RBA, Barcelona, 2008. 300 pp. 18€.
1. Óscar Esquívias
Natalia Ginzburg lo sabía muy bien: hay una serie de palabras o comentarios que los adultos nos repiten durante nuestra infancia y adolescencia y que (sin que ellos sean conscientes) acaban marcando nuestra personalidad y nuestra forma de ver la vida. Por ejemplo, una madre puede decir a su hija cosas como: –Marta, no seas egoísta. –Esa niña no me gusta nada. –Deja eso, que no alcanzas. –Tienes que ser una persona independiente. Todo muy corriente, sencillo, casi banal, pero en ese «léxico familiar» está la clave de nuestra vida, de lo que somos. A menudo sin ser conscientes, durante toda nuestra vida vamos interiorizando, obedeciendo (o reaccionando) ante estas consignas ajenas que convertimos en propias. Hay ciertos escritores que, en un momento dado de su madurez, son capaces de reflexionar y de descubrir esos momentos del pasado en los que, bajo una apariencia cotidiana e inocente, se hallan las claves de nuestra personalidad, de nuestra forma de sentir y de entender el mundo. Esos escritores convierten su biografía en una novela en la que pueden ser narradores omniscientes pues poseen la información que les faltaba cuando simplemente eran personajes de su vida. Ahora pueden escribir desde la lucidez, desde la comprensión, desde un faro que ilumina el pasado. Y eso es lo que ha hecho Marta Sanz en La lección de anatomía. Aparentemente en esta novela la autora nos cuenta su vida desde la infancia hasta la actualidad. Digo «aparentemente» porque yo no sé si lo que narra es realmente cierto (como parece) o algo totalmente inventado, una recreación libre. Da igual; la importancia de este libro no radica en lo testimonial, ni en su fidelidad a lo vivido. Es una novela y sus valores son literarios. Marta Sanz nos va a narrar morosamente –y yo diría que amorosamente–, con extraordinaria atención y detalle, ciertos episodios aparentemente nimios de su vida, especialmente de su infancia, adolescencia y juventud. Se centra en esos periodos, pero lo hace siempre desde la perspectiva de la madurez: La lección de anatomía no es una novela de aprendizaje con golpes de efecto, con la autora disfrazada de colegiala impostando una voz ingenua. No. Esta novela es una introspección reflexiva narrada desde la experiencia, un ejercicio de racionalización y comprensión de lo que en su momento se vivió de forma natural e inconsciente. Marta Sanz lo hace con un estilo sobrio y poderoso, muy persuasivo, alejado de toda retórica y lleno de expresividad, con imágenes de gran poder plástico (como cuando describe el desnudo de una tía suya, sumergida en la bañera de casa: «El pelo del pubis flota como el musgo. Es un animal que se esponja y sube hacia la superficie para coger aire»); tiene un oído infalible para evocar el lenguaje oral, para sintetizar en una frase el carácter de un personaje; es capaz de convertir lo cotidiano en extraordinario, de dotarlo de un valor paradigmático que trasciende la anécdota personal. Yo admiro especialmente su capacidad para crear personajes. En La lección de anatomía demuestra una fecundidad casi barojiana, hay una miríada de secundarios que se asoman apenas unas líneas y nos deslumbran por su naturalidad, por la sensación de verdad que transmiten: tías que llegan de visita a su casa de Benidorm, un primo favorito que patina en una pista de hielo y desaprueba los amores de la protagonista, compañeros del instituto emocionados porque van de excursión a Almería y se van a ver unos a otros en bañador, la madre de una amiga que regenta una tienda de souvenirs, unos adolescentes que hablan por la noche bajo su ventana, un profesor que concede matrículas de honor a los alumnos guapos que llegan de provincias, un policía secreta que espía a las chicas que asisten a un concierto... Otros personajes tienen mayor desarrollo y hay dos extraordinarios: el de la madre y el de la protagonista (y