Trad. Nicolás Tasin. Acantilado, Barcelona 2008. 70 pp. €
Blanca Riestra
Mis relaciones con Andréyev son accidentales, fluctuantes. Sé que es ruso pero no he visto fotos suyas ni conozco su biografía, ignoro lo que dice la crítica sobre su obra, ni siquiera lo he buscado en Wikipedia, sólo lo ubico en una época sombría de principios de siglo y sé que es una especie de Dostoievsky en más arrebatado y más terrible.
Sin embargo, algo me dice que debiera de colocarlo entre mis santones. Colgar un póster encima de mi cama, o algo así. Y es que las únicas tres cosas que he leído suyas me han deparado los pocos momentos de placer que tengo últimamente leyendo libros nuevos. Hace unos años —yo vivía por entonces todavía en la casa de Ayala, lo recuerdo—, Espasa publicó la deliciosa Sacha Zéguliov, la historia de un buen chico que se convierte, de pura abnegación, en asesino. Hace un par de veranos, cayó en mis manos, en el Chiado lisboeta, un librito viejo, con la maravillosa nouvelle Les Ténèbres, donde un terrorista virgen —la imagen misma del sacrificio y la pureza— se refugia en un prostíbulo antes de morir. Todo el relato es la historia de su encuentro con la posibilidad (¿degradante o salvadora?) del amor físico. Y otra vez, el mismo tema: la violencia como tentación espiritual. La virtud como hermana gemela de la caída.
Ahora Acantilado, nos regala otra novela corta: Los espectros. Una joya. Pero otro tipo de joya, más serena. No se nos habla aquí de violencia, de autoinmolación, de imposibilidad de amar. Es este un cuento casi de hadas, bienhumorado, donde la tragedia baila un minué de puntillas y nos sonríe. Estamos ante una fábula sobre el significado de nuestra vida en el mundo y sobre lo penosamente inocentes y risibles y poéticos que son nuestros afanes…
Qué decir. Que me hubiese gustado escribir esta historia sobre un manicomio, junto a un bosquecillo, y sobre sus habitantes, una historia llena de delicadeza, sentido del humor, todo un orbe dentro de una bola de cristal.
Está Los espectros poblado de personajes encantadores, ese loco, por ejemplo, que golpea incesantemente todas las puerta, incluso en sueños, esperando que le abran, hasta hacerse heridas en las manos, que nos trae inevitablemente reminiscencias del Charlie Parker de El perseguidor y también del Señor Sommer de Süskind, aquel majareta que no podía dejar nunca de caminar hasta caer rendido. Y quizás, ¿por qué no?, recuerda a uno de los locos más trágicos y risibles de la historia de la literatura: pienso en el Licenciado Vidriera.
También Pomerántsev se parece a Don Quijote, por idealista y por ridículo. Tiene ínfulas, y es benévolo y protector con sus semejantes, y hasta se enorgullece cuando le anuncian que tiene gota pues la considera una enfermedad de alto rango; escribe cartas al Alto Sínodo y visita volando los hospitales por las noches con San Nicolás para curar a los enfermos.
En cambio, Petrov, malhumorado, malhablado, enfadado con todos, que asegura que la enfermera los provoca con requiebros y luego se ríe de ellos detrás de las puertas, ve el rostro amenazante de su madre, escondida tras los árboles del jardín.
Quizás, sea el doctor Sheviriov la cifra del relato, el enigma oculto. Insomne, pasa las noches en el cabaret Babilonia, bebe siempre tres botellas de champán, ni una más ni una menos, y cree, mientras cantan los bohemios, que nunca ha estado más vivo que en esos momentos de intensidad y desorden, mientras los otros, sentados junto a él, se abofetean, bailan, se enamoran.
Los espectros se lee con una sonrisa permanente, pero también, con un “pincement au coeur”. ¿Por qué? Pues porque todo el texto habla del bello absurdo que significa estar vivo, de la poesía loca y dolorosa de estar aquí, ahora. Esos locos somos nosotros, tan seguros de nosotros mismos, indignados, vociferantes, buscando ofensas en los gestos de los otros, creyendo que las enfermeras nos aman sin esperanza alguna, orgullosos de la decoración de nuestro cuarto, u optimistas, viendo fortunas y dones del cielo en todas las desgracias.
