Trad. Ismael Attrache. Alba, Barcelona, 2009. 312 pp. 24 €
Pedro A. Ramos García
Con el extenso subtítulo de Muerte y obsesión en la vida de un escultor forense, se nos presenta esta novela, La chica de la nariz torcida, que nos narra la biografía de Frank Bender, según su página web (www.frankbender.us) un “autodidact forensic and fine artist” (un forense autodidacta y estupendo artista).
Escrita por Ted Botha, colaborador de The New York Times y Los Angeles Times entre otros, a veces parece ser el propio Frank Bender el que toma la palabra para narrarnos sus orígenes, allá por octubre de 1977, como estudiante del turno de noche en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, después de terminar su jornada laboral como fotógrafo. Su curiosidad, falta de escrúpulos con los cadáveres (que se narra de una forma casi médica y exacta) e intuición para dotar sus reconstrucciones de detalles que terminan resultando fundamentales para su identificación; le han convertido en uno de los más reputados y conocidos escultores forenses, profesión de reciente creación y muy mal remunerada.
Sin embargo, este aspecto poco o nada parece importarle a Frank, nuestro protagonista, que siempre consigue hallar un modo de seguir pagando las facturas: como fotógrafo, como buzo, como albañil… Sus peleas, como la de cualquier autónomo, se centran en reclamar a diferentes cuerpos de policía que le paguen las reconstrucciones que ha realizado para ellos, algunas de las cuales han tenido éxito y han servido para identificar el cadáver. Porque una de las principales virtudes de este libro, una biografía novelada o una crónica biográfica, es la de humanizar un estereotipo tan de moda en las series de televisión tipo CSI o Bones y desprenderlo de todo el glamour del que el entretenimiento masivo parece precisar. De glamour y elipsis porque en este libro podemos encontrar la narración detallada de todo el proceso, no sólo desde que le suministran el cráneo y Frank empieza a trabajar, sino las negociaciones previas entre el escultor forense y el departamento de policía que le quiere contratar. Sin duda, este aspecto burocrático, que dota de realismo a la narración es un hándicap para aquellos que busquen un thriller o una novela de género porque, aunque tiene todos los ingredientes, Ted Botha no claudica en ningún momento y se mantiene fiel a la estructura que propone desde el principio: discontinúa, con marcados saltos temporales y breves resúmenes que nos permiten ubicarnos casi de inmediato; fiel a su protagonista, un aprendiz de artista que evoluciona como tal y como persona, que crece y se equivoca, que es infiel y tiene problemas para ser el padre, el novio perfecto, que antepone su pasión por reconstruir rostros a sus obligaciones afectivas y económicas, porque para Frank Bender “la ciencia forense satisfacía varios impulsos primordiales de su interior. Modelaba para obtener justicia, para ayudar a cerrar un caso, pero, sobre todo, en busca de un arte que sirviera para algo”.
Ciudad Juárez, México.
Gran parte del libro se centra en la época en que Frank Bender fue contratado para poner rostro a algunas de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y, lamentablemente, no arroja ninguna esperanza sobre que se puedan esclarecer los feminicidios que se llevan cometiendo allí desde 1993, con una media de dos desaparecidas al mes. Todo lo contrario. Leyendo el libro uno llega a la conclusión que la única motivación de las autoridades mexicanas para contratar a Frank fue lavar su imagen cara a la opinión pública. Desalentador, por realista. Y lo demás es Hollywood (sí, existe: Bordertown, dirigida por Gregory Nava, protagonizada por Jennifer López).
Pedro A. Ramos García
Con el extenso subtítulo de Muerte y obsesión en la vida de un escultor forense, se nos presenta esta novela, La chica de la nariz torcida, que nos narra la biografía de Frank Bender, según su página web (www.frankbender.us) un “autodidact forensic and fine artist” (un forense autodidacta y estupendo artista).
Escrita por Ted Botha, colaborador de The New York Times y Los Angeles Times entre otros, a veces parece ser el propio Frank Bender el que toma la palabra para narrarnos sus orígenes, allá por octubre de 1977, como estudiante del turno de noche en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, después de terminar su jornada laboral como fotógrafo. Su curiosidad, falta de escrúpulos con los cadáveres (que se narra de una forma casi médica y exacta) e intuición para dotar sus reconstrucciones de detalles que terminan resultando fundamentales para su identificación; le han convertido en uno de los más reputados y conocidos escultores forenses, profesión de reciente creación y muy mal remunerada.
Sin embargo, este aspecto poco o nada parece importarle a Frank, nuestro protagonista, que siempre consigue hallar un modo de seguir pagando las facturas: como fotógrafo, como buzo, como albañil… Sus peleas, como la de cualquier autónomo, se centran en reclamar a diferentes cuerpos de policía que le paguen las reconstrucciones que ha realizado para ellos, algunas de las cuales han tenido éxito y han servido para identificar el cadáver. Porque una de las principales virtudes de este libro, una biografía novelada o una crónica biográfica, es la de humanizar un estereotipo tan de moda en las series de televisión tipo CSI o Bones y desprenderlo de todo el glamour del que el entretenimiento masivo parece precisar. De glamour y elipsis porque en este libro podemos encontrar la narración detallada de todo el proceso, no sólo desde que le suministran el cráneo y Frank empieza a trabajar, sino las negociaciones previas entre el escultor forense y el departamento de policía que le quiere contratar. Sin duda, este aspecto burocrático, que dota de realismo a la narración es un hándicap para aquellos que busquen un thriller o una novela de género porque, aunque tiene todos los ingredientes, Ted Botha no claudica en ningún momento y se mantiene fiel a la estructura que propone desde el principio: discontinúa, con marcados saltos temporales y breves resúmenes que nos permiten ubicarnos casi de inmediato; fiel a su protagonista, un aprendiz de artista que evoluciona como tal y como persona, que crece y se equivoca, que es infiel y tiene problemas para ser el padre, el novio perfecto, que antepone su pasión por reconstruir rostros a sus obligaciones afectivas y económicas, porque para Frank Bender “la ciencia forense satisfacía varios impulsos primordiales de su interior. Modelaba para obtener justicia, para ayudar a cerrar un caso, pero, sobre todo, en busca de un arte que sirviera para algo”.
Ciudad Juárez, México.
Gran parte del libro se centra en la época en que Frank Bender fue contratado para poner rostro a algunas de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y, lamentablemente, no arroja ninguna esperanza sobre que se puedan esclarecer los feminicidios que se llevan cometiendo allí desde 1993, con una media de dos desaparecidas al mes. Todo lo contrario. Leyendo el libro uno llega a la conclusión que la única motivación de las autoridades mexicanas para contratar a Frank fue lavar su imagen cara a la opinión pública. Desalentador, por realista. Y lo demás es Hollywood (sí, existe: Bordertown, dirigida por Gregory Nava, protagonizada por Jennifer López).
¿por qué desapareció la reseña de perturbaciones del día 11 de julio hecha por Julián Díez? Muchas Gracias
ResponderEliminarEstimado Anónimo...
ResponderEliminarNo publicamos reseñas ni en sábado ni en domingo. Y el día 11 era sábado.
Un cordial saludo