narradora de la novela), que es la propia escritora o alguien que se llama como ella. Marta Sanz (hablo del personaje) es toda una creación. Es un personaje complejo: su inteligencia y su capacidad de racionalizar sus sentimientos no siempre la llevan a ser coherente. A menudo se autoimpone de forma casi enfermiza complacer a personas que en realidad le importan poco o cuya actitud desaprueba (una maestra, una amiga, una jefa, unos alumnos). A menudo su mundo interior entra en conflicto con el exterior: vive como si estuviera jugando, como si la realidad fuera algo ajeno y convencional, pero al tiempo se toma el juego tan en serio que puede llegar a sufrir. Es un personaje sincero y también –curiosamente– pudoroso: la sexualidad, la política, las inquietudes religiosas o existenciales (sin estar, ni mucho menos, ausentes) no merecen la atención tan detallada –a veces microscópica– que dedica, por ejemplo, a la amistad, al sentimiento maternal, a la competitividad o a las relaciones de dependencia o de poder. Esta novela (parafraseando de nuevo a Natalia Ginzburg) se podría haber titulado también «Léxico familiar», o «Léxico docente» (el mundo académico tiene gran importancia en la obra y en cierto modo es un símbolo de toda la sociedad y de sus reglas de autoridad, alienación y sometimiento), o quizá, más propiamente aún, «Léxico femenino», puesto que fundamentalmente la autora nos narra su relación con las mujeres: con su madre, la abuela Juanita, sus tías, sus maestras, sus amigas. Las figuras masculinas (el padre, su novio juvenil, su marido) pasan fugazmente por sus páginas y se mantienen en un segundo plano. Aparte de todo lo dicho La lección de anatomía es una de esas obras que entablan un diálogo con el lector: uno no puede permanecer impasible ante estas páginas, que invitan al recuerdo y la reflexión. He cerrado el libro muy conmovido. Yo le agradezco de corazón a Marta Sanz esta La lección de anatomía que, en realidad, lo es de literatura.
1. Óscar Esquívias
Natalia Ginzburg lo sabía muy bien: hay una serie de palabras o comentarios que los adultos nos repiten durante nuestra infancia y adolescencia y que (sin que ellos sean conscientes) acaban marcando nuestra personalidad y nuestra forma de ver la vida. Por ejemplo, una madre puede decir a su hija cosas como: –Marta, no seas egoísta. –Esa niña no me gusta nada. –Deja eso, que no alcanzas. –Tienes que ser una persona independiente. Todo muy corriente, sencillo, casi banal, pero en ese «léxico familiar» está la clave de nuestra vida, de lo que somos. A menudo sin ser conscientes, durante toda nuestra vida vamos interiorizando, obedeciendo (o reaccionando) ante estas consignas ajenas que convertimos en propias. Hay ciertos escritores que, en un momento dado de su madurez, son capaces de reflexionar y de descubrir esos momentos del pasado en los que, bajo una apariencia cotidiana e inocente, se hallan las claves de nuestra personalidad, de nuestra forma de sentir y de entender el mundo. Esos escritores convierten su biografía en una novela en la que pueden ser narradores omniscientes pues poseen la información que les faltaba cuando simplemente eran personajes de su vida. Ahora pueden escribir desde la lucidez, desde la comprensión, desde un faro que ilumina el pasado. Y eso es lo que ha hecho Marta Sanz en La lección de anatomía. Aparentemente en esta novela la autora nos cuenta su vida desde la infancia hasta la actualidad. Digo «aparentemente» porque yo no sé si lo que narra es realmente cierto (como parece) o algo totalmente inventado, una recreación libre. Da igual; la importancia de este libro no radica en lo testimonial, ni en su fidelidad a lo vivido. Es una novela y sus valores son literarios. Marta Sanz nos va a narrar morosamente –y yo diría que amorosamente–, con extraordinaria atención y detalle, ciertos episodios aparentemente nimios de su vida, especialmente de su infancia, adolescencia