Edición y traducción de Joanna Bielak. Selección y prólogo de Xavier Farré. Prólogo de Sergio Pitol. Páginas de Espuma, Madrid, 2008. 216 pp. 16 €.
Fernando Sánchez Calvo
Witold Gombrowicz fue, con casi toda seguridad, el cuarto nombre que revolucionó la literatura europea de la primera mitad del siglo XX. Como llegó veinte años más tarde y un país más allá que Proust, Kafka y Joyce, muchos ni lo hemos estudiado, y apenas le habríamos leído si no fuera por ese espíritu manifiesto desde hace dos décadas que consigue últimamente convencernos de que las literaturas eslavas no acabaron con Crimen y Castigo, Ana Karenina o Gogol.
La última apuesta de ese espíritu la ha materializado la editorial Páginas de Espuma y se llama Opowiadania, o lo que es lo mismo: la antología del nuevo cuento polaco, traducida por Joanna Bielak, con selección de Xavier Farré y prefacio de Sergio Pitol. Diez autores y, por lo tanto, diez relatos han sido los elegidos para exhibir el panorama de la narrativa breve polaca de tres generaciones: los que sufrieron o pudieron sufrir el holocausto (Adam Czerniawski, Gustaw Herling-Grudzinski), los que (sin tener por qué vivirla) nacieron en la Polonia comunista (Olga Tokarczuk, Pawel Huelle) y los que empiezan a mirar (con recelo o sin él) a la Europa más occidental (Wiedemann, Kuczok).
Esta clasificación, sin embargo, es sólo temporal y sólo nos va ayudar en el sentido de que, por muchos años que disten entre ellos, todos recogen y beben de la herencia de Witold Gombrowicz, aquel polaco que hizo de la ironía, la distorsión y la inmadurez formal el santo y seña de toda su obra. Gombrowicz supo unir como nadie la ficción, la realidad y las fronteras que unen o separan a ambas. A partir de ese hito, la bifurcación. Sus herederos han dividido al monstruo en dos cabezas.
La primera se compone de relatos como El sentido de la vida o Cómo llegar a ser rey, que transgreden la realidad mediante la acumulación de fantasía o contenidos sorprendentes.
La segunda cabeza no transgrede la realidad, pero sí intenta superarla con la combinación de dos elementos: el costumbrismo y el hiperrealismo. De este modo, el relato elegido de Grudzinski, Cuaderno de William Moulding, jubilado acumula cualquier influencia (incluso la cervantina) al contarnos la historia de un polaco que de visita a la hostil Londres recibe como regalo de subasta el manuscrito de un verdugo jubilado que, con todo detalle y mímesis, explica al completo los pormenores de tan noble arte. De parecido corte es el relato La mesa de Pawel Huelle, donde un objeto tan corriente y tan esencial a la vez es capaz de arrastrar consigo años de historia política y sentimental; el argumento: un vecino a punto de autoexiliarse deja como intercambio a la familia protagonista una mesa de origen alemán; el conflicto: al padre (germanófilo) le encanta la mesa, la madre (prosoviética) la detesta; el episodio folklórico: el padre rebaja la altura de todas las patas para igualarlas hasta que de la mesa sólo queda el tablero; la solución: cruzar el río Vístula y acudir a la casa del único carpintero que hace mesas “indiscutiblemente redondas”; la herencia formal: una vez más, y como pasaba con la historia del verdugo, el detalle pormenorizado y exhausto que desgasta la realidad hasta límites irrisorios.
Otros cuentos como El último invierno antes del diluvio o Sin rastro, escritos por los más veteranos, nos retrotraen al perpetuo éxodo de los judíos de la Segunda Guerra Mundial que tantas veces la gran pantalla ha visualizado con el cine de denuncia. Otro cuento sin embargo, Rayos del cielo, habla de un éxodo más reciente (el de millones de ciudadanos del Este que en las últimas décadas han emigrado a la Europa más rica) y de los derivados conflictos generacionales que existen entre los que permanecen en Polonia (normalmente los abuelos y los nietos). Velada literaria, de Olga Tokarczuk, relata por arte de elipsis la profunda historia de pasión entre un escritor y su admiradora.
Posiblemente, por prudencia histórica y por falta de espacio, hayan quedado fuera los autores polacos noveles que hoy en día, y ante la maquillada censura actual, copan Internet. Por su parte, Gombrowicz decía que el escritor tiene que ser dueño de las formas que adopta y no esclavo de ellas. Los diez autores presentados en Opowiadania dieron un paso más y tampoco quisieron ser esclavos de su herencia literaria, de modo que la partieron en dos.
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