VII Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos. Difácil, Valladolid, 2009. 78 pp. 10 €
José Manuel de la Huerga
«Hay una ciudad sumergida bajo tierra». He aquí un verso inicial que abre el mundo. Y la poeta nos lleva a hacer el viaje. El trayecto, primera parte del libro, se corresponde con la Línea 6 del metro parisino. Cada una de las estaciones tiene su poema. Siguiendo la milenaria tradición del viaje a los infiernos como método de descubrimiento y conocimiento de lo que está encima y se llama vida, y no entendemos, Sara Herrera Peralta carga su voz con la potencia del iniciado en los misterios del submundo: «En esta parada dibujamos círculos de oxígeno para el horror de la existencia. (…) El futuro es un vagón de metro0». Más incluso que la del iniciado, seguir a su lado es garantía de no perderse: «Un asiento libre: /en otro tiempo, en una época en que la belleza no era necesaria, /se produjo el movimiento de la Tierra. Llegaron los ciclos». La voz de la escritora es capaz de dar una explicación casi científica a nuestra existencia.
Pero no creo que sólo ésta sea la intención del trayecto. Más bien mostrar la injusticia de las normas del juego de la vida: «Pero he escupido a los culpables del exterminio. He maldecido a todos. /Y éste es mi llanto», son los tres últimos versos del poema que abre el libro. Luego vienen los cuadros donde intuimos personajes y situaciones, borrosas por el efecto de las tinieblas: «sans paroles, le silence, Amamantando con hambre en la boca, Un miedo a los otros, El vagón de metro inventa un lenguaje para todos, un argot moderno, En cada asiento libre hay un ojo directamente perpendicular al epicentro de mi cuerpo, La mitad visible y la invisible se separan. Los amantes…»
Un texto redondo, con cuerpo, con vocación de explicar este mundo. Quizás hablar de un impulso existencial al modo de un Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, con verso largo y sentencioso, «Madrid tiene un millón de muertos…», sea un traje cortado poco a su medida. Pero sí que percibo un aliento de ver más allá de lo que vemos, de darle al poeta la función de médium, de vate vago que señala, apunta y dispara para hacer notar lo inexplicable. Lo que Sara Herrera anota en su cuaderno de viaje es una manera de mirar más allá de sí y de involucrar al género humano: «Con los mismos difuntos, con los mismos hijos, /formamos el vagón y su sustancia». Como la mujer con alcuza de Alonso lleva el cántaro vacío y atraviesa vagones vacíos buscando y buscando. Al final del túnel está la luz, y más allá de la luz, más luz, mientras viajemos: «Hay quien dijo que queda la luz, siempre, donde vayamos. /Yo creo en todo eso. / Y más, allá, aún.»
La segunda parte, El viaje, está formado por poemas radiales. Sus títulos son el destino en clave de ciudades del mundo, con las siglas que ponen en la etiqueta de nuestra maleta cuando facturamos: FCO, WAW, PRG, GRU… Por eso me aventuro a escribir que los poemas son radiales: desde París la voz de la poeta viaja a Fiumicino, Istambul, Helsinki, Johannesburg, Sao Paulo-Guarulhos…
Y aprovecho ahora para hacer una pequeña consideración sobre el título del poemario: De ida y vuelta. Daría la sensación que ida se corresponde con la primera parte y vuelta con la segunda. Es obvio que no. El trayecto de la primera parte es una ida en la Línea 6 del metro de París, sin posible retorno. En ese viaje a la oscuridad vamos todos. Vuelvo a escribir, «El futuro es un vagón de metro». El viaje de la segunda son muchos viajes con epicentro, vamos a creer que en París: son sueños, deseos de lugares fríos o cálidos, de cualquier parte del planeta, ciudades, sí, sobre todo ciudades atestadas, hacia el pasado, las veladuras que las ocultan… (Absténganse los coleccionistas de postales del mundo de buscar la coherencia entre la guía de viajes oficial y los poemas de Herrera Peralta.) De ahí que el título de De ida y vuelta quede cojo en una sola lectura. Sara Herrera nos ofrece la ida del trayecto en metro o de los viajes en avión a los cuatro puntos cardinales. ¿Quién pone la vuelta? ¿Hay vuelta? Suponemos que la haya, si hay algo de esperanza y si el globo terráqueo no es una forma de mentira. La propia voz poética nos da una respuesta: «No importa el viaje./ No importa el destino,/ tampoco el tiempo./ Sólo queda el recorrido». Estamos en continuo movimiento, no hay quien se baje.
