Trad. Juan Manuel Macías. Estudio de Manuel Sanz Morales. DVD, Barcelona, 2007. 160 pp. 9,50 €
Ana Gorría
Juan Manuel Macías ha escrito un magnífico poema en español. Su material: los textos que la tradición ha legado de la poesía sáfica y un sano descreimiento hacia los excesos de la filología, como anuncia en un anti-prólogo —bajo el nombre de excusas— que bien hubiera podido firmar el Macedonio Fernández del Museo de la novela de la eterna dada la ironía y el descreimiento que lo sustenta: «el filólogo es una corrupción morbosa del bibliotecario, y también es una de las muchas pruebas de que no vivimos en el mejor de los mundos».
Al margen de la exégesis surge un texto, en consecuencia, limpio. Poesía frente a filología, pero poesía que sabe recoger los mejores frutos del arte de la palabra. Al texto le acompaña una detallada descripción de Manuel Sanz Morales sobre la recepción de Safo en la literatura española, una recepción que llega hasta el siglo XX y que desmiente que nos encontremos ante pura arqueología: «se llega al moderado convencimiento de que la poetisa de Lesbos no sólo lleva sus dos mil seiscientos años de edad con dignidad absoluta, sino que, permítaseme la expresión, aún está de muy buen ver.» Una buena constatación de ello es el libro de poemas Safo en Madrid de Rufa Sánchez Uría o el homenaje que en Hombres en sus horas libres le hace la poeta canadiense Anne Carson.
La Safo de Juan Manuel Macías viene, además, enriquecida —«de vez en cuanto la arqueología le trae alguna que otra satisfacción a la poesía de la lesbia»—por la traducción de un fragmento hallado en el ajuar de una momia egipcia que fue identificado en el 2004 por la Universidad de Colonia como parte de un rollo de poemas de Safo. En esta traducción, que por lo demás salvo excepciones no se aparta como reconoce su traductor de la edición Lobel-Page, se publica por primera vez este texto bajo el número 31.
Al margen de lecturas hagiográficas, morales o legendarias, la Safo que nos propone Juan Manuel Macías en su traducción es una poeta radicalmente contemporánea. Una poeta que leída por Horacio y por Catulo —hay que recordar que Safo ya era una poeta antigua en Roma— o Swinburne, lee a Pound en los homenajes que éste le hiciera:
Papyrus
Spring . . . . . . . .
Too long . . . . . .
Gongula . . . . . .
Para traducir a la poeta, Macías ha dejado atrás las reconstrucciones que hubieran podido traicionar la vigencia de los textos. Su traducción que prefiere la base endecasilábica y heptasilábica —un paisaje vagamente de silva— y renuncia a la estrofa sáfica, estrofa a la que únicamente se ciñe en el poema 6 fundando su elección en un «divertimento esporádico». Macias además, consciente de que presenta las ruinas de un cauce lírico sobre el que han intervenido el silencio y la violencia de la historia, no renuncia —tal vez orientado por el homenaje de Pound que refiere en el prólogo— a integrar esos silencios en el cauce de la recreación que supone esta traducción. Dentro de la tan traída y llevada y paseada cuestión de la poesía del fragmento, la Safo de Macías es casi una poeta más: «He preferido conservar las lagunas de los originales, siempre que me ha sido posible hilvanar un vacío, generalmente atendiendo a criterios más emocionales que lógicos. Muchas páginas de las ediciones críticas están plagadas de pasajes ininteligibles y entreverados por palabras perdidas. Ni he intentado su traducción ni, honestamente, creo que se deba perder el tiempo en traducirlos o, mejor dicho, transcribirlos en una enumeración vana: bastante emotivo ya de por sí es ver ese laberinto tipográfico de hermosas voces griegas en los libros eruditos y en el aparataje crítico.» Alegra que hoy Safo tenga tanto que ver con cierto Ashbery, Ungaretti o incluso Creeley —cito por la traducción de Pedazos de Marcos Canteli—:
Al margen de la exégesis surge un texto, en consecuencia, limpio. Poesía frente a filología, pero poesía que sabe recoger los mejores frutos del arte de la palabra. Al texto le acompaña una detallada descripción de Manuel Sanz Morales sobre la recepción de Safo en la literatura española, una recepción que llega hasta el siglo XX y que desmiente que nos encontremos ante pura arqueología: «se llega al moderado convencimiento de que la poetisa de Lesbos no sólo lleva sus dos mil seiscientos años de edad con dignidad absoluta, sino que, permítaseme la expresión, aún está de muy buen ver.» Una buena constatación de ello es el libro de poemas Safo en Madrid de Rufa Sánchez Uría o el homenaje que en Hombres en sus horas libres le hace la poeta canadiense Anne Carson.
La Safo de Juan Manuel Macías viene, además, enriquecida —«de vez en cuanto la arqueología le trae alguna que otra satisfacción a la poesía de la lesbia»—
Al margen de lecturas hagiográficas, morales o legendarias, la Safo que nos propone Juan Manuel Macías en su traducción es una poeta radicalmente contemporánea. Una poeta que leída por Horacio y por Catulo —hay que recordar que Safo ya era una poeta antigua en Roma— o Swinburne, lee a Pound en los homenajes que éste le hiciera:
Papyrus
Spring . . . . . . . .
