Páginas de Espuma, Madrid, 2008. 280 pp. 19 €
1. Elia Barceló
Creo que la primera vez que me encontré con un microrrelato (o hiperbreve o minificción, como también se les llama) fue hace muchos años en un texto ensayístico de Cortázar donde, para ejemplificar el punto de vista en un relato, usaba una breve historia que no era suya, pero no indicaba procedencia y hasta ahora no he averiguado de quién es, aunque por el tema podría ser de M. R. James. Lo cuento de memoria:
Un matrimonio quiere comprar un castillo inglés (o escocés) que acaba de ponerse en venta y, mientras el marido habla de las condiciones con la empleada de la inmobiliaria, la mujer va entrando y saliendo de distintas habitaciones. Al llegar a un pasillo, se encuentra con un caballero que, al parecer, también está interesado en la compra del castillo, empiezan a charlar y la mujer le comenta: «He oído decir que este castillo tiene fantasma. ¿Usted cree que es cierto?»
El caballero le contesta: «No sabría decirle, señora. Yo hace quinientos años que vivo aquí y no lo he visto nunca.» Y desaparece.
El minicuento me pareció tan estimulante, tan curioso, tan lleno de sugerencias que desde ese momento empecé a buscar microrrelatos conscientemente, lo que me llevó, como era de esperar, a Monterroso y su dinosaurio, y de ahí a muchos otros autores pasados y presentes que utilizaron la extensión hiperbreve para plasmar sus historias. Debo de haber leído cientos, pero todos ellos eran modernos, entendiendo por moderno lo producido, sobre todo, a lo largo del siglo XX.
Los ensayos sobre la ficción hiperbreve también suelen dedicarse a lo contemporáneo y hasta la lectura de Los cuentos más breves del mundo. De Esopo a Kafka apenas si había tenido ocasión de leer textos que hubieran sido escritos mucho antes del siglo XIX.
Por eso he encontrado muy satisfactorio este volumen: porque me ha abierto un campo que yo sabía que tenía que existir, pero nunca había encontrado, y me ha proporcionado muchos momentos de placer de lectura porque, si algo tienen los microrrelatos, es que —igual que su equivalente en poesía, el haiku— ofrecen un máximo de placer junto a un mínimo de tiempo de lectura y un eco interior larguísimo.
El proceso de reunir los textos que nos regala esta obra ha debido de ser largo y difícil, casi detectivesco, porque nos encontramos con microrrelatos de 157 autores que van desde el más antiguo (Esopo, 620-560 a.C) al más reciente (Franz Kafka (1883-1924), pasando por los autores griegos, chinos y romanos de antes de Cristo, para continuar cronológicamente recorriendo la cuentística árabe, persa, india, china, europea de distintos países y estadounidense.
El compilador —Eduardo Berti— nos informa en el prólogo de que ha estructurado su selección partiendo de tres criterios: los textos elegidos debían ser muy breves (un máximo de 350 palabras, aunque la mayor parte tiene muchas menos); debían ser anteriores al siglo XX (o de principios del siglo XX como mucho) y debía tratarse de textos escritos en cualquier lengua salvo la castellana.
Esto ha tenido que aumentar considerablemente la dificultad de compilar la antología porque las lenguas originales son tantas y tan variadas que no resulta posible que un solo antologista las domine todas y esté en posición de ofrecernos una traducción propia. Para eso se han encargado traducciones a varios profesionales que constan en el elenco del final del libro.
El lector aficionado a la ficción ultrabreve descubrirá en esta obra una gran cantidad de textos que, estoy casi segura, no conocía y que le proporcionarán esas breves chispas de ingenio que suelen incendiar la estopa de nuestra imaginación.
De todas formas, es conveniente avisar de que los lectores acostumbrados a textos contemporáneos, que suelen poner el énfasis en la sorpresa, pueden encontrar muy diferentes los microrrelatos más antiguos: algunos son, para nuestro gusto actual algo «lentos»; otros nos parecen ya conocidos —porque ha habido generaciones de escritores posteriores que han bebido de estas fuentes sin informarnos de ello y los lectores pensábamos que eran originales—; otros son —lamento tener que confesar mis dificultades con el pensamiento chino— algo crípticos; otros son fuertemente didácticos —cosa a la que los lectores actuales ya no estamos acostumbrados—, pero en conjunto se trata de un libro apasionante que vale la pena tener siempre a mano porque, a diferencia de las gordísimas novelas que están de moda hoy en día, esta obra tiene la ventaja de que con dos minutos de lectura hemos incorporado a nuestra mente un texto completo que nos hará sonreír o reflexionar durante mucho tiempo.
