Anagrama, Barcelona, 2008. 112 pp. 12 €.
Carmen Fernández Etreros
Sorprende y preocupa desde sus primeras páginas este libro breve de Andrés Barba Las manos pequeñas. El joven escritor, que ya impactó a los lectores con La hermana de Katia o Versiones de Teresa, se sumerge valientemente en el universo complejo del pensamiento infantil. Esta vez para descubrir la fría e inexplicable oscuridad de la violencia entre niños. Esa infancia cruel y grupal que recuerda a El señor de las moscas de William Golding, pero en la que los adultos representan solo sombras y palabras.
La vida de una niña, Marina de siete años, cambia repentinamente cuando sus padres mueren en un accidente de tráfico: «Tu padre murió en el acto, tu madre está en coma». La frase, estas once palabras, se convierte para la niña en una cantinela constante. Desde ese instante todo se tiñe con esas palabras. Palabras que repiten los adultos en el hospital: Los médicos, la psicóloga,... Ya no hay hogar, no hay casa, no hay habitación para ella sola, no hay padres. Todo se rompe: «Un segundo después ya se había quebrado. ¿El que? La lógica. Como una sandía sobre el suelo de un solo golpe». La niña de siete años se convierte en el acompañante mudo de una muñeca rota y todo se encierra en las palabras, en los nombres. «El nombre de las cosas nos asusta. ¿Cómo puede suceder que una cosa se encierre en un nombre y no salga nunca?».
Al salir del hospital Marina es trasladada a un orfanato. “Guapa” y “buena” se convierten ahora en las palabras de los adultos. La niña Marina de siete años se convierte en el anhelo y admiración del grupo de niñas. La que ha viajado más, la que más participa en clase,... La que tiene una cicatriz en el hombro, la que se sienta silenciosa en la esquina del patio en los recreos,... «Mi padre murió en el acto, mi madre en el hospital». La diferente. La diferencia. Admiración y odio se unen sin querer en la mente del grupo. Niñas sin nombre que se mueven en círculos sobre Marina. Una sola mente grupal y sinuosa. Marina no pertenece al grupo. Los adultos son testigos sordos y mudos. Marina sufre. Marina inventará un juego, un juego serio pero inocente para poder pertenecer al grupo, para ser una más,... Un juego brutal.
El escritor Andrés Barba medita y desgrana lentamente cada una de las letras, de las comas, de los pensamientos y silencios de Marina, de las palabras y acciones conjuntas del grupo de niñas, de las partes del cuerpo de la muñeca,... Se nota la minuciosidad del trabajo del narrador en cada una de frases de Las manos pequeñas como reconoce en los agradecimientos finales: “A pesar de la brevedad ha costado no pocos dolores de cabeza y numerosas reescrituras”. Las palabras elegidas reflejan los sentimientos complejos de esas manos pequeñas: El miedo, la envidia, el amor, el odio, la crueldad,... El resultado es un estilo trabajado y certero, un viaje siniestro a los pensamientos de la infancia, a ese lugar donde todo nace, la oscuridad y la luz, lo terrible y lo inocente. Un canto tan brutal como lírico al pensamiento de los niños. A la infancia encerrada en un nombre, en una palabra.
Carmen Fernández Etreros
Sorprende y preocupa desde sus primeras páginas este libro breve de Andrés Barba Las manos pequeñas. El joven escritor, que ya impactó a los lectores con La hermana de Katia o Versiones de Teresa, se sumerge valientemente en el universo complejo del pensamiento infantil. Esta vez para descubrir la fría e inexplicable oscuridad de la violencia entre niños. Esa infancia cruel y grupal que recuerda a El señor de las moscas de William Golding, pero en la que los adultos representan solo sombras y palabras.
La vida de una niña, Marina de siete años, cambia repentinamente cuando sus padres mueren en un accidente de tráfico: «Tu padre murió en el acto, tu madre está en coma». La frase, estas once palabras, se convierte para la niña en una cantinela constante. Desde ese instante todo se tiñe con esas palabras. Palabras que repiten los adultos en el hospital: Los médicos, la psicóloga,... Ya no hay hogar, no hay casa, no hay habitación para ella sola, no hay padres. Todo se rompe: «Un segundo después ya se había quebrado. ¿El que? La lógica. Como una sandía sobre el suelo de un solo golpe». La niña de siete años se convierte en el acompañante mudo de una muñeca rota y todo se encierra en las palabras, en los nombres. «El nombre de las cosas nos asusta. ¿Cómo puede suceder que una cosa se encierre en un nombre y no salga nunca?».
Al salir del hospital Marina es trasladada a un orfanato. “Guapa” y “buena” se convierten ahora en las palabras de los adultos. La niña Marina de siete años se convierte en el anhelo y admiración del grupo de niñas. La que ha viajado más, la que más participa en clase,... La que tiene una cicatriz en el hombro, la que se sienta silenciosa en la esquina del patio en los recreos,... «Mi padre murió en el acto, mi madre en el hospital». La diferente. La diferencia. Admiración y odio se unen sin querer en la mente del grupo. Niñas sin nombre que se mueven en círculos sobre Marina. Una sola mente grupal y sinuosa. Marina no pertenece al grupo. Los adultos son testigos sordos y mudos. Marina sufre. Marina inventará un juego, un juego serio pero inocente para poder pertenecer al grupo, para ser una más,... Un juego brutal.
El escritor Andrés Barba medita y desgrana lentamente cada una de las letras, de las comas, de los pensamientos y silencios de Marina, de las palabras y acciones conjuntas del grupo de niñas, de las partes del cuerpo de la muñeca,... Se nota la minuciosidad del trabajo del narrador en cada una de frases de Las manos pequeñas como reconoce en los agradecimientos finales: “A pesar de la brevedad ha costado no pocos dolores de cabeza y numerosas reescrituras”. Las palabras elegidas reflejan los sentimientos complejos de esas manos pequeñas: El miedo, la envidia, el amor, el odio, la crueldad,... El resultado es un estilo trabajado y certero, un viaje siniestro a los pensamientos de la infancia, a ese lugar donde todo nace, la oscuridad y la luz, lo terrible y lo inocente. Un canto tan brutal como lírico al pensamiento de los niños. A la infancia encerrada en un nombre, en una palabra.
Lo he leido esta mañana y me ha dejado una honda impresión. consigue una atmósfera alrededor de la protagonista que te agobia y te implica. Fabuloso.
ResponderEliminar