XXIII Premio de Poesía Hiperión. Hiperión, Madrid, 2008. 72 pp. 8 €.
Hace unos meses José Daniel García (Córdoba, 1979) obtuvo el Premio de Poesía Hiperión con Coma, un poemario más orgánico y compacto que su anterior entrega, El sueño del monóxido (2006). De nuevo demuestra que con menos de 500 versos se puede decir mucho.
El título del libro, como los propios poemas que lo componen, admite múltiples lecturas. “Coma” es un signo ortográfico, una forma del verbo “comer”, la crin de un caballo e incluso una pieza de los asientos del coro de las iglesias utilizada para descansar. Pero el significado que sin duda más se ajusta al del propio libro es el de “Estado patológico que se caracteriza por la pérdida de la conciencia, la sensibilidad y la capacidad motora voluntaria” (RAE). Se podría afirmar que Coma habla de un estado límite, de una línea fronteriza que nos remite a la última sección de El sueño del monóxido, titulada “Límites” y compuesta por un solo poema. Pero no hay que simplificar las cosas: Coma, en su conjunto, no es una continuación de El sueño del monóxido. Más bien “Límites” ratifica –como en poco autores– el proyecto poético coherente y en constante evolución de José Daniel García, cuyo verso final nos pone en la pista de su nuevo libro: “Entre la cuerda floja y el vacío”. Aquí se encuentran dos de los principales ejes de Coma: “la cuerda floja”, es decir, la frontera entre la vida y la muerte junto con la inconsistencia de las cosas, y el “vacío”, fin de todo.
A través de unos versos de Juan Ramón Jiménez introducidos en el poema “Como un ángel que escapa de la nieve” se nos habla del coma: “instante hermoso / que hermanas a los vivos con los muertos”. Esta cita nos conduce a Rilke: “Los ángeles (se dicen) a menudo no sabrían si andan entre / vivos o entre muertos”. El coma es la punta del iceberg, pues a lo largo del libro se va creando una atmósfera que nos sitúa continuamente entre la vida y la muerte, a veces mediante referencias hospitalarias, donde destaca el uso preciso de tecnicismos médico, como en las secciones “La bala” y sobre todo en “Crisálida”. El hospital resultar ser casi siempre la antesala del vacío o el lugar donde la vida se mantiene de forma artificial, con máquinas “sellando sonda y carne, cuerpo y alma”. En otras ocasiones la línea se diluye, y el poeta nos muestra instantáneas del tránsito entre la vida y la muerte, como la insistente visión de un cráneo humeante o la del barquero de resonancias clásicas que con escrupulosa puntualidad cumple con su trabajo: “El uno de noviembre las agujas / orienta a los muertos hacia proa (…)”. Y por supuesto, en sintonía con el barquero, el mar y sus mareas también nos aproximan al vacío, palabra que significativamente vuelve a cerrar el segundo libro de este autor. Parece que la nada se contempla como un centro magnético alrededor del cual todo gravita, pero sólo de forma temporal, porque finalmente terminará siendo atraído.
Hay una estrecha relación clínica entre el coma y el estado vegetativo. José Daniel García se vale de un léxico de referencias vegetales para transmitir la inconsistencia y destrucción de la realidad, incluida la vida. Así sucede cuando se intentan fundir la inocencia y el horror en el poema “Niña y monstruo sonríen” –donde unas espigas de trigo es lo único que separa una y otra cosa–, en la barca de madera de los muertos, en el árbol indiferente ante el dolor, e incluso en el amor, que tampoco ofrece nada sólido: “las raíces del amor / crujen como una silla / desvencijada”. De hecho, el amor queda envuelto en lo meretricio, en los celos, en el engaño, hasta que se pierde de forma definitiva.
Si El sueño del monóxido era la llave, Coma es la cerradura. Ahora solo falta que este poeta nos abra la puerta con su próximo libro.
¡Qué buen poeta! Tiene una capacidad increible para generar imágenes sin dejar un rastro de afectación al acabar el poema. Saludos.
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