Too long . . . . . .
Gongula . . . . . .
Para traducir a la poeta, Macías ha dejado atrás las reconstrucciones que hubieran podido traicionar la vigencia de los textos. Su traducción que prefiere la base endecasilábica y heptasilábica —un paisaje vagamente de silva— y renuncia a la estrofa sáfica, estrofa a la que únicamente se ciñe en el poema 6 fundando su elección en un «divertimento esporádico». Macias además, consciente de que presenta las ruinas de un cauce lírico sobre el que han intervenido el silencio y la violencia de la historia, no renuncia —tal vez orientado por el homenaje de Pound que refiere en el prólogo— a integrar esos silencios en el cauce de la recreación que supone esta traducción. Dentro de la tan traída y llevada y paseada cuestión de la poesía del fragmento, la Safo de Macías es casi una poeta más: «He preferido conservar las lagunas de los originales, siempre que me ha sido posible hilvanar un vacío, generalmente atendiendo a criterios más emocionales que lógicos. Muchas páginas de las ediciones críticas están plagadas de pasajes ininteligibles y entreverados por palabras perdidas. Ni he intentado su traducción ni, honestamente, creo que se deba perder el tiempo en traducirlos o, mejor dicho, transcribirlos en una enumeración vana: bastante emotivo ya de por sí es ver ese laberinto tipográfico de hermosas voces griegas en los libros eruditos y en el aparataje crítico.» Alegra que hoy Safo tenga tanto que ver con cierto Ashbery, Ungaretti o incluso Creeley —cito por la traducción de Pedazos de Marcos Canteli—:
«Claro que era hermosa, aquella/ Afrodita de la que había sabido y/ había alcanzado a ver como doncella—una/ apertura de niña—o conocido/ como una mujer vuelta de la luz/. Pero tal vez conociera a la otra/ aún mejor.»
A este respecto, Aníbal Núñez —un poeta que siempre podríamos estar leyendo— dice todo lo que yo querría poder decir de esta traducción en La belleza arrebata las palabras que intentan proclamarla: «De la mutilación de las estatuas/ a veces surge la belleza, de los/ capiteles truncados cuyo acanto/ cayera en la maleza entre el acanto: / perfección del azar que nada tiene/ que hacer para ser símbolo de todo/ lo que se quiera./ Triste/ belleza —nunca es triste/ la piedra en su lugar, nunca fue triste/ la maleza en el suyo —la del símbolo./ Pues el azar que rompe la voluta,/ cercena gestos imperecederos,/ es el mismo que quiebra la hermosura/ de edificios de sangre./ Sólo quise/ decirte —y me han salidos dos acantos/ y tres tristes— que nada/ hay para mí más bello que el ver que estás alegre/ y viva.»
Los poemas de Safo de Macías y los retales —aquellos textos que pueden suponerse los rescoldos del ingente edificio que supuso la poesía sáfica— son poemas que vuelven a constatar a Safo como fundadora —tal vez inventora— de la intimidad frente a los cantores de la cólera. «Una voz que se desmarcó del pensamiento y estética griegos, -como indica su traductor en otro momento- cuando afirma que “lo más bello es lo que uno ama”. El amor como invención más que como sentimiento». Los ochenta y seis poemas que expone Macías son, como vengo repitiendo, una magnífica confirmación de lo cerca que están creación y recreación. Textos fundamentales, esenciales: «Yo no aspiro a tocar la inmensidad del cielo» o «Pero yo amo la ternura;.../mi suerte es esto y la brillante/ ansia de sol y la belleza» sobre los que se ha trazado más que una cultura, una civilización. No es el momento de presentar a una Safo que posiblemente todos conocemos, sino de llamar la atención sobre una brillante traducción que un poeta, como es Macías, ha realizado y ha merecido una atención sobresaliente en distintas revistas de especialidad, superando todas la anteriores traducciones y ediciones de Safo, en palabras de Jesús de la Villa, profesor de Filología Griega en la Universidad Autónoma de Madrid. En mi caso, esta traducción, poesía de hoy, fragmentada y fragmentaria, descansa en la estantería de mi habitación justo entre El dolor y La alegría. De Ungaretti. «Heraldo de la primavera, ruiseñor de voz deliciosa». Qué más decir.
Los poemas de Safo de Macías y los retales —aquellos textos que pueden suponerse los rescoldos del ingente edificio que supuso la poesía sáfica— son poemas que vuelven a constatar a Safo como fundadora —tal vez inventora— de la intimidad frente a los cantores de la cólera. «Una voz que se desmarcó del pensamiento y estética griegos, -como indica su traductor en otro momento- cuando afirma que “lo más bello es lo que uno ama”. El amor como invención más que como sentimiento»
Buscaré a este cantor neosáfico, pues me gusta la reseña que haces. Saludos desde mis lejanos Silenos.
ResponderEliminarGracias por la autorización, porque después de mi entusiasmo sáfico pensaba que mi cabeza había entrado de forma irrevocable e irreversible en matrix y en consecuencia había empezado a temer por ella ante las huestes del clasicismo.
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