Bartleby, Madrid, 2008. 80 pp. 9 €
Ana Gorría
Los maestros del origami afirman que uno de los mayores retos que tiene esta práctica es, precisamente, descubrir el secreto que permanece escondido en el papel. A esta genealogía y a esta praxis del misterio agazapado entre los pliegues del hacer y el decir, podría sumarse la poética de Marcos Canteli, autor que ha dejado dicho en alguno de sus textos teóricos que la poesía trata de “ese hueco de estar intensamente aquí”. Catálogo de incesantes es publicado por su autor después de haber escrito los textos de poesía Enjambre y Su sombrío. También después de haber traducido la obra de autores como Creeley o Kerouac. Este aprendizaje literario alcanza certificación de solidez en esta obra que, encarnando y continuando las grandes crisis del lenguaje que se desarrollaron en el primer tercio del siglo XX, propone la desestructuración, la desarticulación de los códigos del decir para llamar la atención sobre las ineficacias del lenguaje, en el que solo el azar, tal vez, podrá alcanzar el sentido. Tratándose del autor cuyos propósitos antimiméticos son más radicales, llevándolos a un extremismo que raya en la planeada ilegibilidad, el poemario catálogo de incesantes se constituye como un collage gigante: la concatenación de materiales que abarcan el lenguaje cotidiano, la expresión deliberadamente vulgar, la aproximación a formas de decir cercanas a la construcción oriental. El poema gozoso se mira en el espejo del simulacro tras haber levantado los materiales de su construcción.
En el apogeo del montaje, del ensamblaje, antigua técnica que desarrollaron las vanguardias históricas para combatir el fantasma de la autenticidad, entre otros, Catálogo de incesantes distribuye sus aciertos y deliberados desaciertos expresivos. Ikebanas, teselas, mallas, flujos, claustros, ojivales, pasajes disponen su iluminada oscuridad laberíntica, puentes cegados, que descubren la arbitrariedad del orden, de lo sentido, de lo viviente. Como ideara Cage en sus trabajos de música no intencional, Marcos Canteli baraja azar y sentidos, los combina, suma desconciertos al propio concierto que se puede llegar a desarrollar en el poema, forja realidades bajo la apariencia de la no intervención. Así Milán, como afirma en el texto de la contraportada subraya que Canteli se aleja tanto de lo poético que lo revela en su profunda extrañeza: la operación poética es rara, rara la palabra y raro el decir y el no decir que se le extraña.
En el decurso del poemario que se inscribe vocacionalmente en el trazado de la poesía que dejara escrito José Miguel Ullán, la palabra aparece instalada en los límites de la inestabilidad del sentido. Un sentido que está definitivamente quebrado y que no sirve para decir. Iconoclasta frente a la iconodulia, no obstante, sin caer en el dibujo del arcano, Canteli recoge materiales para levantar pequeños monumentos que amenazan con derrumbarse: la nostalgia y el sacrificio de Tarkovsky, la escritura neobarroca de Kózer, Milán o Lezama Lima. También la presencia de los grandes arcanos de la poesía moderna se soterra en esos versos volitivamente configurados bajo la asunción de lo caótico: Desnos, Mallarmé, Duncan, Breton. Se trata de crear un árbol genealógico que rompe la propia filiación genética: lo surreal, lo neobarroco, la poesía del concepto inglés se acumula, se deshace y se dispara en estas páginas. Páginas dispuestas para en ocasiones “salirse de madre”, gestadas desde” lo sutil del mundo”. Palabras inevitablemente íntimas, orientadas a, rotas las posibilidades de un común sentido, iluminar ese claro hueco llamado yo, en su sorprendida delicadeza interior como el escorzo de una figura de papel: «aunque membrana de exilio /ni inmune por piel suave, párpado no amainado, o porque /aún muerde /en el fondo moho de los ojos, este claustro de /flores maternas que nunca traiciona sus raíces de vida».
