miércoles, enero 23, 2008

Desorden moral, Margaret Atwood

Trad. Francisco Rodríguez de Lecea. Bruguera, Barcelona, 2007. 273 pp. 17 €

Leah Bonnín

Mucho ha llovido desde que la joven Margaret Atwood cargaba sus obras en el maletero del coche para venderlas de pueblo en pueblo hasta que, en vísperas de la edad sabia, es considerada firme candidata al Nobel de Literatura. No obstante, algo queda de aquella joven que se empeñaba en sacar el máximo partido del tiempo y el espacio convertidos en palabra, de sus ansias por descubrir el mundo en el desgranar de historias y poemas. Pues lo que todavía llama la atención en la literatura de la canadiense es la voluntad de enfrentarse a la página en blanco sin ideas preconcebidas ni lugares comunes, de considerar cada obra como una propuesta irrepetible. Así, después de haber navegado por la poesía y la novela, y en ésta, por temáticas intimistas barnizadas de circunstancias, el feminismo o la recreación de mitos bíblicos y hasta la reflexión bioética, presenta Desorden moral como una original recopilación de relatos.
Como Alice Munro en El amor de una mujer generosa, Margaret Atwood propone en Desorden moral una serie de relatos hilvanados por la recurrencia de personajes y, ocasionalmente, tramas y circunstancias, sin conformar por ello una novela. Aunque en ellos se da cuenta de distintos momentos de la vida de la narradora, o las narradoras, los relatos no configuran una cronología de acontecimientos sino de la memoria, pues giran en torno a algún hecho o personaje —sea una noticia en la radio, un disfraz u otro personaje— que han marcado sus biografías, en tanto susceptibles de ser recordados.
El volumen se inicia con “Malas noticias”, un relato en primera persona de una mujer mayor, ¿anciana?, cuya vida cotidiana, alterada por la noticia del asesinato de un líder, transcurre junto a su marido Tig, con el que compone un “nosotros” que celebra algo tan simple y extraordinario como el continuar vivos.
A este primer relato en que los personajes aparecen a vida pasada, le siguen “El arte de guisar y servir”, sobre una niña de once años dedicada a tejer la canastilla de su hermana a punto de nacer y aprender todo cuanto sea necesario para hacerse una buena ama de casa, hasta que, a los catorce se rebela y, tras recibir una bofetada de la madre, se siente liberada. Y otro sobre, posiblemente las mismas hermanas que recuerdan aquella fiesta de Halloween en que la mayor se disfrazó de jinete sin cabeza causando el temor irracional de la pequeña. Y “Mi última duquesa”, en el que la narradora evoca a la adolescente que fue y a Miss Bessie, la peculiar profesora de literatura que, por su indumentaria y forma de comportarse, recordaba a una mujer de otros tiempos y de cómo el obligado análisis de un poema acaba con una relación amorosa.
No es hasta “El otro lugar”, que actúa como bisagra, que vuelve a aparecer Tig con el que, cansada de los intentos de seducción de los maridos de sus amigas, la narradora empieza una vida familiar, más o menos estable hasta la aparición de Nell. A partir de “Desorden moral”, relato que da título al libro, el punto de vista de la narración se desliza de la primera mujer de Tig, el nombre de la cual no será desvelado hasta “Las identidades”, a Nell, la mujer con la que Tig tendrá una hija y comprará una granja. Antes de que en el último relato, “Los chicos del laboratorio”, la narradora repase el álbum de fotos familiar junto a su madre ciega.
Más que intimistas, las que componen Desorden moral son historias sobre una vida cotidiana que se eleva a la grandeza clásica de la literatura gracias a la maestría de Margaret Atwood. Una vez más.

1 comentario:

  1. Hola! justamente estoy leyendo el libro en este momento y me tiene enganchado. La narrativa de esta señora es atrapante y tiene ese toque de cotidianidad que nos hace pensar que estamos siendo testigos de lo que le pasa a la persona que vive al lado.

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