y juventud. Se centra en esos periodos, pero lo hace siempre desde la perspectiva de la madurez: La lección de anatomía no es una novela de aprendizaje con golpes de efecto, con la autora disfrazada de colegiala impostando una voz ingenua. No. Esta novela es una introspección reflexiva narrada desde la experiencia, un ejercicio de racionalización y comprensión de lo que en su momento se vivió de forma natural e inconsciente. Marta Sanz lo hace con un estilo sobrio y poderoso, muy persuasivo, alejado de toda retórica y lleno de expresividad, con imágenes de gran poder plástico (como cuando describe el desnudo de una tía suya, sumergida en la bañera de casa: «El pelo del pubis flota como el musgo. Es un animal que se esponja y sube hacia la superficie para coger aire»); tiene un oído infalible para evocar el lenguaje oral, para sintetizar en una frase el carácter de un personaje; es capaz de convertir lo cotidiano en extraordinario, de dotarlo de un valor paradigmático que trasciende la anécdota personal. Yo admiro especialmente su capacidad para crear personajes. En La lección de anatomía demuestra una fecundidad casi barojiana, hay una miríada de secundarios que se asoman apenas unas líneas y nos deslumbran por su naturalidad, por la sensación de verdad que transmiten: tías que llegan de visita a su casa de Benidorm, un primo favorito que patina en una pista de hielo y desaprueba los amores de la protagonista, compañeros del instituto emocionados porque van de excursión a Almería y se van a ver unos a otros en bañador, la madre de una amiga que regenta una tienda de souvenirs, unos adolescentes que hablan por la noche bajo su ventana, un profesor que concede matrículas de honor a los alumnos guapos que llegan de provincias, un policía secreta que espía a las chicas que asisten a un concierto... Otros personajes tienen mayor desarrollo y hay dos extraordinarios: el de la madre y el de la protagonista (y narradora de la novela), que es la propia escritora o alguien que se llama como ella. Marta Sanz (hablo del personaje) es toda una creación. Es un personaje complejo: su inteligencia y su capacidad de racionalizar sus sentimientos no siempre la llevan a ser coherente. A menudo se autoimpone de forma casi enfermiza complacer a personas que en realidad le importan poco o cuya actitud desaprueba (una maestra, una amiga, una jefa, unos alumnos). A menudo su mundo interior entra en conflicto con el exterior: vive como si estuviera jugando, como si la realidad fuera algo ajeno y convencional, pero al tiempo se toma el juego tan en serio que puede llegar a sufrir. Es un personaje sincero y también –curiosamente– pudoroso: la sexualidad, la política, las inquietudes religiosas o existenciales (sin estar, ni mucho menos, ausentes) no merecen la atención tan detallada –a veces microscópica– que dedica, por ejemplo, a la amistad, al sentimiento maternal, a la competitividad o a las relaciones de dependencia o de poder. Esta novela (parafraseando de nuevo a Natalia Ginzburg) se podría haber titulado también «Léxico familiar», o «Léxico docente» (el mundo académico tiene gran importancia en la obra y en cierto modo es un símbolo de toda la sociedad y de sus reglas de autoridad, alienación y sometimiento), o quizá, más propiamente aún, «Léxico femenino», puesto que fundamentalmente la autora nos narra su relación con las mujeres: con su madre, la abuela Juanita, sus tías, sus maestras, sus amigas. Las figuras masculinas (el padre, su novio juvenil, su marido) pasan fugazmente por sus páginas y se mantienen en un segundo plano. Aparte de todo lo dicho La lección de anatomía es una de esas obras que entablan un diálogo con el lector: uno no puede permanecer impasible ante estas páginas, que invitan al recuerdo y la reflexión. He cerrado el libro muy conmovido. Yo le agradezco de corazón a Marta Sanz esta La lección de anatomía que, en realidad, lo es de literatura.
2. María Ruisánchez
La lección de anatomía de Marta Sanz es un ejercicio de honestidad en el que su autora tensa la cuerda de la realidad hasta convertirla en ficción. La novela bien parece una autobiografía sin tapujos de una vida cotidiana, verosímil… Normal. Pero es mucho más que eso, es una reflexión personal, una manera de ver el mundo desde la óptica de una mujer contemporánea que ha crecido pareja a la reciente historia del país. No hay nada en esta novela que nos saque de sus contextos, de esa España de los años 70, 80 y 90, que por otro lado tan magistralmente está retratada. Época que para muchos será el recuerdo de sus propias vidas y que a mí me lleva a las anécdotas de juventud de mis padres, repetidas tantas veces, acerca de la educación, la transición, los grises, la política… No obstante, estos hechos y escenarios fácilmente reconocibles, lejos de ocupar el primer plano en la novela, dejan el protagonismo a Marta, la niña inteligente y precoz, que se plantea la realidad, las relaciones, el comportamiento de los demás; la adolescente que se disloca por propia imposición o la mujer madura de palabra, tan coherente con la niña que fue.
Lo imposible en esta novela es no identificar a la autora con la protagonista, de hecho muchas son las casualidades: mismo nombre, mismo oficio, mismos gustos, misma edad… Así que podríamos concluir con la rotunda y evidente afirmación: la autora es la protagonista. Entonces estaríamos ante una biografía o unas memorias. No obstante, La lección de anatomía es más bien, un diálogo que hace Marta-personaje con Marta-autora con el corazón en la mano. Es lícito reseñar que la honestidad y sinceridad de la obra sitúan al lector en el papel de confidente. A éste, la escritora muestra su lado más sincero. Sin pudor mata sus propios demonios y rescribe una vida que tal vez necesitaba poner en papel a modo de terapia, como ella misma asegura hizo con otra novela. “Con ese amor, con mi segundo amor, comienza uno de los periodos más tristes de mi vida. Ya no tiene la menor importancia. Escribí un libro”.
A mí, que también comparto esa actitud de escribir para curar, me parece muy respetable hacerle llegar al mundo la historia cotidiana de una mujer reconocible, cercana, coetánea. Así otros podemos vernos reflejados y realizar también un ejercicio de sinceridad con nuestras propias vidas, pues ya lo dijo Tarkovski: “Las cosas no son como fueron, si no como las recordamos". No obstante, Marta Sanz va más allá de sus recuerdos, sopesa su vida con el empeño de un relojero que fuese encajando ruedas y tuercas, dientes y engranajes, recomponiendo sus recuerdos escrupulosamente, quizá para explicarse dónde está hoy, quizá para comprenderse o quién sabe, para convertirse en personaje de ficción y poder hablar de sí misma en primera persona sin engañarse, sin defraudarse.
Es obvio pues que el título de la obra, La lección de anatomía, como el cuadro de Rembrandt en el que se disecciona un cadáver, no es casual. La autora ha querido hacer lo propio con su vida. Con una narración del yo en primera persona se ha remontado a su infancia, sin poder evitar saltar del presente al pasado, hacer conjeturas, sacar cabos e hilar acontecimientos hasta llegar a los cuarenta años. Todo ello con una prosa tan certera como la disección de ese cadáver, que acierta y sobrecoge con descripciones tan realistas y vívidas, que cuesta no imaginarse los escenarios, las compañeras, los bares, Madrid, Benidorm, las calles… Ese escrupuloso análisis del yo y sus circunstancias nos ayuda a reflexionar sobre nuestro propio yo, al ver en el papel impreso la franqueza de la autora en reflexiones que a buen seguro nosotros nos hemos hecho infinidad de veces, pero que por el contrario, no nos hemos atrevido siquiera a repetir en voz alta
Hola! Me llamo Cristina Monteoliva y estoy al frente de la web www.labibliotecaimaginaria.es
ResponderEliminarEn unas semanas hablaremos de LA MARCA DE CRETA. ¿Sería posible concertar una entrevista via email con el autor? Mi email para respuestas: crismonteoliva@hotmail.com
Gracias y enhorabuena por este blog
Besos,
Cristina Monteoliva
www.labibliotecaimaginaria.es
Ojalá Marta Sanz tuviera una página web o un blog, que yo sepa no tiene ¿no?.
ResponderEliminarYo he creado un grupo en anobii dedicado a Marta Sanz, por si a alguien le interesa.
Sobre La lección de anatomía, es un libro al que le tengo mucho cariño y además tuve la suerte de que me lo firmara hace unos años.
Se lo recomiendo a todo el mundo.