VíaMagna, Barcelona, 2009. 495 pp. 19.95 €
Rubén Castillo Gallego
Patrick Ericson es uno de esos escritores que de repente, sin que nadie se explique muy bien cómo, están. Quiero decir: escritores cuyos nombres de pronto se nos hacen familiares y comenzamos a verlos en las mesas de las librerías, con títulos impactantes, temas sugerentes e índices de ventas más que notorios. En el caso de Patrick, todo comenzó a hervir con sus interesantes novelas Génesis (El ritual rosacruz) y La escala masónica. Y ahora continúa el éxito con El ocaso de las siete colinas, un thriller donde política, sexo, religión y espionaje se funden para producir una mezcla de altísima eficacia. Pero que no se engañen los lectores más suspicaces: no estamos ante una obra facilona, ante un best-seller típico, superficial, esquemático y ramplón, destinado a un público poco o nada exigente en materia estilística. Nada de eso. Las páginas de Patrick Ericson están concebidas con escrúpulo literario, con elegancia formal y con una inteligente dosificación de recursos. Pero es bastante obvio que donde el autor tiene que cargas las tintas en este tipo de obras es en el argumento. Y ahí Patrick Ericson se revela como un gran ingeniero novelístico: juega con los tiempos, construye una poderosa armazón arquitectónica, perfila los tipos psicológicos, escande con gran habilidad las sorpresas, camufla sus trucos de prestidigitador y, al fin, deja que su bomba estalle en el rostro de los lectores, que quedan conmocionados, con el ritmo cardíaco a ciento veinte pulsaciones y pegados, literalmente pegados, al sillón... Un resumen de la novela sería perjudicial e injusto, así que no osaré acometerlo, por respeto a quienes decidan abrir sus páginas (será una sabia decisión), pero cuenten con antiguos agentes del KGB, que venden maletines nucleares y secretos de orden informático; con unos maníacos que han decidido hacer realidad las profecías macabras del Apocalipsis, atentando contra el Vaticano durante la elección del Sumo Pontífice; con expertos de la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU., que han de detener ese holocausto; con un juego de rol donde unos pobres chicos son manejados como peones de ajedrez, sin saber que van a ser inmolados; y, sobre todo, con varias sorpresas magistralmente escamoteadas hasta las últimas páginas, que provocan exoftalmia en los lectores. En suma, un volumen que puede llegar a ser una de las revelaciones literarias de la temporada, con total merecimiento: por su estilo, por su solidez y por su talante casi cinematográfico. Si no han decidido aún qué libros van a leerse durante este verano, les aconsejo que no dejen de lado El ocaso de las siete colinas. Disfrutarán una locura.
Rubén Castillo Gallego
Patrick Ericson es uno de esos escritores que de repente, sin que nadie se explique muy bien cómo, están. Quiero decir: escritores cuyos nombres de pronto se nos hacen familiares y comenzamos a verlos en las mesas de las librerías, con títulos impactantes, temas sugerentes e índices de ventas más que notorios. En el caso de Patrick, todo comenzó a hervir con sus interesantes novelas Génesis (El ritual rosacruz) y La escala masónica. Y ahora continúa el éxito con El ocaso de las siete colinas, un thriller donde política, sexo, religión y espionaje se funden para producir una mezcla de altísima eficacia. Pero que no se engañen los lectores más suspicaces: no estamos ante una obra facilona, ante un best-seller típico, superficial, esquemático y ramplón, destinado a un público poco o nada exigente en materia estilística. Nada de eso. Las páginas de Patrick Ericson están concebidas con escrúpulo literario, con elegancia formal y con una inteligente dosificación de recursos. Pero es bastante obvio que donde el autor tiene que cargas las tintas en este tipo de obras es en el argumento. Y ahí Patrick Ericson se revela como un gran ingeniero novelístico: juega con los tiempos, construye una poderosa armazón arquitectónica, perfila los tipos psicológicos, escande con gran habilidad las sorpresas, camufla sus trucos de prestidigitador y, al fin, deja que su bomba estalle en el rostro de los lectores, que quedan conmocionados, con el ritmo cardíaco a ciento veinte pulsaciones y pegados, literalmente pegados, al sillón... Un resumen de la novela sería perjudicial e injusto, así que no osaré acometerlo, por respeto a quienes decidan abrir sus páginas (será una sabia decisión), pero cuenten con antiguos agentes del KGB, que venden maletines nucleares y secretos de orden informático; con unos maníacos que han decidido hacer realidad las profecías macabras del Apocalipsis, atentando contra el Vaticano durante la elección del Sumo Pontífice; con expertos de la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU., que han de detener ese holocausto; con un juego de rol donde unos pobres chicos son manejados como peones de ajedrez, sin saber que van a ser inmolados; y, sobre todo, con varias sorpresas magistralmente escamoteadas hasta las últimas páginas, que provocan exoftalmia en los lectores. En suma, un volumen que puede llegar a ser una de las revelaciones literarias de la temporada, con total merecimiento: por su estilo, por su solidez y por su talante casi cinematográfico. Si no han decidido aún qué libros van a leerse durante este verano, les aconsejo que no dejen de lado El ocaso de las siete colinas. Disfrutarán una locura.
Muchísimas gracias, Rubén, por la parte que me corresponde. Celebro que te haya gustado.
ResponderEliminarUn abrazo