Trad. José Manuel Álvarez Flórez y Ángela Pérez. Anagrama, Barcelona, 2009. 360 pp. 18 €
Recaredo Veredas
La frase, casi una consigna, “I wouldn't recommend sex, drugs or insanity for everyone, but they've always worked for me” resume fielmente la filosofía de Hunter S. Thompson. El autor de Los ángeles del infierno. Una extraña y terrible saga” dedicó su vida a la búsqueda y práctica de una libertad inconcebible desde nuestros pacatos tiempos. Para mantenerla y exhibirla corrió importantes riesgos, tanto profesionales como físicos, culminados con intoxicaciones etílicas y lisérgicas, e incluso con palizas como la que cierra este libro. Mediante esa inmersión total en los hechos, personajes o trayectorias que pretendía investigar logró desvelar una verdad mucho más profunda, más cruda, que la conseguida mediante las habituales perspectivas distantes. Pero este libro no sería más que otra obra de investigación sobre una tribu urbana si Thompson no consiguiera convertirlo en una profunda reflexión sobre la manipulación mediática, la rebeldía y los verdaderos poderes que manejan su país (y cualquier otro).
Los ángeles del infierno nos enseña —siempre es necesario recordarlo, porque se olvida a diario— cómo la creación de un demonio, de un peligro público cuya sola mención escandalice a los bien pensantes, siempre resulta conveniente. Sobre todo para que las masas no piensen en lo que verdaderamente les afecta. Como afirma uno de los miembros de tan famoso club motorista, «cuando obramos bien, nadie se acuerda, cuando obramos mal, nadie lo olvida». Thompson realiza un análisis concienzudo de la sociedad norteamericana, sus miedos y las necesidades nacidas en esos temores. Lo hace sin detenerse en lo políticamente correcto. O, mejor dicho, sin siquiera tener conciencia de su existencia.
Thompson es, además, un notable narrador, y no deja de mostrar escenas claras y contundentes, que permiten al lector extraer su propia opinión sobre lo que contempla. Describe espacios y personajes con vigor, sin caer nunca en la delectación, ajustando el registro y el ritmo de su prosa al mensaje que desea transmitir en cada momento. Es decir, además de informar, sabe expresar. Su mirada resulta profunda y, al mismo tiempo, lacerante. Consigue que su análisis de la white trash, lecho donde nacieron los Ángeles del Infierno, divierta e interese incluso a quienes nunca conocieron nada de los amantes de las Harleys o los hippies de Palo Alto. No les halaga innecesariamente: sabe que son unos indeseables, carentes de esa épica que los intelectuales californianos les concedieron. No niega su condición de parásitos, de mugre de una sociedad enferma. Sabe que tras sus máscaras solo hay miseria, un baile de disfraces para niños locos. Sin embargo el rugido de su motos, sus melenas sucias quiebran el idílico mundo americano de chalets y sonrisas dentífricas. Son auténticos punks, conscientes al menos del inmenso decorado que les rodea: «Los forajidos no son coherentes respecto de las fuerzas y debilidades del mundo en el que se mueven, pero tienen un instinto maravillosamente afinado. Han aprendido por experiencia que algunos delitos pueden castigarse y otros no».
¿Por qué un libro como este puede resultar interesante en estos tiempos? Por las virtudes narrativas y periodísticas de Thompson, que aún sorprenden tantas décadas después y, sobre todo, por la épica de Estados Unidos, de una tierra que, como afirmó Wim Wenders, ha colonizado nuestro subconsciente y provoca que reconozcamos como propios territorios y héroes absolutamente ajenos.
Recaredo Veredas
La frase, casi una consigna, “I wouldn't recommend sex, drugs or insanity for everyone, but they've always worked for me” resume fielmente la filosofía de Hunter S. Thompson. El autor de Los ángeles del infierno. Una extraña y terrible saga” dedicó su vida a la búsqueda y práctica de una libertad inconcebible desde nuestros pacatos tiempos. Para mantenerla y exhibirla corrió importantes riesgos, tanto profesionales como físicos, culminados con intoxicaciones etílicas y lisérgicas, e incluso con palizas como la que cierra este libro. Mediante esa inmersión total en los hechos, personajes o trayectorias que pretendía investigar logró desvelar una verdad mucho más profunda, más cruda, que la conseguida mediante las habituales perspectivas distantes. Pero este libro no sería más que otra obra de investigación sobre una tribu urbana si Thompson no consiguiera convertirlo en una profunda reflexión sobre la manipulación mediática, la rebeldía y los verdaderos poderes que manejan su país (y cualquier otro).
Los ángeles del infierno nos enseña —siempre es necesario recordarlo, porque se olvida a diario— cómo la creación de un demonio, de un peligro público cuya sola mención escandalice a los bien pensantes, siempre resulta conveniente. Sobre todo para que las masas no piensen en lo que verdaderamente les afecta. Como afirma uno de los miembros de tan famoso club motorista, «cuando obramos bien, nadie se acuerda, cuando obramos mal, nadie lo olvida». Thompson realiza un análisis concienzudo de la sociedad norteamericana, sus miedos y las necesidades nacidas en esos temores. Lo hace sin detenerse en lo políticamente correcto. O, mejor dicho, sin siquiera tener conciencia de su existencia.
Thompson es, además, un notable narrador, y no deja de mostrar escenas claras y contundentes, que permiten al lector extraer su propia opinión sobre lo que contempla. Describe espacios y personajes con vigor, sin caer nunca en la delectación, ajustando el registro y el ritmo de su prosa al mensaje que desea transmitir en cada momento. Es decir, además de informar, sabe expresar. Su mirada resulta profunda y, al mismo tiempo, lacerante. Consigue que su análisis de la white trash, lecho donde nacieron los Ángeles del Infierno, divierta e interese incluso a quienes nunca conocieron nada de los amantes de las Harleys o los hippies de Palo Alto. No les halaga innecesariamente: sabe que son unos indeseables, carentes de esa épica que los intelectuales californianos les concedieron. No niega su condición de parásitos, de mugre de una sociedad enferma. Sabe que tras sus máscaras solo hay miseria, un baile de disfraces para niños locos. Sin embargo el rugido de su motos, sus melenas sucias quiebran el idílico mundo americano de chalets y sonrisas dentífricas. Son auténticos punks, conscientes al menos del inmenso decorado que les rodea: «Los forajidos no son coherentes respecto de las fuerzas y debilidades del mundo en el que se mueven, pero tienen un instinto maravillosamente afinado. Han aprendido por experiencia que algunos delitos pueden castigarse y otros no».
¿Por qué un libro como este puede resultar interesante en estos tiempos? Por las virtudes narrativas y periodísticas de Thompson, que aún sorprenden tantas décadas después y, sobre todo, por la épica de Estados Unidos, de una tierra que, como afirmó Wim Wenders, ha colonizado nuestro subconsciente y provoca que reconozcamos como propios territorios y héroes absolutamente ajenos.
Pos...el comentario te ha quedado de maravilla y llama mucho la atención. Habrá que conseguir el libro! Enhorabuena, dan ganas de leerlo tras tu opinión.
ResponderEliminarGracias por tu lectura y tu opinión. Es un libro muy interesante. Saludos cordiales.
ResponderEliminarEnhorabuena por la reseña. Coincido en que es un libro muy interesante. Por si le interesa, he escrito una reseña de ese mismo libro para el número de este mes de la la revista "Ojos de Papel" (www.ojosdepapel.com). Como imagino que no funcionará si pongo un enlace, clickando en mi nombre se accede a mi blog y de ahí a la reseña.
ResponderEliminarhttp://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=3315
Un saludo.