Mercedes Cebrián
Un libro tan cuidadosamente ilustrado y editado como éste muy bien podría encontrarse en la sala de espera de la consulta de un odontólogo de alto copete. Allí, entre catálogos de exposiciones de Brancusi y libros tamaño DIN-A3 sobre cultura y gastronomía japonesas, o alguno ineludible con enormes y cuidadas imágenes de lofts californianos, estaría, tumbado junto a ellos pero como disimulando su presencia, El libro de los seres alados.
Los pacientes que, esperando su turno, abrieran alguno de estos libros en busca de imágenes, de santos que no les obligasen a hacer el esfuerzo de leer frases más largas que las de un pie de foto, comenzarían sin duda por el de interiorismo. Se sentirían mejor, más relajados, viendo los baños de estilo rústico y azulejos color barro cocido, las cocinas de aspecto semiindustrial en acero mate o los dormitorios, comunicados directamente con el jardín mediante amplísimas puertas correderas que dejan pasar la luz de la Costa Oeste norteamericana.
Pero no le reprochemos su actitud poco erudita a los pacientes; de algún modo es lógica: están nerviosos ante la inminente visita a su dentista, que con total seguridad les va a causar algún pequeño episodio de dolor, de ahí que alguno de ellos ya experimente en la sala un anticipo imaginario de ese dolor real que sufrirán poco después. Hay cola esa tarde en la consulta del doctor Garralda: el tiempo de espera, habitualmente de un máximo de quince minutos, está llegando a ser de media hora. Los libros sobre lofts y cuencos japoneses de laca ya no dan para más. Hasta las esculturas de Brancusi aburren a los seis congregados en la sala. Pero atención, uno de ellos, Manuel Paredes en este caso, se dispone a hojear El libro de los seres alados. Ha decidido darle una oportunidad: por supuesto, comienza pasando las páginas a velocidad maratoniana en busca de las imágenes de mayor tamaño. Llaman su atención particularmente un dibujo a página completa de un mosquito del siglo XVIII (el dibujo y el mosquito); una ilustración que muestra al poeta Eugenio Montale y a una abubilla mirándose fijamente, y otra de una bicicleta volante construida por Vladimir Tatlin en 1931. También le sorprende lo diverso de las entradas: ¿estará la lechuza? ¿y la polilla? ¡ah, pero si también están Cupido y el basilisco!
Abre el libro por la letra G y lee, en palabras de Borges, que el Gillygaloo ponía huevos cuadrados para que no rodaran ni se perdieran. Abre por la P y aprende que al pingüino también se le llama pájaro burro por los cuasi rebuznos que profiere cuando está a la orilla del mar, según cuenta Charles Darwin. Y de no ser por la enfermera, que le saca de ese mundo alado y le devuelve a una realidad inminentemente gingival, seguiría leyendo textos, contemplando dibujos y buscando entradas que le llamasen la atención dentro del libro. Desde hace unos minutos, Manuel Paredes integra el colectivo de los que sienten curiosidad hacia aquellos seres que poseen una capacidad que él, en tanto que humano, nunca podrá ni tan siquiera emular: la de ahorrarse semáforos y atascos sin recurrir a helicópteros, la de observar el mundo como lo hace el equipo de Google Earth y la de no necesitar posar los pies con urgencia sobre una superficie cualquiera.
Este libro homenajea a estos seres estrambóticos y recorre su existencia, real o imaginaria, a través de textos de narradores, poetas y filósofos. Sólo nos surge una pregunta al respecto: ¿Necesitaban los seres alados un libro homenaje? ¿Les urgía ser catalogados y archivados en un nomenclátor? Si ellos no se quejan y siguen ahí dentro, si no presentan signos de inquietud y por tanto no baten simultáneamente todas sus alas juntas para alejarse de las librerías o de la consulta del Dr. Garralda, será porque están de acuerdo y satisfechos con la ocurrencia. Pero quien verdaderamente se está inquietando es Manuel Paredes, cuyo nombre acaba de pronunciar la enfermera. Pocos humanos desearon alguna vez con más fuerza que él salir volando de algún lugar.
Enhorabuena por la reseña, Mercedes Cebrián, y gracias por escribirla. Es estupenda.
ResponderEliminarSí, enhorabuena, Mercedes Cebrián. Hacía mucho que no me reía al llegar al final de una reseña.
ResponderEliminarOh, gracias. Es un poco marciana, quizá entraría dentro del género "reseña-ficción". Menos mal que La Tormenta es abierta y no se incomoda ante estas cosas.
ResponderEliminar...please where can I buy a unicorn?
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