Ignacio Sanz
Cuando yo estudiaba en la universidad de Madrid, allá por los años setenta, escuché en una de esas asambleas multitudinarias, creo que en la Facultad de Periodismo, que había tres obras que retrataban cabalmente la larga posguerra española, es decir la miseria moral de la época: Nada, La colmena y Tiempo de silencio.
El caso de Nada conmocionó el mundillo de las letras porque su autora, Carmen Laforet, era una muchacha desconocida de 23 años que se alzó con esta primera novela con el primer Premio Nadal. Aquella era una manera de prestigiar los premios. Ignoramos cómo se puede haber degradado tanto un premio que comenzó premiando a una desconocida. Pero esa es otra.
Laforet hizo correr ríos de tinta a su alrededor porque aunque siguió publicando sin apremios novelas y libros de relatos, su vida estuvo llena de inseguridades y contratiempos que, poco a poco, la fueron empujando hacia un aislamiento del mundo literario. Este aislamiento se acentúa a partir de los años setenta cuando empieza a tener problemas serios de comunicación que se convierten en una patología.
En este proceso patológico especialmente centra ahora su hija, la novelista Cristina Cerezales, este libro-testimonio que es Música blanca, una música silenciosa, como la propia Laforet, según descubrimos en una cita inicial de Baricco.
Uno descubre en estas páginas la vida torturada de una artista, sus problemas e inseguridades, sus miedos, también el cariño y la compresión de sus hijos que pronto se hacen cargo de la situación que atormenta a la madre. Para ello Cristina Cerezales se vale de cartas, fragmentos de novelas y, sobre todo, de los recuerdos.
El lector de este libro imagina lo difícil que tuvo que ser la vida para la artista que ha triunfado, una artista casada con Manuel Cerezales, periodista y crítico, con el que tuvo cinco hijos a los que, por encima de todo, trata de que su infancia sea un tesoro con larguísimas vacaciones en Arenas de San Pedro o a la orilla del mar. El lector descubre también los golpes terribles, las horas de soledad, alejamiento e incomprensión, la ruptura matrimonial, la presencia de una madrastra en la infancia de la autora que la empuja a salir de Canarias; y también el cariño de los cinco hijos hacia unos padres atormentados que sobrevuelan por encima de las miserias humanas. El escritor Ramón J. Sender, la celebrada autora de libros infantiles Elena Fortún o la profesora Consuelo Burell son algunos de los personajes célebres que salpican estas páginas. Pero la obra está escrita como una confesión íntima, como un dialogo sin estridencias entre una madre y una hija. De hecho, de entre todos los personajes que aparecen en estas páginas destaca Marta Orcajo, la cuidadora de la residencia en la que Carmen Laforet pasa los últimos años, que se ocupa de hacerle la vida más agradable; qué mujer, cómo se entiende con ella a la perfección y cómo es capaz de descubrir a través de una simple mirada qué es lo que la preocupa en cada momento.
Estamos ante un libro precioso, sencillo y conmovedor. Cristina Cerezales se asoma al abismo en el que naufraga su madre. Y lo hace sin dramatismo, desvelando el día a día de una existencia que, pese al brillo del éxito y del reconocimiento social, nos descubre sobre todo las carencias que nublan la vida, al tiempo que hace un retrato de una sociedad en la que no faltan tensiones.
Hoy he dado por casualidad con tu blog y he de decirte que me gusta mucho, es agradable que alguien de su opinion sobre literatura y te pueda ayudar a leer cosas interesantes. te leere amenudo, unbeso
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