Libros del Asteroide, Madrid, 2008. 376 pp. 20,95 €
Alba González Sanz
Libros del Asteroide ha editado en España la novela que consagró a Edmundo Paz Soldán entre las voces de la nueva narrativa hispanoamericana. Me refiero a Río Fugitivo, publicada originalmente en 1998. La novela se inscribe en la tradición de los textos de iniciación adolescente y no desdeña, pues el protagonista lo reivindica, la deuda contextual con La ciudad y los perros del peruano Vargas Llosa. Pero las referencias son más amplias, más allá de un planteamiento inicial de género (como dice Juan Gabriel Vásquez en el prólogo, el autor boliviano opta por el diálogo antes que por la confrontación o el rechazo con los grandes nombres de la generación del boom).
Río fugitivo es una novela policiaca en la que víctima y asesino son la misma persona: el ficticio detective Mario Martínez (habitante de una ciudad con nombre de película, trasunto de Cochabamba) no hará más que registrar y constatar cómo va pasando el último año de vida adolescente de su creador, Roby, cómo los chicos no son ya los niños que entraron en el colegio religioso Don Bosco y en sus preocupaciones –además de chicas, drogas, música y la inevitable iniciación sexual- comienzan a colarse las universidades, salir al extranjero, la omnipresente mala situación política y económica de Bolivia y también el crimen, la muerte, las traiciones y los primeros sinsabores de una vida adulta.
La mayor parte de los personajes que desfilan por la vida de Roby, cronista voluntario de sus contemporáneos, son niños de clase alta, niños bien como él mismo que viven en un entorno cómodo pero no por ello menos complejo. Como muestra, su familia: el papá que tiene sus proyectos arquitectónicos paralizados por la crisis y por su poco encubierta actividad conspirativa contra el gobierno democrático; la mamá que tiene que trabajar como publicista para que la familia salga a flote; la hermana universitaria que oscila entre la vida beatnik y el existencialismo francés según la temporada o el novio, y el pequeño Alfredo, el hermano menor, silencioso e inexpugnable, irremediablemente trágico desde la primera vez que su hermano mayor le dedica una sola palabra descriptiva.
Pero no se trata, creo, de la historia sencilla al fin y al cabo que tan bien cuenta Paz Soldán. No se trata sólo de crecer, de la presencia de los curos del colegio en almas y cuerpos, de las catástrofes familiares, de las rencillas entre los fuertes y los carismáticos entre los alumnos… lo que hace a Río fugitivo una novela única y propia que trasciende su punto de partida es precisamente la literatura: la permanente presencia de los libros y del contar historias que, arriesgada y metaliterariamente, puebla el texto. Porque la pasión de Roby desde sus primeros años en el Don Bosco ha sido la del cronista y la del juglar: recoger sí, pero también dar: escribir y escribir historias policiacas que de mano en mano han llenado los ratos de sus compañeros de colegio. Con una increíble particularidad: el protagonista de esta novela entiende la originalidad como un concepto clásico de reelaboración de un material previo. Los cuentos de Roby son refundiciones, mezclas y copias descaradas de sus autores de cabecera. Obviamente, la historia creada es otra y es la propia.
La gran baza de la novela es el mayor riesgo de su protagonista: todo el tiempo estará el lector dándose cuenta de la tentación por el exceso de Roby, de su imaginación de narrador poderoso y, en algunos momentos, peligroso como para poner en riesgo la cordura de sus acciones. Pero el lector comprobará también que es un peligro que merece la pena afrontar: la novela engancha con fuerza, con la emoción y el buen pulso de los golpes que alguna vez (reales, futbolísticos) se regalan sus protagonistas.
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