Tu dinero nos hará libres” («puede que sí/ si Libertad es eso que criticas/ o de lo que haces chistes/ -pero no sabes definir muy bien/ aunque le dedicas sueños-/ cuando estás en la cola pagando/ alineado/ junto a otros hombres/ libres.» p.78).
Hay también otro punto en común en estos siete poetas, al margen de los inevitables generacionales, —que seguirán compartiendo igual que compartirán el devenir de los años, que no son pegas de juventud si no un estar en el mundo y en el presente—, y es el de la presencia generosa de los otros. La amistad, la figura de los amigos, se percibe en los poemas de todos y cada uno, más o menos explícita, eso es cierto.
Quizás, no sé por qué me apetece pensarlo (y entiéndase esta nota final como una segunda parte de autobiografismo que quizás no venga al caso), esto sea porque les une cierta comunión, unas ganas de compartir la creación y la visión del mundo, con generosidad y belleza, con sentido crítico y autocrítico, que funciona como la lecitina, que amalgama. Como quienes se reúnen alrededor de una mesa, con unas cervezas —claro, o unos vinos— y hablan, y se ríen y son.
Ya ven, quizás les parezca poco artística esta intención (así nos han vendido la moto de qué es arte y así nos la seguirán vendiendo). Pero qué verdadera. Y qué suerte para el lector encontrarse con un libro así, que va mucho más allá de la excusa del dónde y el cuándo.

3 comentarios:

  1. Y gracias también por aquí,Sofía.
    Y un abrazo de pan.

    ResponderEliminar
  2. Pues sí, se agradece, ojalá el libro transmita una mínima parte del cariño que en él se trató de contener.
    Besos y abrazos cómplices.

    k

    ResponderEliminar
  3. Muy bien, al pan, pan y al vino, vino (me las ponéis fáciles...).

    No tengo más que reiterar el agradecimiento ya transmitido por mis compañeros.

    Un abrazuco,
    ñ

    ResponderEliminar