miércoles, noviembre 21, 2007

Sombras de unicornio, Raquel Martínez

XII Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla. Algaida, Sevilla, 2007. 324 pág. 20 €

Gregorio León

«Madrid es una ciudad con un millón de muertos. Varios miles son argentinos.» Es una de las frases más demoledoras que leemos en Sombras de unicornio, novela que ha ganado (ahora entiendo por qué) el último Ateneo Joven de Sevilla.
La novela es un puñetazo. En la boca del estómago. Ni siquiera el lenguaje poético que a veces elige Raquel Martínez evita que el relato nos vaya dejando sin aliento, página a página. Claudia ha nacido en Oviedo, pero ese es un hecho accidental, porque su vida y sus frustraciones se han ido fraguando en Argentina, un país que se le convierte en imposible. Es en el retorno, no a Oviedo sino a Madrid, donde Claudia cifra sus esperanzas redentoras, bajo la premisa de empezar desde cero. Es así como entra a trabajar en El Unicornio, un bar en el que se sirven bien cargados cocktails y nostalgias.
Es ahí, día a día, donde la protagonista constata la imposibilidad de vivir otra vida, de que no somos más felices porque cambiemos de escenario. Si lo que tenía en Argentina era un cuento de hadas repleto de mentiras, lo de Madrid no es mucho mejor. Sustituye un mundo impostado por la desesperanza irrevocable. No es de extrañar que el narrador se vea incapaz de llevarle la contraria a Claudia y afirme que hay ruinas en lugares solemnes.
Ni siquiera la incorporación a su vida de Édgar es capaz de brindarle a la protagonista una razón para abandonar su pesimismo resignado. La irrupción en Sombras de unicornio de este mexicano, poeta de versos desconocidos, prófugo de la espuma burguesa, anuncia un romance. Pero ni siquiera Claudia está preparada para eso. Raquel Martínez no cae en la tentación fácil de regalarnos una historia de amor que parecía inevitable. Y de esa forma logra no desbaratar la dureza de un relato en el que sólo se insinúala esperanza en la última línea.
La novela ni siquiera rehúye el análisis político, que se resume en las apenas tres líneas de la conversación que mantiene Claudia con Felicidad: «Nos creíamos un país rico y ahora nos sentimos como si hubiéramos perdido la final del mundial de fútbol». No se puede ser más profundo con tan pocas palabras para resumir la Argentina sin norte de los últimos años.
Y tres razones más para engancharse a este Ateneo Joven. La primera, la evocación de la selva argentina, complementada con el homenaje explícito a Horacio Quiroga. La segunda, la búsqueda del unicornio, que llega a introducir en la novela un punto de intriga, lleno de resonancias mitológicas.Y tercero, la prosa sensitiva que ofrece Raquel Martínez. Si el Ateneo Joven es un yacimiento inagotable de escritores y escritoras que explotan al poco tiempo(sólo dos ejemplos, el de Marta Rivera y el de Carmen Amoraga, que confirman el buen ojo de Miguel Ángel Matellanes, el editor de Algaida y uno de los responsables del premio), estamos quizá ante una autora también de largo recorrido. De momento ha conseguido verle un futuro extraordinario gracias a una novela que te deja sin aliento, y no sólo porque se lea de un tirón. Sobre todo porque aloja un mensaje estremecedor: por mucho que lo intentemos, es imposible empezar desde cero.

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