Trad. Juan Manuel Salmerón Arjona. Salamandra, Barcelona, 2009. 281 pp. 16 €
José Manuel de la Huerga
Un punto se vuelve línea recta, proyectado al infinito. Si junto a él, muy cerca, sintiendo su respiración, hay un segundo punto, también línea, proyectado al infinito…, y así siempre, sin posibilidad de roce, hablaremos de líneas paralelas. Imaginémoslas unos instantes en dirección a un horizonte inasible. ¿A que desazonan? Pongámosles imposibilidad de cruce, repelencia de contacto, y tendremos el fundamento visual, potente, de la novela del jovencísimo Paolo Giordano.
Él lo planteó con números primos gemelos, esos que traen de cabeza a los matemáticos y a los físicos. Ya saben, los que sólo son divisibles por ellos mismos y por la unidad y que además sólo tienen un número par entre ellos, fino como una pared de papel. Digo, 11 y 13, 17 y 19, 41 y 43. Una imagen de zozobra, de misterio inescrutable desde el comienzo de la historia de las matemáticas. Este matiz, casi policíaco, no es despreciable.
Pero, más allá de las modas pasajeras de meter las ciencias exactas en la casa del voluble arte literario como animal huraño en hábitat esquivo, el escritor italiano se ha dedicado a escribir una excelente novela de dos soledades: dos imanes que se atraen y repelen con constantes fuerzas vectoriales de atracción y repelencia. Giordano, con inteligencia, cubrió la historia de dos soledades, la de Alice y Mattia, con un discurso matemático y pseudocientífico (no porque no sepa este físico con beca de postgrado, sino porque sabe perfectamente a qué ignorantes de esos vericuetos va dirigida su obra). Pero habría funcionado literariamente de igual forma sin él. Seguramente no habría sido éxito literario en Europa, acaso habría quedado en buen ejercicio literario de segundo año en el taller de escritura de Baricco, como mucho lo habría publicado una editorial de tercera.
Y es que ávidos de novedades, de apariencias, nos dejamos abrazar (todos, escritores, editores y lectores) por monas que se visten de seda. (Qué cerca escribí Baricco.)
Confieso que la novela me ha deslumbrado. Tiene la sabiduría de un narrador experimentado, que conoce los entresijos del arte narrativo: contención, ocultamiento de información, secuencias breves, cortadas, silencios medidos, jugadas de billar a tres bandas con carambolas sorprendentes… Todo un festival de virtudes novelescas aprendidas devotamente en los clásicos americanos, y bien aprendidas.
Pero lo importante es que ha encontrado dos personajes que amar. Me gustan las novelas donde se nota que el narrador ama a sus monstruos, donde no le ha quedado otra solución que entregarse a sus deyecciones. Así comienza la novela, con escena escatológica de niña obligada a esquiar por padre pluscuamperfecto. Escena de arranque que arrastrará, como pierna muerta, para el resto de una eternidad de casi trescientas páginas. La otra excrecencia es la de los gemelos en sombra: capricho de la naturaleza, problema matemático irresoluble. Mattia, niño prodigio, Michela, hermana gemela con tara mental. Michela perdida de su hermano, por toda la novela, como silencio que clama hasta la última línea, buscándola como parte necesaria de su unidad escindida. No me digan que no es doloroso, contenidamente doloroso.
Paolo Giordano ha sabido escribir una novela de la soledad postmoderna. La que todos esperábamos leer. Pongámosle los aditamentos enunciados al principio de la crítica y tendrán el éxito comercial. Pero la novela estaba armada sin todo eso. Porque el italiano sabía mirar dentro del alma y escudriñar todos sus pliegues, como muy pocos a los veinticinco años.
Giordano es un chico inteligente, y además prudente. O de apariencia prudente, en sus entrevistas. No adolece del mal del primer éxito literario, venividivinci. Confiesa que será escritor en función de sus siguientes entregas, y no es poco. Lo veremos.
