Trad. Esteban Morán Ortiz. Molino, Barcelona, 2008. 218 pp. 15 €
Francesc Miralles
La primera vez que oí hablar de esta novela ilustrada —en principio orientada a lectores de 10 a 12 años— fue a su editora en castellano, Joana Costa. Me dijo que estaba a punto de publicar un “libro gamberro” que casi gustaría más a los adultos que a los niños. Cuando lo tuve ya en las manos, dossier de prensa incluído, le hinqué el diente con cierta prevención, más que nada porque el subtítulo «un pringao total» me producía desconfianza. Veinte páginas después ya estaba enganchado y riéndome de lo lindo.
Su autor, Jeff Kinney, es un estadounidense que diseña juegos por ordenador y, a juzgar por esta obra, tiene su pasado escolar muy fresco. Diario de Greg narra las desventuras de un preadolescente de perfil bajo que languidece en una escuela donde lo más emocionante es la maldición de la cancha de baloncesto, provocada por una loncha de queso pegada al suelo desde tiempos inmemoriales. Nadie se acerca a este lugar monstruoso, donde una vez un alumno osó tocar el queso convirtiéndose en apestado. Repudiado por todos, se acabó mudando a California, pero se llevó con él «la maldición del queso».
El micromundo de Greg está formado por Rowley, su único amigo y a la postre el tonto de la escuela, y su diminuto hermano Manny. Entre las pequeñas desventuras que ocurren en este primer volumen está la idea de Greg de convertir su habitación en La Casa Embrujada, una especie de túnel del terror cutre —a 50 centavos la entrada— donde la atracción principal es la cama de Greg, rebautizada como «el vestíbulo de los aullidos».
Tras ser seleccionados como árboles en una horrenda obra de teatro musical, la siguiente misión de Greg es idear una tira cómica que siempre termina con la exclamación: «¡Gajes del oficio!» para un concurso de la escuela. Contra ellos compite la tira cómica de Creighton el Necio, cuyo protagonista suelta en la consulta del médico esta perla: «Doctor, necesito un culo nuevo. El mío tiene una raja.»
Como colofón de esta historia, Rowley es obligado por unos rufianes a tragarse el queso putrefacto de la pista de balonceso, pero su amigo Greg asume el papel de apestado haciéndose depositario de la maldición.
En suma, un libro divertido para los jóvenes lectores, que arrancará en los adultos una sonrisa agridulce. Todos nos hemos sentido alguna vez como Greg, perdidos en el desierto escolar, cuando el domingo por la tarde uno deseaba literalmente que se lo tragara la tierra.
Esperemos que las correrías de Greg no terminen aquí y podamos disfrutar en nuevas entregas de este «pringao» existencialista a su pesar.
Felicidades también a Patrizia Campana, su editora en catalán (Empúries), por la excelente adaptación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario