José Manuel de la Huerga
Los lectores de poesía en español están de enhorabuena. Una pequeña editorial, de las que identificamos como independientes, se ha echado al hombro la responsabilidad de celebrar la edición de uno de los libros de poemas más importantes de la historia de la literatura contemporánea, Las flores del mal de Charles Baudelaire. Y lo ha hecho con el rigor y el gusto que merece obra tan fundamental. Rigor en la selección de textos (56 poemas) y en su traducción —siempre tan complicada, siempre en el límite de la lengua, exigiendo al traductor tomar difíciles decisiones, y sacrificios—, y gusto en el proyecto de encomendarle a un artista contemporáneo, el belga Louis Joos, la lectura iconográfica del poemario.
Elogiemos cada parte como se merece, para luego fundir este elogio en el todo en que se termina convirtiendo esta joya de la edición. Los traductores de la obra han seleccionado los mejores poemas del jardín que plantó Charles Baudelaire. Flores desde luego raras y malas, perversas, en los márgenes de la moralidad de entonces y de ahora. Si no, díganme quién en su sano juicio de tipo bueno, comedido, biempensante, se atreve a terminar unos versos con la invocación: «¡Oh querido Belcebú, te adoro!». Los seleccionados son sobre todo poemas de mujeres exóticas, pelirrojas pobres de solemnidad que entre los agujeros de sus ropas de mendiga anuncian preciosos senos, blancuras inmaculadas, también negras zumbonas como serpientes, tipas que saldrían de los cuadros de otro amante de la carne lasciva como es Gauguin y sus nativas de los mares del Sur. Y cómo no, fantasías eróticas de primera intensidad, a fuego lento: si yo me volviera gato me encantaría acurrucarme a la sombra de los pechos estupendos de una mujer giganta... No me digan que no es provocador, divertido, y al mismo tiempo delicado, tierno y... acomplejado.
Porque ahí está el quid de la cuestión de la cabeza embotada del genio: en este mundo no se halla en el medio que le apetece. El poeta es como el albatros, ese rey de lo azul, que cuando cae en el barco de la cotidianeidad se deja zaherir por los tipos más broncos de la especie, no es de este mundo, es de lo alto. Pero cuando vuela allá arriba, tampoco se encuentra rematadamente bien. Nunca lo que hay, siempre lo inexistente: es la cosa de los poetas del XX, de los hipersensibles de nuestra época, y es Charles Baudelaire quien abre esa trocha en la inextricable selva de la comprensión de nuestros sentimientos, especialmente aquellos malsonantes que habíamos exiliado por pecaminosos. A esos, especialmente, abracémoslos como lo más auténticamente nuestro, nos dirá el poeta Baudelaire, que se debate entre lo sublime y lo terreste: «Soy el vampiro de mi corazón». Ah..., y los gatos, y los paisajes de un buen impresionista, y ese spleen del melancólico, que nos deja tirados, tumbados largas horas amasando nuestra abulia existencial, sabiendo que el mundo, a nuestro pesar, gira, sigue girando...
Excelente la traducción, certera, que permite intuir el ritmo del francés. Traducción sonora, fiel tanto al espíritu como al texto (compruébese, como hacen los exigentes, en la selección original en francés que aparece en las últimas páginas del volumen). Los traductores, con buen criterio, se han decantado por una traducción rítmica, a pesar de la rima. Baudelaire escribía con rima consonante, seguía el precepto, pero rompía por donde menos lo pensaban los lectores: por las ideas escandalosas que le llevaron a la censura de buena parte de sus textos (aquí aparecen editados algunos de los censurados. Qué bella la mujer que espera al poeta vestida sólo con las joyas que él le regaló...). Baudelaire, magnífico sonetista, rompe el esquema del soneto por el tema escogido: la mujer mala, el poeta maldito, la invocación al demonio y la esencia del alma escurrudiza, independiente, inasible como el gato de nuestro corazón... Mejor darle a las ideas el cauce que merecen frente a las exigencias de la rima, han decidido los traductores.
La edición es exquisita: en la elección de la tipografía, en el papel ahuesado, casi cartulina, el mejor soporte para las ilustraciones de tinta y guache. Y lo que es todavía más importante para rematar la obra como se merece: Louis Joos ha leído la poesía de Baudelaire con los ojos de un contemporáneo. Cómic impresionista, viñeta rápida, sugeridora, rojo y negro, contrastes y manchones: así somos, así leemos el mundo actual, y así lo leería Baudelaire, como leyó el de su tiempo. Que 150 años no son nada... El ilustrador lejos de acompañar los poemas de Baudelaire, dialoga con ellos contemporáneamente, y la confluencia de ambas artes crea una obra de arte que muy bien representa lo que de bello y perverso guardamos en nuestro almario, lo negro y lo aéreo, lo elevado y lo rastrero, nuestro manchón indefinido. Así somos, y ambos artistas, qué bien nos han retratado.
Por eso ni la poesía de Baudelaire pasará nunca y por eso esta edición en castellano, con ilustraciones tan acertadas, estoy seguro, está a la altura de las mejores que hayan celebrado la edición de Las flores del mal en todo el mundo. Sin duda, un libro que será recordado.
Curioso. A mí me pareció una traducción pésima. El libro es bonito, eso sí. Pero la traducción me daba escalofríos por su (a mi juicio) nulo sentido del ritmo.
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