Blanca Riestra
Mis relaciones con Andréyev son accidentales, fluctuantes. Sé que es ruso pero no he visto fotos suyas ni conozco su biografía, ignoro lo que dice la crítica sobre su obra, ni siquiera lo he buscado en Wikipedia, sólo lo ubico en una época sombría de principios de siglo y sé que es una especie de Dostoievsky en más arrebatado y más terrible.
Sin embargo, algo me dice que debiera de colocarlo entre mis santones. Colgar un póster encima de mi cama, o algo así. Y es que las únicas tres cosas que he leído suyas me han deparado los pocos momentos de placer que tengo últimamente leyendo libros nuevos. Hace unos años —yo vivía por entonces todavía en la casa de Ayala, lo recuerdo—, Espasa publicó la deliciosa Sacha Zéguliov, la historia de un buen chico que se convierte, de pura abnegación, en asesino. Hace un par de veranos, cayó en mis manos, en el Chiado lisboeta, un librito viejo, con la maravillosa nouvelle Les Ténèbres, donde un terrorista virgen —la imagen misma del sacrificio y la pureza— se refugia en un prostíbulo antes de morir. Todo el relato es la historia de su encuentro con la posibilidad (¿degradante o salvadora?) del amor físico. Y otra vez, el mismo tema: la violencia como tentación espiritual. La virtud como hermana gemela de la caída.
Ahora Acantilado, nos regala otra novela corta: Los espectros. Una joya. Pero otro tipo de joya, más serena. No se nos habla aquí de violencia, de autoinmolación, de imposibilidad de amar. Es este un cuento casi de hadas, bienhumorado, donde la tragedia baila un minué de puntillas y nos sonríe. Estamos ante una fábula sobre el significado de nuestra vida en el mundo y sobre lo penosamente inocentes y risibles y poéticos que son nuestros afanes…
Qué decir. Que me hubiese gustado escribir esta historia sobre un manicomio, junto a un bosquecillo, y sobre sus habitantes, una historia llena de delicadeza, sentido del humor, todo un orbe dentro de una bola de cristal.
Está Los espectros poblado de personajes encantadores, ese loco, por ejemplo, que golpea incesantemente todas las puerta, incluso en sueños, esperando que le abran, hasta hacerse heridas en las manos, que nos trae inevitablemente reminiscencias del Charlie Parker de El perseguidor y también del Señor Sommer de Süskind, aquel majareta que no podía dejar nunca de caminar hasta caer rendido. Y quizás, ¿por qué no?, recuerda a uno de los locos más trágicos y risibles de la historia de la literatura: pienso en el Licenciado Vidriera.
También Pomerántsev se parece a Don Quijote, por idealista y por ridículo. Tiene ínfulas, y es benévolo y protector con sus semejantes, y hasta se enorgullece cuando le anuncian que tiene gota pues la considera una enfermedad de alto rango; escribe cartas al Alto Sínodo y visita volando los hospitales por las noches con San Nicolás para curar a los enfermos.
En cambio, Petrov, malhumorado, malhablado, enfadado con todos, que asegura que la enfermera los provoca con requiebros y luego se ríe de ellos detrás de las puertas, ve el rostro amenazante de su madre, escondida tras los árboles del jardín.
Quizás, sea el doctor Sheviriov la cifra del relato, el enigma oculto. Insomne, pasa las noches en el cabaret Babilonia, bebe siempre tres botellas de champán, ni una más ni una menos, y cree, mientras cantan los bohemios, que nunca ha estado más vivo que en esos momentos de intensidad y desorden, mientras los otros, sentados junto a él, se abofetean, bailan, se enamoran.
Los espectros se lee con una sonrisa permanente, pero también, con un “pincement au coeur”. ¿Por qué? Pues porque todo el texto habla del bello absurdo que significa estar vivo, de la poesía loca y dolorosa de estar aquí, ahora. Esos locos somos nosotros, tan seguros de nosotros mismos, indignados, vociferantes, buscando ofensas en los gestos de los otros, creyendo que las enfermeras nos aman sin esperanza alguna, orgullosos de la decoración de nuestro cuarto, u optimistas, viendo fortunas y dones del cielo en todas las desgracias.
La estoy leyendo y fue de casualidad, aunque no tanto porque me gustó el título. No conocía el autor, me parece muy bueno. Buscaré más sobre sus obras y vida.
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