La segunda parte del poemario tiene la energía y la seguridad de las grandes composiciones de los poetas visionarios. En ella he escuchado el aliento de Rimbaud, de Álvaro de Campos, de Walt Whitman. Con qué seguridad escribe Sara Herrera Peralta: «Me inventé todos los rostros y todos los caminos». Y un poco más adelante: «Hoy soy todos los paisajes que quise ser,/ todos los destinos en un espacio ingenuo,/ impuro». Se diría que estamos leyendo al Álvaro de Campos más sensacionista. Y sobre todo: «No me traigan compromisos». En una sentencia así de tajante cabe todo el hastío de vivir de un Campos/Pessoa. Pero para compensarlo a renglón seguido: «Porque resurjo».
La poeta es la que está más cerca de la vida, del núcleo de resistencia que llamamos vivir, y desde luego, es el que mejor lo explica, en sus contradicción, en su oscuridad. Y de ahí, sus ansias de llegar: «Admito que sólo busco/ la compactación de la esperanza: /el final del trayecto anticipado». ¿Con todas las consecuencias de llegar? ¿Sabiéndose cuál es siempre la estación término?
Sara Herrera Peralta tiene voz propia. Esta es la frase que todo poeta quiere que escriban de él a lo largo de su carrera. Ella la ha encontrado joven. Deberá investigar otros discursos si pretende llegar a otros destinos poéticos. Pero este viaje sentimental de ida y vuelta a nuestra condición de solitarios en manada ha resultado altamente provechoso y, desde luego, muy persuasivo. Son poemas para volver. La escritora pone la ida y el lector la vuelta.
José Manuel de la Huerga
«Hay una ciudad sumergida bajo tierra». He aquí un verso inicial que abre el mundo. Y la poeta nos lleva a hacer el viaje. El trayecto, primera parte del libro, se corresponde con la Línea 6 del metro parisino. Cada una de las estaciones tiene su poema. Siguiendo la milenaria tradición del viaje a los infiernos como método de descubrimiento y conocimiento de lo que está encima y se llama vida, y no entendemos, Sara Herrera Peralta carga su voz con la potencia del iniciado en los misterios del submundo: «En esta parada dibujamos círculos de oxígeno para el horror de la existencia. (…) El futuro es un vagón de metro0». Más incluso que la del iniciado, seguir a su lado es garantía de no perderse: «Un asiento libre: /en otro tiempo, en una época en que la belleza no era necesaria, /se produjo el movimiento de la Tierra. Llegaron los ciclos». La voz de la escritora es capaz de dar una explicación casi científica a nuestra existencia.
Pero no creo que sólo ésta sea la intención del trayecto. Más bien mostrar la injusticia de las normas del juego de la vida: «Pero he escupido a los culpables del exterminio. He maldecido a todos. /Y éste es mi llanto», son los tres últimos versos del poema que abre el libro. Luego vienen los cuadros donde intuimos personajes y situaciones, borrosas por el efecto de las tinieblas: «sans paroles, le silence, Amamantando con hambre en la boca, Un miedo a los otros, El vagón de metro inventa un lenguaje para todos, un argot moderno, En cada asiento libre hay un ojo directamente perpendicular al epicentro de mi cuerpo, La mitad visible y la invisible se separan. Los amantes…»
Un texto redondo, con cuerpo, con vocación de explicar este mundo. Quizás hablar de un impulso existencial al modo de un Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, con verso largo y sentencioso, «Madrid tiene un millón de muertos…», sea un traje cortado poco a su medida. Pero sí que percibo un aliento de ver más allá de lo que vemos, de darle al poeta la función de médium, de vate vago que señala, apunta y dispara para hacer notar lo inexplicable. Lo que Sara Herrera anota en su cuaderno de viaje es una manera de mirar más allá de sí y de involucrar al género humano: «Con los mismos difuntos, con los mismos hijos, /formamos el vagón y su sustancia». Como la mujer con alcuza de Alonso lleva el cántaro vacío y atraviesa vagones vacíos buscando y buscando. Al final del túnel está la luz, y más allá de la luz, más luz, mientras viajemos: «Hay quien dijo que queda la luz, siempre, donde vayamos. /Yo creo en todo eso. / Y más, allá, aún.»
