martes, julio 07, 2009

Las vírgenes sabias, Leonard Woolf

Trad. Marian Womack. Impedimenta, Madrid, 2009. 328 pp. 21,95 €

Ana Muñoz de la Torre

La primera impresión que me queda tras leer Las vírgenes sabias es que la sombra de Virginia Woolf resultó tan alargada que llegó a eclipsar incluso al hombre de quien tomaría su apellido para formar parte de la Historia de la literatura. Con ello no pretendo dar a entender que entre la obra de Leonard y Virginia se puedan ni se deban establecer comparaciones, pues en tanto la de él se encuadra en el realismo, siguiendo la línea de contemporáneos como E. M. Forster, la de ella, modernista, marcaría un antes y un después en el terreno de la forma. Sin embargo, sí deseo destacar que el título objeto de esta reseña no nos descubre a un aspirante a escritor mediocre, alguien que un buen día comenzó a emborronar papeles de manera gratuita en un intento de emular a artistas muy próximos (su esposa y sus amistades del Círculo de Bloomsbury, presentes en la novela). Por el contrario, la prosa de Leonard Woolf nos sitúa ante un autor que maneja con solvencia las distintas herramientas narrativas y que está capacitado tanto para elaborar la orografía de una época como para trazar con precisión de cirujano la psicología de sus personajes.
De considerable carga autobiográfica, Las vírgenes sabias provocó una enorme conmoción en el momento en que fue publicada (1914), hasta tal punto que la familia de Leonard le retiró la palabra y la propia Virginia atravesó una de las mayores crisis nerviosas de cuantas sufriría a lo largo de su vida, al verse retratada, de forma cristalina, en la liberal y excéntrica Camilla Lawrence.
La acción de la novela se desarrolla en un suburbio imaginario de Londres: Richstead (combinación de Richmond y Hampstead), y representa una sátira de la puritana sociedad de las primeras décadas del siglo XX. El protagonista, Harry Davis, es un joven judío que se vanagloria de serlo. Ateo, crítico y asocial, estudia pintura en una escuela de arte, lugar donde conocerá a la modelo Camilla Lawrence, alter ego de Virginia Woolf. El carácter provocador, inadaptado e inconformista de Harry, así como su hastío ante la hipocresía que lo rodea, recuerda a otros antihéroes literarios, igualmente rebeldes y desorientados, como Franny Glass (Franny y Zooey, J.D. Salinger) o Colling Smith (La soledad del corredor de fondo, Allan Sillitoe). Harry se nos presenta como un soñador cínico, sarcástico y desubicado que aprueba la mentira como medio de escape de situaciones incómodas, reconoce su odio manifiesto al clero y desprecia a las muchachas mojigatas y sumisas de su cotidianidad, esas vírgenes superficiales e ignorantes, tan distintas de las hermanas Lawrence (Camilla y Katharine), auténticas vírgenes sabias.
Conforme la narración avanza, es posible que el lector evoque la novela de Somerset Maugham Al filo de la navaja, ya que ambas obras constituyen una radiografía de los usos y costumbres de un período determinado (los Estados Unidos y la Europa posteriores a la Gran Depresión en Al filo de la navaja, y los albores del siglo XX en Londres en Las vírgenes sabias) y de unas sociedades donde sus protagonistas no encajan. La principal diferencia entre el personaje creado por Maugham y el de Woolf radica en que, mientras Larry Darrell opta por encontrar su lugar en el mundo y vivir ajeno a imposiciones externas, Harry Davis acabará acatando la sentencia dictada por su entorno contra él. Por ello, puede afirmarse que Las vírgenes sabias es la historia de una derrota personal, la de su protagonista, un fracaso vital provocado a partes iguales por el rechazo de su amada Camilla y su obediencia final a las rígidas normas morales que ha ido cuestionando a lo largo de la narración.
Sin duda alguna, nos encontramos ante una obra valiente, que aboga por la libertad del individuo como un derecho fundamental e inalienable, y que viene a corroborar que el hombre siempre será asediado por pasiones, dudas y temores idénticos a los sufridos por sus ancestros.
Una de las partes más valiosas del libro es la que muestra abiertamente la postura de Camilla-Virginia hacia el matrimonio, su incapacidad de sentir pasión, de entregarse, su temor a verse apartada del mundo una vez que se convierta en esposa, el miedo a perder su independencia… Años más tarde, la autora londinense publicaría el ensayo titulado Una habitación propia.
Katharine (nombre que en la ficción recibe Vanessa, hermana de Virginia) aparece como contrapunto de Camilla y elemento perturbador de Harry, quien por momentos duda en elegir entre el espíritu terrenal de aquélla y el carácter etéreo de ésta, entre la capacidad de comprensión de la primera y la imaginación de la segunda. Katharine se dirige siempre a su hermana con esa sinceridad brutal que cabe únicamente entre las personas que se adoran. Por eso, cuando Camilla le pregunta si debería casarse con Harry en caso de que se lo pidiese, le responde: «No naciste para casarte, no naciste para tener marido e hijos […] Querrás encontrar algo más. El amor nos deja estancados, supongo».
Cualquier cosa, excepto estancado, se quedará el buen lector tras disfrutar de Las vírgenes sabias, una obra que todo amante del universo Woolf estimará una joya.

2 comentarios:

  1. Leeré el libro. La reseña descubre el talento de un autor oculto tras una leyenda.

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  2. Será tiempo de leer a este autor que hace uno a un lado por Ginia.

    Saludos.

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