Ana Gorría
Los maestros del origami afirman que uno de los mayores retos que tiene esta práctica es, precisamente, descubrir el secreto que permanece escondido en el papel. A esta genealogía y a esta praxis del misterio agazapado entre los pliegues del hacer y el decir, podría sumarse la poética de Marcos Canteli, autor que ha dejado dicho en alguno de sus textos teóricos que la poesía trata de “ese hueco de estar intensamente aquí”. Catálogo de incesantes es publicado por su autor después de haber escrito los textos de poesía Enjambre y Su sombrío. También después de haber traducido la obra de autores como Creeley o Kerouac. Este aprendizaje literario alcanza certificación de solidez en esta obra que, encarnando y continuando las grandes crisis del lenguaje que se desarrollaron en el primer tercio del siglo XX, propone la desestructuración, la desarticulación de los códigos del decir para llamar la atención sobre las ineficacias del lenguaje, en el que solo el azar, tal vez, podrá alcanzar el sentido. Tratándose del autor cuyos propósitos antimiméticos son más radicales, llevándolos a un extremismo que raya en la planeada ilegibilidad, el poemario catálogo de incesantes se constituye como un collage gigante: la concatenación de materiales que abarcan el lenguaje cotidiano, la expresión deliberadamente vulgar, la aproximación a formas de decir cercanas a la construcción oriental. El poema gozoso se mira en el espejo del simulacro tras haber levantado los materiales de su construcción.
En el apogeo del montaje, del ensamblaje, antigua técnica que desarrollaron las vanguardias históricas para combatir el fantasma de la autenticidad, entre otros, Catálogo de incesantes distribuye sus aciertos y deliberados desaciertos expresivos. Ikebanas, teselas, mallas, flujos, claustros, ojivales, pasajes disponen su iluminada oscuridad laberíntica, puentes cegados, que descubren la arbitrariedad del orden, de lo sentido, de lo viviente. Como ideara Cage en sus trabajos de música no intencional, Marcos Canteli baraja azar y sentidos, los combina, suma desconciertos al propio concierto que se puede llegar a desarrollar en el poema, forja realidades bajo la apariencia de la no intervención. Así Milán, como afirma en el texto de la contraportada subraya que Canteli se aleja tanto de lo poético que lo revela en su profunda extrañeza: la operación poética es rara, rara la palabra y raro el decir y el no decir que se le extraña.
En el decurso del poemario que se inscribe vocacionalmente en el trazado de la poesía que dejara escrito José Miguel Ullán, la palabra aparece instalada en los límites de la inestabilidad del sentido. Un sentido que está definitivamente quebrado y que no sirve para decir. Iconoclasta frente a la iconodulia, no obstante, sin caer en el dibujo del arcano, Canteli recoge materiales para levantar pequeños monumentos que amenazan con derrumbarse: la nostalgia y el sacrificio de Tarkovsky, la escritura neobarroca de Kózer, Milán o Lezama Lima. También la presencia de los grandes arcanos de la poesía moderna se soterra en esos versos volitivamente configurados bajo la asunción de lo caótico: Desnos, Mallarmé, Duncan, Breton. Se trata de crear un árbol genealógico que rompe la propia filiación genética: lo surreal, lo neobarroco, la poesía del concepto inglés se acumula, se deshace y se dispara en estas páginas. Páginas dispuestas para en ocasiones “salirse de madre”, gestadas desde” lo sutil del mundo”. Palabras inevitablemente íntimas, orientadas a, rotas las posibilidades de un común sentido, iluminar ese claro hueco llamado yo, en su sorprendida delicadeza interior como el escorzo de una figura de papel: «aunque membrana de exilio /ni inmune por piel suave, párpado no amainado, o porque /aún muerde /en el fondo moho de los ojos, este claustro de /flores maternas que nunca traiciona sus raíces de vida».
Excelente reseña! Por la forma que lo has planteado, es obligatoria su lectura! Voy a ponerme en campaña para obtenerlo, aparenta ser una verdadera "joya" literaria.
ResponderEliminarSaludos!
Lo tienes fácil: acude a una librería o cómpralo por internet. Las joyas, amigo, cuestan.
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