La segunda parte, El viaje, está formado por poemas radiales. Sus títulos son el destino en clave de ciudades del mundo, con las siglas que ponen en la etiqueta de nuestra maleta cuando facturamos: FCO, WAW, PRG, GRU… Por eso me aventuro a escribir que los poemas son radiales: desde París la voz de la poeta viaja a Fiumicino, Istambul, Helsinki, Johannesburg, Sao Paulo-Guarulhos…
Y aprovecho ahora para hacer una pequeña consideración sobre el título del poemario: De ida y vuelta. Daría la sensación que ida se corresponde con la primera parte y vuelta con la segunda. Es obvio que no. El trayecto de la primera parte es una ida en la Línea 6 del metro de París, sin posible retorno. En ese viaje a la oscuridad vamos todos. Vuelvo a escribir, «El futuro es un vagón de metro». El viaje de la segunda son muchos viajes con epicentro, vamos a creer que en París: son sueños, deseos de lugares fríos o cálidos, de cualquier parte del planeta, ciudades, sí, sobre todo ciudades atestadas, hacia el pasado, las veladuras que las ocultan… (Absténganse los coleccionistas de postales del mundo de buscar la coherencia entre la guía de viajes oficial y los poemas de Herrera Peralta.) De ahí que el título de De ida y vuelta quede cojo en una sola lectura. Sara Herrera nos ofrece la ida del trayecto en metro o de los viajes en avión a los cuatro puntos cardinales. ¿Quién pone la vuelta? ¿Hay vuelta? Suponemos que la haya, si hay algo de esperanza y si el globo terráqueo no es una forma de mentira. La propia voz poética nos da una respuesta: «No importa el viaje./ No importa el destino,/ tampoco el tiempo./ Sólo queda el recorrido». Estamos en continuo movimiento, no hay quien se baje.
La segunda parte del poemario tiene la energía y la seguridad de las grandes composiciones de los poetas visionarios. En ella he escuchado el aliento de Rimbaud, de Álvaro de Campos, de Walt Whitman. Con qué seguridad escribe Sara Herrera Peralta: «Me inventé todos los rostros y todos los caminos». Y un poco más adelante: «Hoy soy todos los paisajes que quise ser,/ todos los destinos en un espacio ingenuo,/ impuro». Se diría que estamos leyendo al Álvaro de Campos más sensacionista. Y sobre todo: «No me traigan compromisos». En una sentencia así de tajante cabe todo el hastío de vivir de un Campos/Pessoa. Pero para compensarlo a renglón seguido: «Porque resurjo».
La poeta es la que está más cerca de la vida, del núcleo de resistencia que llamamos vivir, y desde luego, es el que mejor lo explica, en sus contradicción, en su oscuridad. Y de ahí, sus ansias de llegar: «Admito que sólo busco/ la compactación de la esperanza: /el final del trayecto anticipado». ¿Con todas las consecuencias de llegar? ¿Sabiéndose cuál es siempre la estación término?
Sara Herrera Peralta tiene voz propia. Esta es la frase que todo poeta quiere que escriban de él a lo largo de su carrera. Ella la ha encontrado joven. Deberá investigar otros discursos si pretende llegar a otros destinos poéticos. Pero este viaje sentimental de ida y vuelta a nuestra condición de solitarios en manada ha resultado altamente provechoso y, desde luego, muy persuasivo. Son poemas para volver. La escritora pone la ida y el lector la vuelta.
Fenomenal!
ResponderEliminarAcabo de entrar por casualidad al el blog: increíble. no me da tiempo entrar a las presentaciones, pero antes de cerrar los ojos (los gallos se acuestan pronto): " bravo" por la faena realizada.
Hasta pronto.
eduardo