Miguel Baquero
Quarto Oggiaro es un barrio popular de Milán, la ciudad de la moda, la capital de la elegancia en el vestir, las marcas caras, los trajes de corte innovador, los zapatos resplandecientes que crujen al andar. En las galerías Vittorio Emanuele y en la Via della Espiga, Milán «se convierte en una inmensa pasarela por la que desfilan las muchachas, a cual más hermosa» y las dependientas de las tiendas de lujo se transmutan en «vestales que irradian a la gente, sólo con su presencia, la imperiosa y urgente necesidad de comprar algo de inmediato».
«La mejor idea que jamás se le había ocurrido a Ferraro en su vida era la de realizar una guía de las dependientas milanesas, con direcciones, puntuación, corazoncitos, virtudes y defectos. Con una puesta al día bianual».
En las afueras de este Milán fashion se extiende el barrio de Quarto Oggiaro, un barrio humilde donde los obreros, emigrantes y otra gente de menesteroso vivir se agrupa en torno a patios de vecindad...
«El patio parecía un pozo alquitranado. Alrededor, levantándose en vertical, las paredes de los edificios proyectaban sombras negrísimas. Doscientas familias vivían en aquel macroinmueble. A una media de cuatro o cinco personas por piso... un pueblo. Un pueblo entero en torno a aquel agujero negro».
En Quarto Oggiaro se confunden las diversas lenguas de la gente emigrante (en especial marroquíes y albaneses) y los distintos dialectos del italiano (siciliano, milanés...) que chamullan los habitantes del barrio, en especial durante las calurosas noches de verano, en que los vecinos, en vieja e incivilizada estampa, sacan las sillas al patio para respirar un poco de aire fresco.
«Todos colocan su silla fuera, alguno fuma, otros chupan un polo, el griterío se convierte en amenaza, insulto grueso...»
El inspector de policía Ferraro, defensor urbano, es uno de los encargados de mantener la ley en este barrio tumultuoso. Y, pese a lo que pueda parecer, la cosa va en serio: en el barrio se suceden crímenes, a veces grandes como un asesinato o el tráfico de todo tipo de mercancías y a todo tipo de escalas, a veces pequeños como el acuchillamiento de un perro o el robo de una manzana, y Ferraro es el encargado de solucionarlos. Para ello, hace uso de un recurso clásico en las novelas detectivescas, como es la intuición, el instinto, el olfato que tanto ha ayudado a la detectivesca a lo largo de su historia. Sólo que en Ferraro dicho instinto es confuso, como la ley, como el barrio, como Milán, como la vida misma, y es capaz de encadenar pálpitos gloriosos con meteduras de pata espectaculares.
El inspector Ferraro de Motivos para matar es, quizás, el último grado en el perfil del detective clásico de las novelas policíacas: estamos ante un individuo que, sin caer en la broma o en la caricatura (aunque muchas veces el relato lo bordee), incurre sin embargo en el error, en el despiste, en la torpeza. Es el sabueso típico con un toque de humanidad, lo cual es muy de agradecer y, en gran manera, favorece al relato, pues el lector avanza a lo largo de las páginas sin saber muy bien si, finalmente, el problema se acabará solucionando, si no quedará al final algún cabo suelto que desbaratará toda la investigación, o hará posible que escape el malo, o dejará el crimen sin castigo. Como tantas veces, en fin, ocurre en la vida misma.
Motivos para matar es la primera novela de Gianni Biondillo (Italia, 1966) y se trata, desde luego, de un comienzo muy prometedor. Además de la inteligente concepción del detective y del sabroso uso que hace del casticismo, el estilo de Biondillo es fresco y joven, parece fluir sin esfuerzo, sobre todo cuando describe, con un cierto punto cínico, Milán y sus distintos ambientes. Junto con ello, el resto de personajes son originales, la trama está muy bien construida, los diálogos rebosan espontaneidad y el conjunto no está atosigado por esa pretenciosidad propia de las novelas primerizas. En resumen, una lectura muy divertida y muy recomendable y un autor para descubrir.