Es muy de agradecer también la estructuración cronológica de los microrrelatos, la existencia de un índice de autores con un poco de información sobre cada uno de ellos —ya que los hay auténticamente desconocidos para un público occidental— y las referencias a los traductores.
Eduardo Berti y Páginas de Espuma nos han hecho un gran regalo y, a riesgo de parecer una niña mimada y desagradecida que, nada más recibir un juguete ya está pidiendo el siguiente, me gustaría que ambos continuaran colaborando para ofrecer a los lectores más libros como éste.
1. Elia Barceló
Creo que la primera vez que me encontré con un microrrelato (o hiperbreve o minificción, como también se les llama) fue hace muchos años en un texto ensayístico de Cortázar donde, para ejemplificar el punto de vista en un relato, usaba una breve historia que no era suya, pero no indicaba procedencia y hasta ahora no he averiguado de quién es, aunque por el tema podría ser de M. R. James. Lo cuento de memoria:
Un matrimonio quiere comprar un castillo inglés (o escocés) que acaba de ponerse en venta y, mientras el marido habla de las condiciones con la empleada de la inmobiliaria, la mujer va entrando y saliendo de distintas habitaciones. Al llegar a un pasillo, se encuentra con un caballero que, al parecer, también está interesado en la compra del castillo, empiezan a charlar y la mujer le comenta: «He oído decir que este castillo tiene fantasma. ¿Usted cree que es cierto?»
El caballero le contesta: «No sabría decirle, señora. Yo hace quinientos años que vivo aquí y no lo he visto nunca.» Y desaparece.
El minicuento me pareció tan estimulante, tan curioso, tan lleno de sugerencias que desde ese momento empecé a buscar microrrelatos conscientemente, lo que me llevó, como era de esperar, a Monterroso y su dinosaurio, y de ahí a muchos otros autores pasados y presentes que utilizaron la extensión hiperbreve para plasmar sus historias. Debo de haber leído cientos, pero todos ellos eran modernos, entendiendo por moderno lo producido, sobre todo, a lo largo del siglo XX.
Los ensayos sobre la ficción hiperbreve también suelen dedicarse a lo contemporáneo y hasta la lectura de Los cuentos más breves del mundo. De Esopo a Kafka apenas si había tenido ocasión de leer textos que hubieran sido escritos mucho antes del siglo XIX.
Por eso he encontrado muy satisfactorio este volumen: porque me ha abierto un campo que yo sabía que tenía que existir, pero nunca había encontrado, y me ha proporcionado muchos momentos de placer de lectura porque, si algo tienen los microrrelatos, es que —igual que su equivalente en poesía, el haiku— ofrecen un máximo de placer junto a un mínimo de tiempo de lectura y un eco interior larguísimo.
El proceso de reunir los textos que nos regala esta obra ha debido de ser largo y difícil, casi detectivesco, porque nos encontramos con microrrelatos de 157 autores que van desde el más antiguo (Esopo, 620-560 a.C) al más reciente (Franz Kafka (1883-1924), pasando por los autores griegos, chinos y romanos de antes de Cristo, para continuar cronológicamente recorriendo la cuentística árabe, persa, india, china, europea de distintos países y estadounidense.
El compilador —Eduardo Berti— nos informa en el prólogo de que ha estructurado su selección partiendo de tres criterios: los textos elegidos debían ser muy breves (un máximo de 350 palabras, aunque la mayor parte tiene muchas menos); debían ser anteriores al siglo XX (o de principios del siglo XX como mucho) y debía tratarse de textos escritos en cualquier lengua salvo la castellana.
Esto ha tenido que aumentar considerablemente la dificultad de compilar la antología porque las lenguas originales son tantas y tan variadas que no resulta posible que un solo antologista las domine todas y esté en posición de ofrecernos una traducción propia. Para eso se han encargado traducciones a varios profesionales que constan en el elenco del final del libro.