José Manuel de la Huerga
Un punto se vuelve línea recta, proyectado al infinito. Si junto a él, muy cerca, sintiendo su respiración, hay un segundo punto, también línea, proyectado al infinito…, y así siempre, sin posibilidad de roce, hablaremos de líneas paralelas. Imaginémoslas unos instantes en dirección a un horizonte inasible. ¿A que desazonan? Pongámosles imposibilidad de cruce, repelencia de contacto, y tendremos el fundamento visual, potente, de la novela del jovencísimo Paolo Giordano.
Él lo planteó con números primos gemelos, esos que traen de cabeza a los matemáticos y a los físicos. Ya saben, los que sólo son divisibles por ellos mismos y por la unidad y que además sólo tienen un número par entre ellos, fino como una pared de papel. Digo, 11 y 13, 17 y 19, 41 y 43. Una imagen de zozobra, de misterio inescrutable desde el comienzo de la historia de las matemáticas. Este matiz, casi policíaco, no es despreciable.
Pero, más allá de las modas pasajeras de meter las ciencias exactas en la casa del voluble arte literario como animal huraño en hábitat esquivo, el escritor italiano se ha dedicado a escribir una excelente novela de dos soledades: dos imanes que se atraen y repelen con constantes fuerzas vectoriales de atracción y repelencia. Giordano, con inteligencia, cubrió la historia de dos soledades, la de Alice y Mattia, con un discurso matemático y pseudocientífico (no porque no sepa este físico con beca de postgrado, sino porque sabe perfectamente a qué ignorantes de esos vericuetos va dirigida su obra). Pero habría funcionado literariamente de igual forma sin él. Seguramente no habría sido éxito literario en Europa, acaso habría quedado en buen ejercicio literario de segundo año en el taller de escritura de Baricco, como mucho lo habría publicado una editorial de tercera.
Y es que ávidos de novedades, de apariencias, nos dejamos abrazar (todos, escritores, editores y lectores) por monas que se visten de seda. (Qué cerca escribí Baricco.)
Confieso que la novela me ha deslumbrado. Tiene la sabiduría de un narrador experimentado, que conoce los entresijos del arte narrativo: contención, ocultamiento de información, secuencias breves, cortadas, silencios medidos, jugadas de billar a tres bandas con carambolas sorprendentes… Todo un festival de virtudes novelescas aprendidas devotamente en los clásicos americanos, y bien aprendidas.
Pero lo importante es que ha encontrado dos personajes que amar. Me gustan las novelas donde se nota que el narrador ama a sus monstruos, donde no le ha quedado otra solución que entregarse a sus deyecciones. Así comienza la novela, con escena escatológica de niña obligada a esquiar por padre pluscuamperfecto. Escena de arranque que arrastrará, como pierna muerta, para el resto de una eternidad de casi trescientas páginas. La otra excrecencia es la de los gemelos en sombra: capricho de la naturaleza, problema matemático irresoluble. Mattia, niño prodigio, Michela, hermana gemela con tara mental. Michela perdida de su hermano, por toda la novela, como silencio que clama hasta la última línea, buscándola como parte necesaria de su unidad escindida. No me digan que no es doloroso, contenidamente doloroso.
Paolo Giordano ha sabido escribir una novela de la soledad postmoderna. La que todos esperábamos leer. Pongámosle los aditamentos enunciados al principio de la crítica y tendrán el éxito comercial. Pero la novela estaba armada sin todo eso. Porque el italiano sabía mirar dentro del alma y escudriñar todos sus pliegues, como muy pocos a los veinticinco años.
Giordano es un chico inteligente, y además prudente. O de apariencia prudente, en sus entrevistas. No adolece del mal del primer éxito literario, venividivinci. Confiesa que será escritor en función de sus siguientes entregas, y no es poco. Lo veremos.
muy triste ¡¡¡
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