miércoles, octubre 28, 2009

La aldea de sal, Lêdo Ivo

Trad. Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre. Calambur, Madrid, 2009. 192 pp. 15 €

José Luis Gómez Toré

A pesar de la importante labor en la difusión de la literatura en lengua portuguesa llevado a cabo por Ángel Crespo y otros traductores, la poesía brasileña, que cuenta con una de las tradiciones poéticas más vigorosas de la lírica del siglo XX, parece condenada a llegar con cuentagotas a las editoriales españolas (resulta sintomática la escasa presencia entre nosotros de un poeta mayor como Haroldo de Campos, con notables excepciones como la reciente edición de Sánchez Robayna y la todavía más reciente y muy recomendable antología preparada por Andrés Fisher para Veintisieteletras). Por ello, es de agradecer que Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre, responsables de la selección y traducción de los poemas que componen este libro, nos acerquen en edición bilingüe los poemas de Lêdo Ivo (Alagons, Brasil, 1924), una de las voces más interesantes del país lusófono.
La ordenación cronológica que nos proponen los antólogos nos permite asistir a la evolución del poeta. Su inicial entusiasmo juvenil nunca deja de alimentar en la obra madura la confianza en los poderes de la imaginación, una fe que resiste incluso a los embates de la ironía y de las decepciones que van trayendo los años. El poeta sabe que la palabra reclama de él una actitud alerta, la exploración constante de territorios apenas explorados. Así, en "Oda al crepúsculo", la poesía encuentra su más pleno sentido como aventura del espíritu en «el descenso al país de los espejos, la conversación con las hadas, que no tienen el problema personal de la salvación,/ y el duelo entre la inspiración y el diccionario».
Lêdo Ivo, sin ser, pese a su capacidad visionaria, un poeta surrealista, coincide con el surrealismo en la ya citada defensa de la imaginación así como en la convicción de que no sólo la poesía necesita ser transformada por la creatividad humana, sino la vida en su conjunto. Y al hablar de la existencia, el escritor no olvida la dimensión social, política de nuestra realidad concreta. El poeta, a la vez ciudadano y vagabundo extranjero en la polis, deja oír su voz crítica, que toma ecos proféticos de denuncia en los poemas procedentes del libro Estaçâo central. Frente a un sistema económico y político que arroja como desperdicios a todo y a todos los que no pueden o no quieren o no saben integrarse en el sistema, el poeta se impone como deber ético recoger lo que queda en los márgenes y en los vertederos de la historia: «Pide los restos, las sobras, los desperdicios/ quemados sin piedad por el hielo/ en la hora en que el moho se convierte en lágrima. Reivindica la chatarra, la sobra exacta...».
Lêdo Ivo convierte una y otra vez en presencia actuante la virtualidad de lo que no existe: la poesía nos sitúa en un terreno que no es propiamente ni en el de la mentira ni en el de aquello que solemos llamar verdad. No revela así esa paradójica necesidad humana de vivir también en la esfera de lo que llamamos no existente pero que existe de alguna manera, a la manera que existen en nosotros los sueños. En ese sentido, es muy revelador el ensayo final "Conservar lo que se ha perdido" (cuya inclusión en esta antología supone todo un acierto). En este hermoso texto el poeta nos confiesa: «Ya que no me interesa la verdad y sí la suprema ficción humana, que es la de un animal creador —aquella pasión de la fabulación de la que habla Goethe— soy mi mentira, que es mi verdad, y mi verdad, que es mentira». Desde esa posición levanta una convicción que, en textos como el poema "La infancia redimida", obra el milagro de que lo imaginado actúe en los lectores, se haga a su manera real: «La alegría, la creo ahora en este poema». La alegría de la que no son capaces esos otros poetas que, según Lêdo Ivo, «son sepultureros que entierran palabras/ y se contentan con algunas migajas del diccionario». Ivo, en cambio, nos ofrece una poesía llena de vida, en la que dialogan palabra y mundo.

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