El lector aficionado a la ficción ultrabreve descubrirá en esta obra una gran cantidad de textos que, estoy casi segura, no conocía y que le proporcionarán esas breves chispas de ingenio que suelen incendiar la estopa de nuestra imaginación.
De todas formas, es conveniente avisar de que los lectores acostumbrados a textos contemporáneos, que suelen poner el énfasis en la sorpresa, pueden encontrar muy diferentes los microrrelatos más antiguos: algunos son, para nuestro gusto actual algo «lentos»; otros nos parecen ya conocidos —porque ha habido generaciones de escritores posteriores que han bebido de estas fuentes sin informarnos de ello y los lectores pensábamos que eran originales—; otros son —lamento tener que confesar mis dificultades con el pensamiento chino— algo crípticos; otros son fuertemente didácticos —cosa a la que los lectores actuales ya no estamos acostumbrados—, pero en conjunto se trata de un libro apasionante que vale la pena tener siempre a mano porque, a diferencia de las gordísimas novelas que están de moda hoy en día, esta obra tiene la ventaja de que con dos minutos de lectura hemos incorporado a nuestra mente un texto completo que nos hará sonreír o reflexionar durante mucho tiempo.
Es muy de agradecer también la estructuración cronológica de los microrrelatos, la existencia de un índice de autores con un poco de información sobre cada uno de ellos —ya que los hay auténticamente desconocidos para un público occidental— y las referencias a los traductores.
Eduardo Berti y Páginas de Espuma nos han hecho un gran regalo y, a riesgo de parecer una niña mimada y desagradecida que, nada más recibir un juguete ya está pidiendo el siguiente, me gustaría que ambos continuaran colaborando para ofrecer a los lectores más libros como éste.
2. Ignacio Sanz
Los relatos cortos o microrrelatos no son una moda de nuestro tiempo acelerado. Ya encontraron asiento en la antigüedad entre autores célebres. No hay más que echar un vistazo a este libro recogido por Eduardo Berti para percatarnos del largo camino que llevan trazado. Es verdad que, en la mayoría de los casos, son piezas sueltas en la obra de sus autores, es decir que el género carecía de la patente de corso que goza en la actualidad donde grandes autores de novelas o de relatos han entregado también libros de microrrelatos. Acaso al rebufo de esta nueva corriente, Eduardo Berti, mira al pasado para descubrirnos que también los clásicos habían hollado este camino. Es una manera sutil de hacernos saber que no hay nada nuevo bajo el sol.
¿Pero qué es un microrrelato o un relato breve? Berti lo define en la introducción al este libro como aquel que no ocupa más de una página. Dicho en palabras, los que no superan las 350 palabras. Los relatos por él elegidos oscilan entre las tres líneas y la página, es decir, son relatos cortos. Otra particularidad del libro es que se trata en todos los casos de relatos traducidos, es decir no escritos por autores en español. Ningún autor está representado con más de dos cuentos. Y otra característica más es que Berti se adentra tanto en la cultura occidental, incluyendo a los árabes, como en la oriental, rescatando autores chinos o japoneses con los que el lector occidental no suele estar muy familiarizado.
Leyendo esta antología uno descubre que los autores, antes que hijos de unos padres concretos son, sobre todo, hijos de una época. Quiero decir que el lector se va a encontrar aquí los cuentos moralizantes propios del medievo que recuerdan a nuestro don Juan Manuel; también se topará con nombres legendarios, nunca mejor dicho como el italiano Santiago de la Vogágine, autor de la Leyenda aúrea, junto a los clásicos griegos y latinos. Y muchos autores célebres como Leonardo, Voltaire, Marqués de Sade, Baudelaire, Tolstói, Stenvenson, Rimbaud, Chéjov, Bierce, Wilde, Mark Twain, Jules Renard, Svevo o Kafka que cierra la lista. Es decir, el libro se cierra en los albores del siglo XX.