«La mejor idea que jamás se le había ocurrido a Ferraro en su vida era la de realizar una guía de las dependientas milanesas, con direcciones, puntuación, corazoncitos, virtudes y defectos. Con una puesta al día bianual».
En las afueras de este Milán fashion se extiende el barrio de Quarto Oggiaro, un barrio humilde donde los obreros, emigrantes y otra gente de menesteroso vivir se agrupa en torno a patios de vecindad...
«El patio parecía un pozo alquitranado. Alrededor, levantándose en vertical, las paredes de los edificios proyectaban sombras negrísimas. Doscientas familias vivían en aquel macroinmueble. A una media de cuatro o cinco personas por piso... un pueblo. Un pueblo entero en torno a aquel agujero negro».
En Quarto Oggiaro se confunden las diversas lenguas de la gente emigrante (en especial marroquíes y albaneses) y los distintos dialectos del italiano (siciliano, milanés...) que chamullan los habitantes del barrio, en especial durante las calurosas noches de verano, en que los vecinos, en vieja e incivilizada estampa, sacan las sillas al patio para respirar un poco de aire fresco.
«Todos colocan su silla fuera, alguno fuma, otros chupan un polo, el griterío se convierte en amenaza, insulto grueso...»
El inspector de policía Ferraro, defensor urbano, es uno de los encargados de mantener la ley en este barrio tumultuoso. Y, pese a lo que pueda parecer, la cosa va en serio: en el barrio se suceden crímenes, a veces grandes como un asesinato o el tráfico de todo tipo de mercancías y a todo tipo de escalas, a veces pequeños como el acuchillamiento de un perro o el robo de una manzana, y Ferraro es el encargado de solucionarlos. Para ello, hace uso de un recurso clásico en las novelas detectivescas, como es la intuición, el instinto, el olfato que tanto ha ayudado a la detectivesca a lo largo de su historia. Sólo que en Ferraro dicho instinto es confuso, como la ley, como el barrio, como Milán, como la vida misma, y es capaz de encadenar pálpitos gloriosos con meteduras de pata espectaculares.
El inspector Ferraro de Motivos para matar es, quizás, el último grado en el perfil del detective clásico de las novelas policíacas: estamos ante un individuo que, sin caer en la broma o en la caricatura (aunque muchas veces el relato lo bordee), incurre sin embargo en el error, en el despiste, en la torpeza. Es el sabueso típico con un toque de humanidad, lo cual es muy de agradecer y, en gran manera, favorece al relato, pues el lector avanza a lo largo de las páginas sin saber muy bien si, finalmente, el problema se acabará solucionando, si no quedará al final algún cabo suelto que desbaratará toda la investigación, o hará posible que escape el malo, o dejará el crimen sin castigo. Como tantas veces, en fin, ocurre en la vida misma.
Motivos para matar es la primera novela de Gianni Biondillo (Italia, 1966) y se trata, desde luego, de un comienzo muy prometedor. Además de la inteligente concepción del detective y del sabroso uso que hace del casticismo, el estilo de Biondillo es fresco y joven, parece fluir sin esfuerzo, sobre todo cuando describe, con un cierto punto cínico, Milán y sus distintos ambientes. Junto con ello, el resto de personajes son originales, la trama está muy bien construida, los diálogos rebosan espontaneidad y el conjunto no está atosigado por esa pretenciosidad propia de las novelas primerizas. En resumen, una lectura muy divertida y muy recomendable y un autor para descubrir.
Grazie.
ResponderEliminarAnzi: gracias.
gianni biondillo
De nada, amigo. Ha sido un placer y en serio que me ha gustado mucho. Molto divertido. Le dejo mi dirección de correo por si quiere comunicar conmigo:
ResponderEliminarmig.baquero@hotmail.com
De nada,amigo, ha sido un placer. En serio que me ha gustado mucho. Molto divertido. Le dejo mi dirección de correo por si quiere ponerse en contacto conmigo: mig.baquero@hotmail.com
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