La amenidad del libro radica en la brevedad de sus relatos. Leyendo estas páginas uno tiene la sensación de haber hecho un recorrido por la historia de la literatura. Es verdad que se trata en ocasiones de apuntes, escorzos llenos de gracia e ironía en los que el quiebro final acaba dando al relato esa esferecidad de la que hablaba Cortázar y de la que se apropió después Antonio Pereira, uno de nuestros grandes cultivadores de relatos breves.
Es posible que el lector contemporáneo se sienta más atraído por aquellos autores más cercanos en el tiempo, pero no se va a sentir decepcionado con los escritores precristianos ni tampoco con los orientales. Al fin, las preocupaciones del hombre son constantes en lo esencial.
Y, para muestra un botón, elegido por su brevedad: Frenesí de William Drummond:
«Una dama sentía tal frenesí por cierto predicador llamado Mr. Dod, que le pidió a su marido que le permitiese acostarse con él a fin de procrear un ángel o un santo; el permiso fue dado, pero el parto fue normal.»
Los relatos cortos o microrrelatos no son una moda de nuestro tiempo acelerado. Ya encontraron asiento en la antigüedad entre autores célebres. No hay más que echar un vistazo a este libro recogido por Eduardo Berti para percatarnos del largo camino que llevan trazado. Es verdad que, en la mayoría de los casos, son piezas sueltas en la obra de sus autores, es decir que el género carecía de la patente de corso que goza en la actualidad donde grandes autores de novelas o de relatos han entregado también libros de microrrelatos. Acaso al rebufo de esta nueva corriente, Eduardo Berti, mira al pasado para descubrirnos que también los clásicos habían hollado este camino. Es una manera sutil de hacernos saber que no hay nada nuevo bajo el sol.
¿Pero qué es un microrrelato o un relato breve? Berti lo define en la introducción al este libro como aquel que no ocupa más de una página. Dicho en palabras, los que no superan las 350 palabras. Los relatos por él elegidos oscilan entre las tres líneas y la página, es decir, son relatos cortos. Otra particularidad del libro es que se trata en todos los casos de relatos traducidos, es decir no escritos por autores en español. Ningún autor está representado con más de dos cuentos. Y otra característica más es que Berti se adentra tanto en la cultura occidental, incluyendo a los árabes, como en la oriental, rescatando autores chinos o japoneses con los que el lector occidental no suele estar muy familiarizado.
Leyendo esta antología uno descubre que los autores, antes que hijos de unos padres concretos son, sobre todo, hijos de una época. Quiero decir que el lector se va a encontrar aquí los cuentos moralizantes propios del medievo que recuerdan a nuestro don Juan Manuel; también se topará con nombres legendarios, nunca mejor dicho como el italiano Santiago de la Vogágine, autor de la Leyenda aúrea, junto a los clásicos griegos y latinos. Y muchos autores célebres como Leonardo, Voltaire, Marqués de Sade, Baudelaire, Tolstói, Stenvenson, Rimbaud, Chéjov, Bierce, Wilde, Mark Twain, Jules Renard, Svevo o Kafka que cierra la lista. Es decir, el libro se cierra en los albores del siglo XX.
La amenidad del libro radica en la brevedad de sus relatos. Leyendo estas páginas uno tiene la sensación de haber hecho un recorrido por la historia de la literatura. Es verdad que se trata en ocasiones de apuntes, escorzos llenos de gracia e ironía en los que el quiebro final acaba dando al relato esa esferecidad de la que hablaba Cortázar y de la que se apropió después Antonio Pereira, uno de nuestros grandes cultivadores de relatos breves.
Es posible que el lector contemporáneo se sienta más atraído por aquellos autores más cercanos en el tiempo, pero no se va a sentir decepcionado con los escritores precristianos ni tampoco con los orientales. Al fin, las preocupaciones del hombre son constantes en lo esencial.
Y, para muestra un botón, elegido por su brevedad: Frenesí de William Drummond:
«Una dama sentía tal frenesí por cierto predicador llamado Mr. Dod, que le pidió a su marido que le permitiese acostarse con él a fin de procrear un ángel o un santo; el permiso fue dado, pero el parto fue normal.»
He de decir, que desde les descubrí (en esta página), me he sentido más tentada por cierto géneros o miradas, más que antes o en puntos que no pensé.
ResponderEliminargracias,